jueves, 24 de mayo de 2007

BOBBY. EMILIO ESTÉVEZ

Director, productor, guionista, vinatero y actor guapo, Emilio Estévez satisface a los cinéfilos con una original y brillante historia de elaborado guión que, arropada por un reparto coral de excepción, sitúa al espectador en las primarias que costaron la vida al senador RFK en 1.968. Otra buena película que, sorprendente y sospechosamente, queda fuera de la carrera por los Oscar.
Y, con ésta, ya son dos en un mismo año, por lo que la casualidad se convierte en descaro, más bien, en desvergüenza.
Al parecer, la llamada Meca del cine no premia guiones, producciones, direcciones, ni siquiera interpretaciones, atendiendo a criterios estrictamente cinematográficos, sino que prefiere condenar historias que, básicamente, no interesan. Las mismas que el público seguirá aplaudiendo durante mucho, mucho tiempo después.
Quizás, la película que encabeza esta lista negra sea El Color Púrpura que, en 1.986, sufrió la mayor humillación de la historia del cine en una ceremonia de entrega de Oscar, tal vez por mostrar –no inventar- la Historia con mayúsculas. Hace tan sólo un año, Múnich, del mismo director y productor, siguió sus pasos en una especie de crónica sobre “lo que se veía venir” al haber sido prohibida en Israel, como todos sabemos, alumno aventajado de los USA. Y, en esta ocasión, mientras Peter Greengrass aspira a la estatuilla al mejor director por los servicios propagandísticos prestados a la Administración Bus; junto a “la maldición Spielberg”, esto es, joyas cinematográficas que hablan de lo que no deben (evidentemente, Banderas de Nuestros Padres), se sitúa la película que hoy comentamos. Otro mensaje que, por supuesto, tampoco interesa.

Con una sola frase, “Que se haga justicia aunque se abra la Tierra”, Oliver Stone supo transmitir el desvelo de JFK, Caso Abierto, que no era otro que el derecho del pueblo americano a conocer la verdad sobre el magnicidio de Dallas. En Bobby, sin embargo, nada sabremos del inmigrante de origen jordano que segó su vida, de la conspiración de la mafia, la Cía, el FBI.... que pudo –o no- respaldar el asesinato. Tampoco obtendremos datos biográficos, ni mención alguna a su trayectoria política, porque su planteamiento se orienta en una dirección única: rescatar la memoria de quien hizo soñar.

Para ello, Estévez se apoya en cuatro pilares fundamentales que desarrolla a la perfección.
Una impecable estructura narrativa de interesantes historias cruzadas que basan su principal atractivo en un elaborado guión, hasta el punto de que, partiendo de cualquiera de ellas, se podría crear una nueva película. En el conjunto final, fácil es apreciar la precisión en la medición de los tiempos, y la inteligencia punzante de cada diálogo.
Un espectacular elenco, en el que destaca la corrección interpretativa de Helen Hunt, la profesionalidad de una irreconocible Sharon Stone y la frescura de una sólida promesa llamada Lindsay Lohan.
El inmenso acierto de intercalar metraje real en los fotogramas de la película, y, sobre todo, la excelente construcción de personajes, perfectamente perfilados con muy pocos trazos; una difícil técnica heredada, posiblemente, de John Ford.

En contra de lo que se pueda suponer tras la lectura de la sinopsis, estos veintidós personajes no sólo no están elegidos al azar, sino que todos ellos han sido cuidadosamente seleccionados para que sus posiciones resulten creíbles dentro de la trama, configurando un argumento compacto. Bien sea por motivos laborales (desde el director del hotel hasta el camarero mejicano en cuyos brazos se desplomó el senador neoyorquino), por razones personales o por estar colaborando en la campaña electoral, todas las personas que coinciden en el Ambassador el seis de junio representan a los distintos sectores sociales de un país que clama por la justicia y por la paz; premisas esenciales del talante Kennedy.
De esta manera, entenderemos la esperanza de la comunidad de color, a la que “sin Luther King, sólo les queda Bobby”; las humillaciones sufridas por la población latina; la frustración de una juventud sin futuro -“Tengo 19 años, no quiero ir a Vietnam”-; la argucia de los matrimonios de conveniencia que evitan los alistamientos forzosos; y, en el eje central, descubriremos a aquél al que llamaron Bobby, el que en 1.968 recordó que “La violencia genera violencia, que la represión engendra venganza”.
Un discurso tan valioso como olvidado, que, cuarenta años después, tristemente evidencia la realidad política de sus compatriotas.
En efecto, hicieron un desierto, pero un desierto al que nunca podrán llamar Paz.

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