viernes, 25 de mayo de 2007

REBELIÓN A BORDO

La Rebelión a Bordo que hoy comento, es un remake del clásico de Frank Lloyd de 1.935, que la Metro-Goldwyn-Mayer convirtió en la superproducción más cara de la época, en 1.962. El desorbitado presupuesto incluyó la fabricación de carabelas auténticas (una de ellas todavía se conserva en Barcelona), y un suculento bocado del mismo, aproximadamente el treinta por ciento, fue a parar al bolsillo de Brando, astro indiscutible dentro y fuera de la pantalla.
Con un enorme y espectacular despliegue visual, apoyado en su excelente fotografía, el resultado nunca se tradujo en beneficios económicos satisfactorios. Por el contrario, fue tal el descalabro sufrido por la productora, que poco tiempo después se acababa con el sistema de estudios imperante en Hollywood, consistente en el mantenimiento de personal en plantilla. A esta decisión contribuía la película Cleopatra, rodada un año más tarde y que arruinaría a la Fox.

Dirigida por Lewis Milestone un “artesano”, (calificativo con el que los cinéfilos definen a los no autores, a los realizadores que trabajaban por encargo), y por Carol Reed en algunas escenas, la crítica fue unánime al considerar la actuación de Marlon Brando como la peor de su carrera. Se habló de un actor caprichoso y déspota que, muy lejos de acatar órdenes algunas de la dirección de la película, interpretó al personaje según su propio criterio. Tampoco fue bien considerada la actuación de Trevor Howard ni los toques cómicos que se añadieron al Capitán Blight, que restaban dramatismo a la obra maestra de los años treinta.

Como anécdotas y curiosidades, se puede contar que la segunda mujer de Brando formó parte del reparto de la película del 35, mientras que en esta nueva versión, el actor encontró a la que sería la tercera de su colección de esposas, una indígena llamada Tarita. No sería el único miembro del equipo que se llevara un souvenir de la paradisíaca isla en la que se rodó el filme.
Con posterioridad, Mel Gibson y Anthony Hopkins protagonizarían la tercera versión de esta historia de barquitos, de la que muchos preferimos no hacer comentario alguno.
A pesar de los pesares, y con la perspectiva que da el tiempo, se puede llegar a la conclusión de que Mutiny on the Bounty (título original de esta película) nunca mereció el trato recibido ni la comparación despiadada que se le hizo con su predecesora. Claro que, también es cierto que la crítica no siempre es justa y que el público, en la mayoría de los casos, resulta imprevisible.

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