viernes, 25 de mayo de 2007

LA BURLA DEL DIABLO

1.953. JOHN HUSTON.




Cinco insólitos personajes, de distintas nacionalidades, se dan cita en una ciudad costera de Italia. El barco en el que han de zarpar con destino al corazón de África, sufre una demora considerable por cuestiones técnicas... y por las borracheras perennes de su capitán. Aunque, la verdad es que, en este proyecto, el capitán no sería el único que empinara el codo sin tiento.

John Huston se embarcó de mala gana en la historia. Es posible que sólo accediera porque era un proyecto que le debía a su amigo Bogey, porque él mismo le incitó a comprar los derechos cinematográficos al novelista James Helvick años atrás, y porque, además, el actor corría con los gastos de la mitad de la producción. Una vez iniciado el rodaje, se contrató a Truman Capote para cambiar el final.

A partir de ese momento, Huston, Bogart, Capote formaron una mezcla explosiva, y el primero se fue animando. Utilizaban las noches para perfilar el guión, en medio de partidas de póquer interminables y de juergas que se prolongaban hasta el día siguiente. La claqueta, por lo tanto, no bajaba hasta pasado el mediodía.

En una de esas noches de desenfreno, sufrieron un accidente de tráfico, Bogart se partió la boca y el rodaje se suspendió hasta que estuvo disponible su dentadura postiza. No se sabe si ésta fue la causa por la que el protagonista de El Sueño Eterno nunca aprendiera a pronunciar el apellido de Gina.

Ésta sería la última colaboración entre Huston y Bogart, después de haber trabajado en películas memorables de la historia del cine como El Tesoro de Sierra Madre, La Reina de África o Cayo Largo, que contó con el guión del gran director Richard Brooks. Una fructífera carrera y una gran amistad que se había iniciado en El Halcón Maltés. Una “simbiosis” perfecta. Huston encumbró al actor cuando su, hasta entonces, mediocre trayectoria estaba prácticamente terminada. Bogart, por su parte, se convirtió en el intérprete ideal de los complicados personajes del cineasta.

Los exteriores de Beat The Devil fueron filmados en una ciudad medieval al sur de Nápoles. Algunas de sus mejores escenas se tomaron en una pintoresca villa del siglo XI, que había albergado los amores de la Divina Greta Garbo con el director de orquesta Leopold Stokowski, y que fue residencia del escritor D.H. Lawrence. El producto se terminó en unos estudios británicos.

Dentro de un importante reparto internacional, la contratación de Gina Lollobrigida suscitó suspicacias y recelos, que desaparecieron ante los muy merecidos elogios que le dedicó la crítica estadounidense. Por su parte, Jennifer Jones, una actriz sin carácter, especialmente melsa, eterna Bernardette, con unos labios imposibles de doblar, siempre consiguió brillantes actuaciones bajo las órdenes de Huston (We Were Strangers y Adiós a las Armas), que contrastaron con las que realizó cuando su suerte se puso en manos de King Vidor. Es más que posible que la insolencia de Truman Capote tuviera algo (o mucho) que ver con la peluca rubia que se le acopló en esta historia.

También rubio, Peter Lorre, perfecto secundario, conseguiría imprimir solidez al film.
Como anécdota (una de las miles que se podrían contar), diremos que Bogart estuvo doblado en algunas escenas por un desconocido llamado Peter Sellers, el mismo que, años más tarde, se negaría a compartir un plató con el dios Wilder.

Según el director, esta película, -“que se basó en una fórmula en la que todo es ligeramente absurdo”-, se adelantó a su época. No le faltaba razón. La perspectiva que da el tiempo (“¿Qué es el tiempo?, un canalla”, que dice Peter Lorre) lo corrobora. Huston se lamentó de que Bogey ya no estuviera para verlo.

En su época, la crítica de esta “aventura descarada” (frase con la que se comercializó), sostuvo que sólo se trataba de una parodia de El Halcón Maltés. Tampoco carecían de razón. En una historia burlona, de guión burlesco, montaje atropellado y banda sonora terriblemente pegadiza, Humphrey imitó al personaje de Sam Spade y la interpretación de Jennifer recordó a la de Mary Astor, su protagonista. Por otra parte, no faltaron divertidas referencias a Cayo Largo.
Y aquella envidiable y accidentada convivencia, que sólo pudo ser protagonizada por uno de los mejores directores, uno de los mejores actores y uno de los mejores escritores de todos los tiempos, terminó en una más que recomendable película, en la que, en efecto, se consiguió burlar al diablo.

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