jueves, 24 de mayo de 2007

EL CÓDIGO DA VINCI. RON HOWARD.

Durante tres años, el conocido como “Código Da Vinci”, -presuntamente descifrado por el escritor Dan Brown-, ha sido el protagonista indiscutible de todo tipo de acalorados debates, ha propiciado la aparición de otros muchos libros que se apresuraban a desmentirlo, enfrentado a quienes admitían la veracidad de las exposiciones narradas -en lo que no deja de ser una novela- con algunos sectores de la Iglesia; incluso mencionado en homilías, y despertado el interés general de teólogos, historiadores y lectores de medio mundo.

Sin embargo, las omisiones bíblicas, las continuas equivocaciones, la falta de escrupulosidad al contrastar datos, o los errores de tipo histórico que se le achacan a la famosa novela –y que posiblemente sean premeditados- no sitúan “El Código Da Vinci” en el Mundo de las Blasfemias, ni a su autor en el Paraíso de los Sacrílegos; tan sólo se trata de un escritor que reparó en el hecho de que en este Planeta hay cada vez más gente, -pero menos personas-, y se sintió capaz de incitar a pensar.
EL CÓDIGO DA VINCI:

UNA MALA NOVELA, PLASMADA EN UNA PELÍCULA PEOR.
Quizás el gran error de Ron Howard ha sido querer hacer una adaptación demasiado fiel de la novela, posiblemente pensando que uno de los libros más vendidos de todos los tiempos se plasmaría en un buen filme, al abordarlo de esta manera. Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, y el resultado ha sido convertir una novela mala en una película peor.

Pero éste no es el único, sólo el más reseñable y el primero de una interminable lista de desaciertos.El gran inconveniente de intentar transcribir la historia de manera casi literal en algunos momentos de la película, es que mientras en el libro es difícil, pero posible, asimilar la inmensa cantidad de datos y de situaciones en las que se va introduciendo al lector, -(los Caballeros de la Orden del Temple, los Merovingios, el Concilio de Nicea, un Dossier Secreto con personajes ilustres de todas las épocas)-, en poco más de dos horas de metraje, resulta misión imposible conseguirlo. Sobre todo, teniendo en cuenta que “no se respetan los tiempos”, y que la habilidad de Tom Hanks para resolver acertijos, choca frontalmente con la protagonista femenina y con el propio espectador para entenderlos. De esta manera, hay pasajes que son narrados con una profusión de detalles que rayan en el hartazgo, mientras que otros se muestran a la velocidad de un relámpago, y no serán captados hasta mucho tiempo después (si es que esto se logra). Recuérdese que Robert Langdon y el experto buscador del Santo Grial explican a Sophie Neveu el misterio de “La última Cena” como si ésta fuera una niña de dos años, lo que contrasta directamente con la increíble rapidez con la que se descubren misterios en el Louvre (que quizás se deba a que rodar allí les salía por un ojo de la cara). Con este tipo de planteamiento, lo único que se consigue es romper el ritmo que se supone en este tipo de películas, y que ésta no llega a encontrar.

Por otra parte, no se establece la química necesaria que debería surgir entre la pareja de protagonistas, imprescindible para que un relato de suspense resulte atractivo para el espectador. En este sentido, la compenetración del investigador con la chica policía resulta absoluta en algunos momentos, mientras que en otros se les sitúa a años luz; y este último aspecto no sólo no agrada, sino que desconcierta, dentro de un argumento que ya cuenta con ese aliciente.
Cuando la intervención de los personajes se declara insuficiente para explicar algunos conceptos, el director recurre sistemáticamente a una muletilla insoportable, que son los continuos flashbacks; muchos de ellos, tan inoportunos como innecesarios, otros delirantes, como son los que hacen referencia a la infancia de Sophie.

Dentro de las interpretaciones, es importante mencionar la especial desgana con la que Tom Hanks afronta el reto de encarnar el personaje principal. El cotizado actor se refiere a este producto como “nuestra historia, con minúsculas”, y tal vez estas declaraciones estén revelando que ni se llegó a creer su papel, ni se sintió demasiado cómodo interpretándolo; que es, precisamente, lo que se transmite desde los primeros minutos de proyección. En contraposición, se halla una excelente “Amelie”, demostrando una grandísima profesionalidad en su caracterización de Sophie Neveu, confirmando sus magníficas dotes interpretativas, bajo las órdenes de cualquier director. Un trabajo que, en su versión española, se ve gravemente empañado por culpa de ese molesto acento francés que la acompaña; en muchos momentos de la historia, insufrible.La dirección artística es lamentable, lo cual es incomprensible teniendo en cuenta la gran cantidad de problemas que el equipo de producción encontró para poder rodar en espacios reales, y que ésta debería haber estado más que prevista, para solventar este tipo de limitaciones. Tampoco es que los planos verdaderos que se muestran, -ni del museo, ni de la única iglesia que les permitió la entrada-, sean memorables; más bien, se puede hablar de haber desaprovechado la ocasión de lucirse en estos escenarios.

La fotografía sigue un patrón inamovible de lúgubre monotonía. Con independencia de estar mostrando París o Londres, de que sean las cuatro de la tarde o las once de la noche, de que la ubicación se dé en el exterior del Museo o en el sótano de una capilla; el director de fotografía se mantiene firme, haciendo prevalecer una oscuridad fúnebre en todas sus secuencias. Y dos horas y media con tal ausencia de luz, se traducen en una angustiosa sensación de claustrofobia.
Uno de los componentes menos imaginativos de este metraje son las persecuciones policiales. Da la impresión de estar contemplando siempre los mismos planos, que se repiten insistentemente. Las mismas situaciones, en las que los mismos coches y en el mismo orden llegan a los mismos lugares, de los que ya han conseguido huir los protagonistas, con un escapismo que para sí quisiera David Copperfield. Situaciones –todas ellas- que se complementan con los mismos policías, que mantienen las mismas conversaciones, que terminan en las mismas conclusiones: una nueva pista para poderles seguir el rastro.

En el apartado de “fallos garrafales” (que requeriría una página aparte), fácil es advertir cómo los guionistas osan introducir, -en uno de los innumerables flashback-, una escena de fornicación dentro de una reunión de los guardianes del Santo Grial. Por muy secreta que sea esta sociedad, no deja de ser una comunidad cristiana; es decir, que ni es una secta del planeta Delta ni una bacanal de los tiempos de Nerón. Pero, claro, ésta no es más que una insignificante incongruencia dentro de las miles con las que cuenta el argumento en su finca matriz o novela.El aburrimiento que amenaza al principio de la cinta, sólo es comparable con el que se produce al término del relato, que magistralmente se fomenta enlazando un final con otro, como si causara pena poner el “The End” de rigor. En el segundo intento de “se acabó”, poco importa dónde descansen los restos de María Magdalena (si es que es cierto que esté sepultada en algún lugar de Francia; tema más que discutible), porque, a estas alturas, Salir de la sala y Respirar ya se ha convertido en una cuestión de imperiosa necesidad.

El balance final de este desafortunado proyecto es que ni convence a los que disfrutaron con la lectura de la novela (que ya tienen valor), ni entretiene a quienes no conocían la historia (que alguno habrá).
Sin embargo, el fenómeno que se deriva del “Código Dan Brown” en versión filmoteca, no es otro que haber logrado que una inmensa cantidad de gente vaya al cine.
Algo bueno debía tener.
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Ésta fue mi primera crítica "seria". Todo me parecía importante y destacable. El resultado hizo pensar que llegaría un día en el que yo sola podría escribir entero el suplemento semanal.... con una sola crítica de cine. Por ello, se me limitó el espacio. Lo agradecí.

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