viernes, 25 de mayo de 2007

UNITED 93. EL CUARTO VUELO.

Parece ser que la famosa polémica –de la que hábilmente sabe escapar Oliver Stone- pudo recaer, en un principio, en Paul Greengrass, director de esta cinta. Un filme duramente criticado por los espectadores antes de su estreno, y es que los neoyorquinos tampoco estaban preparados para ver un trailer. Los ánimos se apaciguan al conocer un trabajo riguroso, consensuado y respetuoso con los hechos, que no se aparta ni un milímetro de la versión oficial ofrecida por el gobierno americano.


El cine rememora los acontecimientos que tuvieron lugar en el espacio aéreo estadounidense hace cinco años, mientras a la mente del espectador sólo puede acudir la tópica y típica frase que asegura que la realidad siempre supera la ficción. En este caso, así fue. La Historia del Cine norteamericano está plagada de todo tipo de catástrofes reales o inventadas, creíbles o inverosímiles, pero se da el caso de que ni el guionista más audaz, ni el cineasta más pesimista, ni el proyecto cinematográfico más sádico pudieron jamás idear un plan tan minuciosamente siniestro, ni comparable con el que azotó al pueblo americano en esa fatídica mañana. El once de septiembre de 2.001, el peor temor de los habitantes de este país, plasmado incesantemente en su cine: el estar en verdadero peligro, se hacía realidad. Ese día la invulnerabilidad que se le presuponía a los USA quedaba en entredicho.

Llegado el momento oportuno, los cineastas americanos se ponen al frente de diversos proyectos, que giran en torno a tres principios básicos: el homenaje a las víctimas, la ausencia de todo tipo de elementos que puedan resultar polémicos para su nación, y dejar de manifiesto que los Estados Unidos no estaban preparados para un suceso de tal magnitud.
Intentamos encontrar estos aspectos fundamentales en la historia de Greengrass, un director de películas de género social, entre las que destaca Domingo Sangriento.

Como todos sabemos, United 93 es el nombre de uno de los cuatro aviones de pasajeros que fueron secuestrados en pleno vuelo para ser lanzados contra objetivos políticos y económicos americanos, en un ataque terrorista coordinado sin precedentes, y el único que no consiguió su propósito.
La película que lleva este título no se limita a narrar la trágica aventura de los pasajeros de este vuelo, sino que se convierte en una creación mucho más ambiciosa, que ofrece una amplia visión de la totalidad de hechos que se registraban ese día.
Sus mayores aciertos son el realismo y la rigurosidad. Estamos hablando de un trabajo serio y documentado, basado en los testimonios de los familiares de las víctimas y en los registros de sus llamadas telefónicas, supervisado por los responsables de los centros de control aéreo, y que cuenta con el asesoramiento de miembros de la Comisión del 11S. Los verdaderos protagonistas de United 93 son los Hechos. No hay actores conocidos, no se profundiza en ningún personaje, no hay guiones, y se impone la improvisación. Se contrata a pilotos y a tripulación profesional, así como también a verdaderos controladores aéreos que se interpretan a ellos mismos.
Se rueda cámara en mano, se abusa de los focos automáticos, se recurre a los planos cortos y a una excelente fotografía para crear secuencias vertiginosas, impensables e impredecibles, como lo son las vivencias narrados. Por encima de todo, prevalece el respeto a las víctimas, y sorprende el trato de “humanos” que se da a los secuestradores; aspecto que ya recreara el maestro Spielberg en su genial Múnich.

La famosa y temida polémica es superada por Greengrass de manera notable. Cierto es que el trailer de esta película fue criticado por insertarse en las salas neoyorquinas sin previo aviso, pero cierto es también que la película no sólo no se aparta ni un milímetro de la versión oficial proporcionada por el gobierno americano, sino que se convierte en un instrumento propagandístico de su Administración.
Recordemos a la pasajera alemana que simboliza las teorías pacifistas de la vieja Europa que, según los norteamericanos, se entrega sin luchar. Tengamos en cuenta que los acontecimientos vividos dentro del avión (y que, realmente, se desconocen) se resumen en el enfrentamiento que tiene lugar entre fanáticos religiosos suicidas contra inocentes escogidos al azar, para explicar “la lucha actual por la supervivencia de nuestro mundo”, según las palabras del director; quien añade que el 11S “nos obligó a ver cómo es el mundo y a tomar decisiones muy duras”, justificando la respuesta americana.
Una postura con la que sabemos que discrepa Spielberg, quien, en Múnich, advierte sobre las medidas adoptadas por los diversos Estados contra el terrorismo.

Por último, se expresa con una claridad meridiana que el United 93 pierde el control y se estrella media hora antes de que el ejército dé las órdenes de disparar sobre los aviones secuestrados. De igual manera, se constata que asistimos al comienzo de una guerra. En este sentido, también Stone, en su visión de la masacre del Trade Center, contempla la denominada Zona Cero como un escenario bélico tras los ataques aéreos, como esa contienda internacional que nunca se libró dentro de las fronteras estadounidenses.

Puestas las cosas así, la polémica se traslada a los espectadores que tenemos la inocente manía de cuestionar todo en esta vida.
¿Al hablar de “mundo”, la sociedad americana es capaz de ver más allá de Washington?
¿Entre la población civil árabe no hay inocentes escogidos al azar?
¿Existen muertos de segunda categoría?
¿La vida de una ejecutiva del Bajo Manhattan vale más que la de cualquier mujer afgana?.
Los muertos duelen –por igual- en todos los rincones de este planeta. También en esa “república”, que no se sabe bien dónde está, y que se llama España; en la que se entiende que el terrorismo no se combate ni se fomenta con terrorismo.
Una conclusión para la que los Estados Unidos de América tampoco parecen estar preparados.

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