miércoles, 23 de mayo de 2007

ZODIAC. DAVID FINCHER

Ni, por supuesto, el argumento, ni tan siquiera el planteamiento narrativo de Zodiac son desconocidos en cine. Sin embargo, Fincher es el primero en rescatar la combinación; motivo que le vale el reconocimiento de la crítica internacional. El invento se complementa con la mejorada habilidad técnica y artística del director de Seven, para alcanzar un resultado hipnótico y, en efecto, magistral.

En cine, pocas historias hay que fascinen tanto como aquéllas extraídas de hechos reales que hacen alusión a casos abiertos sobre asesinatos sin resolver. En base a ello, “Zodiac” no es más que la excusa que utiliza Fincher para dar a conocer un thriller psicológico que debe gran parte de su estructura narrativa al mejor thriller político de la historia del séptimo arte, a JFK (o, al menos, eso sostenemos los seguidores de Oliver Stone).
Una idea, sin duda alguna, brillante, que enlaza el recurrente argumento de los crímenes impunes (por muy verídicos que sean) con un certero y eficaz planteamiento cercano al documental. Un trabajo de ejecución precisa y perfecta, que huye del espectáculo morboso para apoyarse en la austera rigurosidad de un rodaje que ha sido asesorado por los principales protagonistas de los hechos reales.
Una película, en definitiva, que vence a los detractores del cineasta, los que siempre pensamos que, aun contando con un depurado estilo, el director de El Club de La Lucha obtenía mejores resultados en los video clips de Madonna que en el acabado de sus filmes. Y que convence a quienes, equivocadamente, nos alegramos de que no fuera testigo de la muerte de Betty Short, La Dalia Negra, que iría a parar al haber de Brian de Palma.

El principal atractivo de Zodiac, por lo tanto, recae en la aplicación de ese “enfoque innovador” que revoluciona el género. Si no fuera porque ese enfoque ya lo dio A Sangre Fría Richard Brooks. En cualquier caso, éste no es el único acierto en una cinta repleta de ellos, que la elevan a la categoría de imprescindible.


Siguiendo la máxima que asegura que no puede existir una buena película sin el sustento de un guión sólido, Fincher completa la adaptación que hace Vanderbilt de los libros de Robert Graysmith con la recopilación de entrevistas que realiza a los testigos directos que se ven envueltos en el caso Zodiac. El resultado, rico en información, constituye una saturada base argumental, que tampoco es la propia de las historias del género y que, al salir del cine, satisface al más exigente de los cinéfilos, que ve su curiosidad saciada.


De manera paulatina, al macabro proceder psicótico del asesino, se le incorpora la frenética labor periodística encaminada a desenmascararle, a la que se une la actividad policial. A partir de ese momento, en tres encuadres distintos, el relato sigue el ritmo de la investigación, alternando los diversos escenarios y personajes que componen el puzzle, arrastrando al espectador hacia hallazgos sorprendentes y encerrándole –en no pocas ocasiones- en auténticos callejones sin salida, que desembocan en el punto de partida. Todo ello con una excelente medición de los tiempos, un montaje sobrecogedor, y una dirección manipuladora, ampliable al patio de butacas. Zodiac se convierte, en efecto, en una obsesión colectiva. Casi tanto como la que Fincher muestra por los pequeños detalles, las impecables puestas en escena y la creación de una tensión ambiental que ratifica la creciente alarma social de la época.

Pero Zodiac es, sobre todo, la suma de una multitud de genialidades cinematográficas que no pasan inadvertidas. La cámara que, imperturbable, recorre el camino seguido por la primera insólita misiva, origen del suceso, desde que el camión de reparto “USA Mail” la deposita en las puertas del Chronicle, hasta que llega a las manos del editor. La escena de la casa con sótano, en la que el caricaturista interroga a un posible culpable, que reproduce un fotograma exacto de El Malvado Zaroff, película de 1.932 que es mencionada en un criptograma del psicópata. La inclusión de un niño entre los personajes centrales, que sintetiza el pánico infantil que el asesino del Zodiaco suscitó en toda una generación (en la que se encuentra Fincher), al verse amenazada por quien dijo les mataría en el autobús escolar. La argucia del guión que recoge las pesquisas policiales, orientadas hacia la premisa que recordamos de El Silencio de los Corderos: “se envidia y se odia lo que se ve todos los días”, que nos lleva al convencimiento de que los asesinos en serie siempre conocen a su primera víctima. Después, al parecer, matar es fácil.

Con una cuidad estética visual, inspirada en los filmes de los años 70, que se extrae de La Conversación de Coppola; la música de David Shire, autor de las mejores bandas sonoras de esa década; la inolvidable interpretación de Robert Downey Jr., la loable dirección artística, y David Fincher orquestando, los 158 minutos del metraje sabrán a poco. Por ello, se recomienda un segundo visionado, que corroborará que ésta es una de esas buenas películas que la memoria cinéfila siempre usa como referente.
Bienvenida sea a ese firmamento imaginario.

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