miércoles, 23 de mayo de 2007

TÚ LA LETRA Y YO LA MÚSICA

Atípica comedia romántica exenta de ritmo narrativo, de guión anodino y escasas pretensiones, que culmina en una historia en la que dos grandes estrellas del género actúan bajo su propio criterio, evidenciando la desidia del director y torturando a sus detractores. Afortunadamente, al salir del cine, el espectador sólo recordará la música de una pegadiza canción de Adam Schlesinger (The Wonders). La letra, como la propia película, mejor olvidadas.

La premisa que fundamenta esta película es, comercialmente, perfecta. No es otra que la de reunir en el cine a dos generaciones a través de la música. Para ello, se recurre a Pop!, un atractivo grupo que, de haber existido, habría causado furor en las listas de éxitos de “Popularísimo”, aquel mítico programa de Radio Popular de Albacete. Mientras que, para el reclamo de niñas pre-adolescentes, se crea a Cora Corman, un cruce de Britney Spears con Christina Aguilera, que bien podría pertenecer al Top 40 contemporáneo. La estrategia funciona, y los nostálgicos ochenteros sucumben al video clip de “Pop Goes My Heart” que, de manera astuta, combina los pasos de baile de George Michael con el estilo inconfundible de Simon Le Bon (el más “Bon” de Duran Duran), el atuendo de los new romantics de Human League con las camisas de botonadura paralela que popularizaron los Soft Cell, y los primeros planos que mostraban la exótica mirada vacua del cantante de Spandau Ballet con el tablero de ajedrez que aparecía en el mejor álbum de Yazoo. Motivos, todos ellos, más que suficientes para soportar durante dos horas a Hugh Grant.

Pero, como nada es para siempre, el poderoso comienzo termina, la magia musical de los 80 se reduce a breves alusiones a la poesía de Stevie Wonder y a las portentosas giras de Tears For Fears, y la cruda realidad nos enfrenta a “la peor película de este año y de cualquier otro”. Y es que a Tú, la Letra y Yo, la Música, le falla la fórmula de las mejores comedias románticas, y le sobra el tema principal de la banda sonora de La Historia Interminable que interpretaba Limal.

El secreto para que prospere la constante –Chico conoce a Chica- Súbito enamoramiento- Suceso terrible que provoca una ruptura inevitable- Momentos de tristeza que son recreados con una bonita canción- Reconciliación- Happy End- depende de la capacidad de los responsables del metraje para elevar la ñoñería al romanticismo, haciendo creíble lo absurdo. Sólo tenemos que recordar cómo un guante propicia el acercamiento entre los personajes de Serendípity, el elaborado proceso de enamoramiento que se fragua en Tienes un E-Mail, la traición de una apuesta que desemboca en la ruptura de Alguien Como Tú, la melancolía que rodea la soledad en Cómo Perder a un Chico en Diez Días, la espectacular reconciliación de Admiradora Secreta. O, lo que es lo mismo, todos aquellos títulos en los que, por muy banal que resulte la base argumental, los guiones han sido trabajados. No es el caso de la historia que hoy comentamos, en la que todas las situaciones son inverosímiles y forzadas.

La verdad es que cuesta creer que, incluso el guionista de Miss Agente Especial, haya sido capaz de concebir unos diálogos tan lamentables, que contrastan con la carga de profundidad que, fugazmente, se atisba en el relato, y que podrían deber su fracaso a las tareas de traducción. En realidad, sólo podremos disfrutar del difuminado perfil de una gran mujer que, por culpa de una crítica destructiva, se convierte en un ser hipocondríaco e inseguro, y de la interesante comparación que une a una persona con una canción, en la que la música sería la primera impresión, el envoltorio físico, el sexo; y la letra, el contenido espiritual, el alma, el amor. Una auténtica lástima que un mensaje tan hermoso como directo se diluya en un desarrollo tan chapucero como tedioso, enmarcado en penosos pareados de cuadernos de quinto de primaria.

Paradójicamente, la tabla de salvación, Grant, se convierten en piedra que se ata al cuello. Un hecho que suele suceder cuando actores consagrados se dedican a “ir de estrellitas” en el rodaje, desoyendo las indicaciones del director. Le pasó al mismísimo Brando en la desastrosa Rebelión a Bordo del 62, a Val Kilmer en tantas y tantas ocasiones, y él no se ha podido resistir en un papel que –supuso- le acercaría a Ewan McGregor en Moulin Rouge. Un disparate casi tan grande como el que se comete al hacerle compartir historia con Drew Barrymore. Los que creímos que no podría existir una pareja con menos química en la pantalla que la formada por George Clooney y Zeta Jones en Crueldad Intolerable, estábamos equivocamos. Hemos comprobado que es más fácil imaginar un “affaire” entre Fernández de La Vega y Mariano Rajoy que uno protagonizado por el de Cuatro Bodas y Un Funeral y el ángel de Charlie.

El resultado es un producto que no convence ni a los amantes del género, que no cumple con el objetivo fundamental de las comedias románticas -que es enamorarse y enamorar-, llegando a un divertido final que sería perfecto si se hubiera conseguido crear algo coherente antes de los títulos de crédito.

Ante tamaño disgusto cinéfilo, Relax, -que diría Frankie Goes To Hollywood-, Relax.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola isa te acuerdas cuando fuimos juntas a ver tu la letra y yo la musica. que bien nos lo pasamos . A ti lo que mas te gustaba era el videoclip de los 80 y a mi cora que cantaba super bien y era muy guapa.Me ha gustado mucho la critica ,volvere pronto.