jueves, 24 de mayo de 2007

LA PROFECÍA. JOHN MOORE

La inspiración de esta crítica se la debo a un gran amigo. Cuando comentamos esta película, me dijo: "De estas pelis, siempre dicen que la gente se muere y tal. También se han muerto los protagonistas de Sonrisas y Lágrimas, no te jode..." Me reí durante mucho tiempo de esa afirmación.
Más tarde, busqué información sobre "películas malditas"... y ya no me reí tanto. Madre mía, con lo miedosa que soy yo....
Un intento fallido de resurrección.


Alguien debió de advertir al director de “La Profecía” del año 2.006 que, al ver su película, sería inevitable –y pernicioso para él- que muchos cinéfilos recordaran los preciosos ojos azules de Lee Remick o el lento caminar de Gregory Peck. Los primeros, observando desorbitados, a través de un visillo blanco, algo terrible que el espectador nunca llegaría a conocer; el segundo, dirigiendo sus pasos hacia el altar mayor de una Iglesia, en el que debía consumar un costoso sacrificio pseudo-bíblico. Imágenes, ambas, culminantes e imperecederas que, sin querer, se buscan en este trabajo y no se encuentran.
Por ese motivo, alguien debió de advertirle también de que el único modo de salir airoso y evitar el desastre en este arriesgado proyecto, era no escatimar en la contratación de actores –reputados y conocidos- que supieran llevar el peso del argumento.

Por otra parte, si John Moore (el mismo y despistado director) hubiera reparado en algunos remakes importantes de la Historia del Cine, -aquellos que, incluso, lograban eclipsar a los originales-, habría descubierto que el éxito de muchos de éstos se basó, precisamente, en la acertada elección de grandes estrellas de la época.
De esta manera, Charles Vidor en su “Adiós a las armas” de 1.957 quiso contar con Rock Hudson para dar la réplica perfecta al Gary Cooper de Frank Borzage; mucho tiempo después, los creadores de las nuevas “Diabólicas” se fijaron en una auténtica diva de la pantalla, mito erótico de la década, como era Sharon Stone, para dar vida a una de sus protagonistas; o la productora que se hizo cargo del remake de “El Cabo del Miedo” no dudó en dejarse seducir por actores de la talla de Robert de Niro, Nick Nolte o la mismísima Jessica Lang.
Evidente y lamentablemente, nadie le avisó, y el buen hombre no cayó en el detalle. En su defecto, la directora de casting (que tampoco es la reencarnación de David O’Selznick) se contentaba con dos actores prácticamente desconocidos, que no suponen ninguna revelación para la cámara, y con una Mia Farrow más cercana a Mary Poppins que a un apóstol de Satán.

Las consecuencias derivadas de un reparto inadecuado, pronto se traducen en la inclusión de planos surrealistas, a modo de pesadillas, plagados de imágenes sangrientas propias del cine de serie B, para paliar las múltiples deficiencias interpretativas de los protagonistas; al tiempo que para hacer convincente el personaje de la angelical Mia, es imprescindible “obligarla” a realizar cosas malísimas de manera sumamente explícita. Argucias a las que La Profecía de 1.976 no necesitó recurrir.

A todo esto, ¿qué hay de l’enfant terrible?. Pues me temo que tampoco se tuvo tino con él. Si es cierto que el gran secreto del maligno consiste en hacer creer a los humanos que no existe, jugando al engaño, el verdadero Damien debería ser un niño encantador, frágil y desvalido, engañando con el mismo juego; cualidades muy alejadas de la siniestra criaturita que se terminó contratando.

Así pues, mientras los adictos al Género seguimos pensando en lo distinta que habría sido la nueva profecía si los preciosos ojos azules de Naomi Watts se hubieran posado en ella o el lento caminar de Clive Owen la hubieran acompañado hasta el altar, llegamos a la conclusión de que los responsables de esta producción nunca fueron conscientes de que éste no era un remake cualquiera y sí la resurrección de uno de los mejores clásicos del Cine de Terror psicológico de todos los tiempos.
Un intento fallido, a todas luces, que ni siquiera se supo promocionar inventando una leyenda negra, de ésas que son capaces de competir con la maldición que acompañó al edificio Dakota, escenario de “La Semilla del diablo” de Roman Polanski; ni se hizo eco del rosario de desgracias personales que –curiosamente- siempre se ciernen sobre los equipos de rodaje que osan perturbar el desasosiego de las fuerzas del Más Allá.

Sea como fuere, los amantes de las pelis de miedo continuaremos esperando mejores temporadas, y nos abstendremos de frivolizar sobre todo tipo de historias para no dormir, ya sean reales o ficticias..... por si 6c6s6. (acaso).

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