viernes, 25 de mayo de 2007

LOLA, LA PELÍCULA

Lola no es “la película”, Lola es la antesala de un programa de televisión en el que aguardan los carroñeros habituales. En ella, se dan cita el “principio inamovible de jodienda” que sigue rigiendo el cine español y la tendencia malintencionada al chisme escabroso y escandaloso que fomenta el deporte nacional. Una manera indigna de tratar no sólo al personaje, sino también a la persona.



Ya no tengo dudas. Si Guillermo Del Toro fuera español, el capitán Vidal habría sodomizado al fauno. Sigue habiendo situaciones tentadoras imposibles de evitar, irresistibles para guionistas que se atreven a engolfar a santas con carné de ídem.

En el caso que nos ocupa, la cosa no empezaba mal. La productora nos hace llegar la noticia de que se encuentra inmersa en la búsqueda de una nueva Lola Flores a lo largo y ancho de nuestra geografía, lo que nos recuerda la fiebre Escarlata que propició la Selznick Internacional Pictures en 1.938 para localizar a la heroína de Lo que el Viento se Llevó. Como sucediera en aquella ocasión, el invento no será más que un engaña-muchachas, parte fundamental en la promoción de la película. Se sabe que nunca se pensó en otra Srta. O’Hara que no fuera Vivien Leigh; mientras que, en la odisea patria, resulta sospechoso que la protagonista se hallara tan “a mano”, en una de las insulsas componentes de Papá Levante. A la vista de los resultados, la menos insulsa.

Con un extraordinario parecido físico con Raquel Bollo (de profesión, defensora a ultranza de Isabel Pantoja), Gala Évora se mete en la piel de Imperio de Jerez con una melosidad y con una pasión de víctima que contrastan directamente con la figura temperamental que caracterizó a La Faraona. Con unos arranque puntuales de mal genio que, al no salir de adentro, carecen de credibilidad. Juzgue el cinéfilo si se trata de una actriz mediocre o de una mediocre dirección, salvadas por un trabajo sobresaliente de maquillaje, peluquería, vestuario y coreografía.

En cualquier caso, no estamos hablando de una mala película. Cuenta con importantes puntos en su haber –mayoritariamente, técnicos- que la indultan.
En líneas generales, el reparto es acertado, destacando la interpretación de José Luis García Pérez, los estudiados movimientos de Gala y la breve aparición de Kity Manver en los cuatro puntos cardinales. La dirección artística, por su parte, ofrece una atractiva presentación inicial, con logrados –pero escasos- números musicales y con una clara deficiencia en la ambientación de las calles jerezanas de los años 30, que se muestran como un enorme decorado irreal. Excelente fotografía. Adecuado ritmo narrativo. Impresionante tarea de caracterización que regala fotogramas en los que es difícil distinguir a los actores de los verdaderos Flores-Caracol. Interesante documento en formato No-Do. Pero, en conjunto, un producto alejado del “duende” que siempre acompañó a la protagonista y que no hubiera esquivado Jaime Chávarri. Un resultado final que ni siquiera responde a las cuestiones planteadas por el propio director: ¿qué sabe la gente de Lola?, ¿qué le gustaría saber?.


Se equivoca Miguel Hermoso al buscar la clave de la película en una frase recogida en la biografía que escribió Tico Medina. A fin de cuentas, cualquier mujer española de los años 50 (artista o no) ansiaba casarse, tener hijos y disfrutar de la seguridad que garantizaba un marido, la de ir con “la cabeza bien alta”. La clave se encuentra (y la encuentra) en la niña de ocho años que se arranca por bulerías, en la Lolita que, con gracia y salero, pronuncia su nombre en voz alta y clara, desde el diafragma. Y la clave se pierde (evidentemente, la pierde el director) al decantarse por un planteamiento inadecuado que antepone la vida privada de la persona a la trayectoria profesional del personaje. Algo propio de los programas de televisión que nos devoran, pero indigno de un proyecto cinematográfico que pretende abordar un biopic con rigurosidad.

Hasta empiezo a pensar que la imagen cautivadora de los zapatos rojos, rodeados de otros muchos de múltiples colores, no es más que el preludio de la ventisquera (tradúzcase por vendaval) de guitarristas, toreros y futbolistas que se avecinaba.

Claro que, pronto surge una pregunta ineludible: ¿Tiene sentido detallar con quién se acostó y cómo se levantaba una de las más grandes artistas que ha parido este país?, alabada por el New York Times, aclamada en Hispanoamérica, mundialmente aceptada.... Y una rápida respuesta: No, Hermoso, no.
Con Lola, la película, la posterior mini serie, no todo está dicho. Seguro que hay cineastas (recurramos a los mejicanos) que sabrían hacerlo muchísimo mejor.

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