viernes, 25 de mayo de 2007

LOS FANTASMAS DE GOYA



Algo sobrenatural sucede cuando Milos Forman está detrás de la cámara.
De repente, el espectador se siente como la protagonista de La Rosa Púrpura de El Cairo y es que, cuando él dirige, las barreras técnicas que separan la realidad de la ficción, la pantalla del patio de butacas, desaparecen. En ese momento, ya no es extraño asentir con la cabeza ante el discurso revolucionario de Javier Bardem, devolver una sonrisa a Stellan Skarsgard de manera instintiva, ni tampoco que ésta se hiele en los labios al mirar a los ojos de Natalie Portman.
En realidad, no es necesario ser puesto “a cuestión” para firmar y afirmar que en la difícil tarea de transmitir, el cineasta checo no tiene rival.

Los Fantasmas de Goya es una historia de la Historia, que bien podría haber sido escogida al azar, en la que el fanatismo religioso y la tiranía de los gobernantes políticos propician la intervención militar de vecinos (o no vecinos) invasores que, en nombre de la Libertad (salvoconducto atractivo y recurrente), cometen todo tipo de atropellos y de barbaries contra la población. Sucedió en España, y allí estaba el pintor del rey para inmortalizar los hechos; pero, como bien dice el director, los horrores de la Historia se repiten, por lo que es posible que este argumento no convenza en los Estados Juntitos de América.

En cualquier caso, nos hallamos ante una de esas joyas que resisten todos los análisis de gemología.
Las virtudes técnicas de esta película son innumerables e inmejorables, la composición de los planos resulta espectacular, la belleza estética es, francamente, impresionante. Sin necesidad de recurrir a efectismos de cámara, se ha sabido cuidar hasta el detalle más insignificante en cada escena.
Se aprecia la clara herencia del manierismo pictórico de Stanley Kubrick, y su obsesión por el mimo desmedido de la iluminación, ambientaciones, vestuarios y decorados.
Los movimientos de cámara de Milos Forman siguen siendo austeros, y las “sacudidas” a las que nos tiene acostumbrados, sobrecogedoras. La fotografía es excelente, el montaje excepcional.

Pero, quizás, el mayor atractivo de este metraje se encuentre en la dirección de actores, en sus interpretaciones memorables, que configuran secuencias inolvidables. Los ojos de Natalie, la sonrisa de Goya, los aspectos reprobables en la personalidad del genio, el extraordinario retrato de personajes, situaciones y conductas.
Es importante indicar que todos y cada uno de estos papeles rozan la perfección, que incluso Martínez de Irujo resulta creíble y su esposa, una madrileña castiza. Sin embargo, sigo sin encontrar los adjetivos adecuados para calificar la actuación de la Srta. Portman en su triple registro; y es que me temo que todos los halagos de la lengua castellana se declaran insuficientes para hacerle justicia. Por otra parte, no dudo de que quien sí se pondrá las pilas a partir de este momento será “la fotocopia”, su eterna imitadora, Keira Knightley, sin ser consciente de que el listón ya le queda demasiado alto.

Para la posteridad, quedan valiosas muestras de maestría, dignas de ser estudiadas en las escuelas de cine. El interrogatorio al que es sometida Inés de Bilbatúa; las conversaciones que mantiene el pintor con su musa, en las que cuesta descifrar si el protagonista es el sordo o su partenaire está muda; la traducción que se realiza de conceptos, efectivamente abstractos, como Liberté, Égalité y Fraternité; las revueltas populares, el caos más absoluto.

Por encima de sus inmensos aciertos, lo que más sorprende de esta cinta es que un director de otra nacionalidad haya percibido con tanta nitidez la esencia española, el espíritu burlón de un pueblo que sigue llamando “el etiqueta” al que muchos historiadores consideran el que pudo ser un buen monarca; y ¿por qué no decirlo? el captar esa tendencia ancestral de “putas”, de quienes siguen vendiendo sus servicios al mejor cliente. Claro que, en todos los casos, es motivo de agradecimiento que este episodio histórico haya sido contado de la manera en que se hace, dejando patente que este país fue objeto de un expolio sin precedentes.

En su último trabajo, Man On The Moon, se nos habló de alguien que hizo reír cuando él mismo no tenía sonrisa propia. En esta ocasión, se nos muestra a quienes se esfuerzan en aparentar normalidad cuando la estabilidad es inexistente, en un mundo que se desmorona, en una etapa en la que los patios de ejecución pública se sitúan junto al lugar en el que se bailan los pasodobles.
Demoledora, desgarradora, conmovedora, y con esos ojos.... Los Fantasmas de Goya es otra obra maestra de Milos Forman.

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