jueves, 24 de mayo de 2007

EL PERFUME: HISTORIA DE UN ASESINO.

Creo que se notará. Ésta fue una película que me indignó.
Aun así, he pensado en darle una segunda oportunidad. Volveré a verla en casa, tranquilamente, para intentar comprender las verdaderas intenciones del director. Creo que seguirán sin gustarme. Pero se lo debo.
‘El Perfume’ es la película que convierte los verbos “leer” y “ver” en antónimos, y la sorprendente novela que muchos descubrimos en nuestra adolescencia, en un relato plantígrado: soso, meloso, tedioso, fastidioso....
Se podrían citar, al menos, los nombres de cinco directores que sabrían acercarse a la historia para transmitir al espectador la inquietud y el desasosiego que desprendían sus páginas. Aun así, no nos engañemos. Sólo hubo un cineasta que pudo destapar la esencia de aquella fragancia que inspiró una canción de Nirvana.
Si se quiere hablar bien de El Perfume, hemos de limitarnos a observar que la dirección artística es la adecuada; la ambientación, propia del siglo XVIII y narrada en la novela, la correcta; y el diseño de producción, el acertado. Sin embargo, si se decide profundizar en la esencia de la historia que en 1.985 fascinó a medio mundo, pronto se llega al convencimiento de que el planteamiento elegido no podía haber sido peor. Se falla en tres elementos fundamentales: la medición de los tiempos, la propuesta de casting, y en lo más imperdonable: la estructura del guión, que se convierte en un mal plagio de ‘Amelie’.

Contando con todos estos ingredientes, ¿Se puede elaborar un buen perfume?
La Historia del Cine nos contesta tajantemente que no, y nos recuerda el caso extremo en el que una película técnicamente perfecta dio al traste con el sistema de estudios imperante en Hollywood, por culpa de un guión inconsistente (Rebelión a Bordo, 1.962). Mucho tiempo antes, John Huston, con su ópera prima, había demostrado que la base primordial de una buena película se encuentra en un buen guión. El Halcón Maltés, de hecho, está basado en un best seller con el que otros cineastas habían fracasado.

En general, son demasiados los casos en los que reputados directores no terminaron de convencer al abordar proyectos literarios. Le sucedió a Brian de Palma con La Hoguera de Las Vanidades, a Roman Polanski con Oliver Twist, incluso a Coppola, al incluir una historia de amor que nunca estuvo en el ánimo de Mina Harker ni salió de la pluma de Stoker. Pero también hubo un genio que supo liberar las palabras hasta transformarlas en imágenes, aunque ello implicara el tener que inventar una nueva estructura narrativa en cine. Ocurrió en Lolita.

Esa genialidad no se encuentra en la colaboración formada por Tom Tykwer y Andrew Birkin.
Tykwer no ha adaptado la novela a la pantalla, sino a sus propias posibilidades como director. De esta manera, se recrea en olfatear a la primera víctima para mostrar su virtuosismo tras la cámara. Ahora, un primer plano que muestre la técnica del secado de flores. Ahora, un encuadre detallista de la cruz que lleva al cuello Laura. Mas tarde, revolotea por los campos de lavanda, y termina cruzándolos a una velocidad vertiginosa para narrar una persecución nasal, en la que copia algunas escenas de la peor película de Ang Lee. Ésa en la que Hulk va saltando por los montes cual grácil mariposilla.

Con esta auto-contemplación, lo único que ha conseguido, además de un metraje desmedido, es despreciar los tiempos de redacción. Recuérdese que la elección de las doce fragancias –momentos cumbres en el relato original- se reduce a un mazazo en la cabeza (a once, en concreto).
Dicen los expertos que la misión del director no sólo consiste en colocar adecuadamente las cámaras, sino que él es el único que, en todo momento, tiene una visión global de la película. Aquí, el Sr. Tykwer pasó por alto un dato importante: las páginas de aquel libro emanaban aromas.

Birkin consiguió salir airoso al adaptar El Nombre de La Rosa, ya que se tuvo la precaución de centrar el guión en la trama detectivesca y huir de las conclusiones filosóficas de Umberto Eco. Mas, en El Perfume, ha cometido el gravísimo error de ir de un extremo al otro, sin reparar en la virtud de la mesura. Por un lado, se adapta literalmente la novela y la voz en off reproduce párrafos íntegros de la historia, haciendo la película especialmente tediosa. Pero, por otra parte, se obvian multitud de descripciones, con lo que se consigue desdibujar a los personajes centrales. Nada tiene que ver el “ser genial y abominable, comparable a Napoleón, grotesco, deforme y repulsivo a los ojos de las mujeres” que creó Süskind con el atractivo físico del actor británico que le da vida. Y es que el tema está más que claro. Este papel siempre fue para el actor John Hurt, el narrador, y la película para Stanley Kubrick.

Al salir del cine, llego a varias conclusiones. La idea de que una Europa que filma unida, permanece unida, me resulta conmovedora. La contratación de La Fura dels Baus, un gran acierto. La alta calidad técnica de esta cinta, un aspecto sujeto a las teorías populares de la relatividad o, mejor dicho, de la comparación. Y, aunque admito que lo de “el resurgir del cine alemán” suena a gloria, la afirmación de que Tom Tykwer ha conseguido adaptar esta novela con brillantez, me parece descabellada.

Pajas mentales en cine, ha de haber las justas y, a ser posible, que estén bien hechas. Los directores que quieran experimentar, siempre pueden hacerlo contando sus propias historias, que proyectarán ante un reducido grupo de intelectuales, quienes veneran lo que no entienden y llaman “transgresión” a lo que no es más que mera estupidez.

Afortunadamente, siempre habrá quien advierta que el emperador iba desnudo.

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