jueves, 24 de mayo de 2007

ARTHUR Y LOS MINIMOYS. LUC BESSON

El director francés Luc Besson escribe y produce esta historia de corte fantástico y buenas intenciones, en la que los bombarderos son simpáticos mosquitos y los misiles de largo alcance, tomatazos. Una película que nada tiene que envidiar a las producciones americanas en su ejecución, y cuyo desenlace no será desvelado hasta dentro de ¡mil años! (del calendario minimoyco).
¡A mí no me salen las cuentas!. Luc Besson no sólo dijo, sino que también se jactó, de que rodaría diez películas, pero, finalmente, ha anunciado a la cadena francesa RTL que ésta –según mis datos, la número nueve como director- es la última.

La verdad es que pocas cosas hay que me cuadren en la trayectoria del peculiar cineasta, guionista y productor. Y es que este hombre sabe hacer de todo o, al menos, cuenta con el dinero suficiente para intentarlo. Vamos, que se puede dar el capricho de marear con la cámara, de escribir guiones sin sentido, de calentar el ánimo con arranques sorprendentes y de fastidiar al espectador con posterior tedio ilimitado. En contra de lo que se presupone, estos parámetros son invariables en todas sus películas, las cuales no cuentan con más de diez minutos de interés. (León, el Profesional, tampoco).

Unas licencias que se puede permitir porque, además, financia y distribuye sus propias obras (me abstengo de adjuntarles un calificativo) a nivel internacional.

Quizás, si su cine prescindiera de la espectacularidad que le ha hecho célebre en las taquillas y se preocupara de un detalle insignificante denominado calidad, se le podría considerar el Alexander Korda del siglo XXI... cuenta leyendas sobre un taxi que ya va por la cuarta entrega, producirá el último trabajo de Jodie Foster como directora... ¿quién sabe?.

En cualquier caso, nos quedamos sin saber si Los Minimoys es o no su última película. Si lo fuera, sería una inmejorable despedida. Un filme de ejecución perfecta, pero que cuenta con un guión tramposo, de dudosa originalidad, con posibles tintes autobiográficos.
Se trata de la adaptación a la pantalla de un cuento de cuatro volúmenes, que escribió en sus ratos libres, y en el que homenajea (o plagia) todos los relatos que son susceptibles de ser homenajeados (o plagiados) hasta el momento.

Para empezar, y aun a riesgo de ser puntillosos, es necesario comentar que la intriga de averiguar lo que hay “al otro lado” ya la tuvo un verdadero escritor de cuentos infantiles, Lewis Carroll, hace ciento cuarenta años. Continuamos, para llegar a la conclusión de que “hay otros mundos, pero están en éste”, y admitimos la existencia de “pequeños seres bondadosos que están viviendo con nosotros”, efectivamente, Los Diminutos.
¡No se vayan todavía, que aún hay más!...

El planteamiento inicial del guión, gira en torno a un problema de desahucio, que conlleva el inminente abandono de un hogar que caerá en manos de constructores sin escrúpulos. Para evitarlo, el niño protagonista tiene que recurrir a la búsqueda de un tesoro. Evidentemente, estamos contando el argumento de Los Goonies. Una mítica historia en la que el maestro Spielberg incorpora planos largos que unen el mundo de las alcantarillas con la superficie (la escena del pozo de los deseos), que es exactamente lo que hace Besson, en numerosas ocasiones, en esta película.

Tampoco es novedosa la creación de una aventura en miniatura que tiene lugar en el propio jardín de la vivienda, puesto que ya la conocíamos por Cariño, he encogido a los Niños, en la que una gota de agua provoca una inundación, o las flores son confortables habitáculos.
Selenia- Campanilla es la hija de un rey bonachón (como todos los reyes de todos los cuentos de la Disney), una princesa de nueva generación, de ésas que saben cuidar de sí mismas y no temen lidiar con al peligro. Hasta es posible que sea amiga de cierta heroína procedente de Shrek. Claro que, ella sola no puede liberar la espada mágica, en otros tiempos llamada Excalibur. Para eso, se recurre al protagonista, que, curiosamente, se llama Arturo. Sus padres, por cierto, son unos irresponsables, como los progenitores de Mathilda, y el pobre chico siempre está solo, como la niña de los Rescatadores en Cangurolandia.

La sesión de baile, sobre un disco de vinilo, se convierte en un amago de Pulp Fiction de Tarantino, (que ya se había homenajeado en HormigaZ), pero pronto se decanta por los derroteros de Robert Rodríguez, para terminar con una frase insólita: Abierto hasta el Amanecer.

No me olvido del Insecto Palo dirigiéndose a sus huestes, en una escena bien calcada de El Señor de los Anillos, ni de las alusiones a Jumanji, con una tribu africana que nadie sabe de dónde ha salido ni qué hace en Conéctica. Es decir, que eso de que “Nuestra historia comienza en el corazón de África” es tan falso como hacer creer que no hay cuerdas para salvar la cascada (el minimoy lleva más de mil en la mochila).

Es habitual que las películas de animación de los últimos años contengan “guiños” al cine de adultos para ser más atractivas para los papás, sólo que en Arthur y los Minimoys, más que guiños, hay tics nerviosos. Por no hablar de la hidrofobia, las mansiones construidas ilegalmente, los problemas con el fisco...

A pesar de todo, seré buena, le otorgo un aprobado, por saber mezclar, hábilmente, la inocencia de la fantasía con la realidad, a veces, desagradable y no siempre fácil de ocultar a los niños.

En resumen, una película "terriblemente original", pero bien hecha; más que interesante, interesada en no dejar parpadear a los peques (por la rápida sucesión de imágenes), y muy apropiada para unas fechas en las que intentaremos creer ¡Qué bello es Vivir!, nuestra casa se parecerá al camarote de los Hermanos Marx, y siempre habrá quien se pueda permitir un Desayuno en Tiffany’s (como ha de ser, en la puerta).
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Esta crítica se escribió en unas fechas cercanas a la Navidad de 2.006. Fue fácil hacerla (la crítica) y, en su día, el resultado me encantó.

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