jueves, 24 de mayo de 2007

LOS INFILTRADOS. MARTIN SCORSESE

Recuerdo que salí del cine pensando que ésta era la película del año.
Más tarde, las críticas sobre BABEL (que no la película), me confundieron.
Ese día decidí no volver a leer críticas profesionales. No lo cumplí.
Recuerdo que un amigo me dijo que la crítica superaba a la película. Evidentemente, esta historia no le gustó.
Enésima colaboración entre un director que, hace tiempo, perdió el norte y un actor que nunca supo dónde se encontraba. En un ejercicio de redención tras la catarsis experimentada en los últimos tiempos, el cineasta de Queens recupera su identidad.
Nicholson y Damon, infalibles baldosas amarillas, garantizan el éxito de la vuelta a casa.
Hace tiempo que Martin Scorsese no ejercía de Martin Scorsese.
Tras la mala pasada que le juega Harvey Weinstein en el montaje de Gangs of NY y la historia en la que le embarca Michael Mann en El Aviador, parecía que el director nunca volvería a ser quien fue. Ninguna de estas películas carece de su virtuosismo, pero se traducen en proyectos en los que no trasciende su maestría. De la primera, incluso, se sabe que reniega.
En Infiltrados, se llega al convencimiento de que la perfección existe cuando alguien como Martin se sitúa tras las cámaras. La técnica de esta cinta es impecable, y sus recursos de estilismo visual, ilimitados. Posee, además, otro acierto importante, y es que, -al ser el director un impresionante documentalista y un inigualable contador de historias-, se asegura que la trama esté relatada con una precisión exquisita. Recuérdese el caso extremo en el que el cineasta consigue imprimir agilidad narrativa al guión soporífero de La Edad de la Inocencia, propio de un culebrón del “amuermante” James Ivory. Y es que esto es lo bueno del cine de Scorsese, que sus historias pueden empezar por el final, por el principio, o por donde a él le interese, porque nunca se alterará la percepción de los acontecimientos. Una de sus muchas habilidades, y una técnica en la que él es un pionero de excepción.

Sus personajes siempre muestran una tendencia a la redención tras un proceso catártico. En esta historia, se recoge esa premisa en quien tiene la costumbre de mentir, “para que las situaciones conserven su estabilidad”, como le ocurre a la protagonista; o en aquél que busca desesperadamente recuperar su identidad. En este último sentido, no dejo de ver una similitud entre la trayectoria del personaje central y el cine del director en los últimos años; aunque no creo que el término “redención” se ajuste a los gustos de quien piensa que “en la puerta de un beato no es aconsejable dejarse nunca el hato”, y es que es legendaria la animadversión del autor por los temas eclesiásticos.

Tampoco conviene olvidar que Scorsese en un gran cinéfilo, y que en sus mejores obras siempre hay homenajes a escenas de los grandes clásicos. En esta película, hay dos alusiones directas a El Tercer Hombre de Carol Reed, de 1.949. La primera de ellas, se aprecia en la persecución nocturna que tiene lugar entre infiltrados y que centra la tensión en las sombras de la pared. La segunda, se produce en la secuencia del cementerio, que protagoniza Vera Farmiga. Una actriz y una actuación en las que lo único que llama la atención es el bonito color azul de sus lentillas. Me pregunto por qué nadie pensó en Jennifer Connelly para dar la réplica oportuna a tanto astro masculino. Claro que, la cosa pudo ser peor, y es que miedo da pensar lo que habría sucedido si a la coproductora se le ocurre ponerse delante de la cámara.

Pero estos “guiños” no serán los únicos. Recuérdese el objetivo que se abre para dar paso a Damon ascendiendo por las escaleras de la comisaría, y el que se cierra para anunciar otro giro en el guión; ambos presentes en un film noir de Truffaut, o el ambiente derrotista que se confiere al argumento, propio de las tragedias griegas a las que es tan dado el salvaje Peckinpah.

Hablando del reparto, es necesario resaltar el buen trabajo del siempre acertado Jack Nicholson, quien hace acopio de sus mejores registros para interpretar magistralmente el papel de mafioso. Por otra parte, quienes ya odiaran al actor Mark Wahlberg por culpa de cierto planeta de Tim Burton, que no esperen tomarle cariño en esta cinta. No es mi caso, a mí me gusta el personaje. Siento debilidad por los capullos íntegros, que no integrales.

En cuanto a Leo Dicaprio.... he de decir que la carrera profesional de este chico está regida por el principio que apunta Woody Allen en Match Point: “En esta vida, es más importante tener suerte que talento”. Y él la tiene.

En esta película, ni la dureza que consigue en su mirada (que ya es un logro), ni siquiera el bombonazo de papel que le es asignado, digno del mejor Robert de Niro, impiden que le siga viendo como la sonrisa más bonita de la Historia del Cine; el tipo de hombre que siempre es grato encontrarse en cualquier lugar... fuera de las pantallas. Ni me disgusta ni me convence, y la indiferencia es el peor sentimiento que se puede suscitar en el espectador.

Sin que sirva de precedente, me atrevo a recomendar una película, no sin antes indicar que “el orgullo precede a la caída”, y que no siempre se cumple el dicho que asegura que hay personas que nacen con estrellas y otras, estrelladas. En cualquier caso, no pierdan de vista a la rata....
Ésta es una de esas ocasiones en las que se puede afirmar aquello de ¡qué grande es el CINE!.

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