jueves, 24 de mayo de 2007

BABEL. ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU

Las historias cruzadas siempre tuvieron buena acogida en Hollywood. Paul Haggis lo demostró en la pasada edición de los Oscar con Crash, y Alejandro González Iñárritu es un experto en la materia. Quizás, por ello, Babel, -que repite la fórmula de sus películas anteriores- se dirige con paso firme a la conquista de estatuillas.
Ojalá que éste sea el año en el que Almodóvar vuelve a arramblar con el Santoral, se imponen las actrices latinas y un mejicano agradece en cinco idiomas el Oscar al mejor director.

Si esto sucediera, se estaría premiando la genialidad de un realizador que, no estando conforme con desestructurar los guiones de sus películas, los dinamitó. Observó complacido cómo los pedacitos se dispersaban en el espacio y por el tiempo, y dejó que fuera el espectador el que intentara recomponer el puzzle. Algo que no resulta difícil de conseguir, puesto que, sorprendentemente, todas las piezas encajan a la perfección. Y digo “sorprendentemente” porque soy de los que piensan que buenos argumentos y mejores guiones configuran las grandes carencias del cine actual.

De igual manera, se estaría reconociendo el savoir faire de un estilo único e insuperable, que apuntó maneras en Amores Perros, se consolidó en 21 Gramos (para mi gusto, la mejor de esta trilogía), y desemboca en esta ambiciosa producción que ha sido rodada en tres continentes, cuatro países y cinco lenguas diferentes.

Babel se ampara en el equipo técnico de las películas anteriores, en el excelente guionista Guillermo Arriaga; el director de fotografía Rodrigo Prieto, que, inexplicablemente, fue nominado por Brokeback Mountain; la diseñadora de producción de Moulin Rouge; la banda sonora del ganador de un Oscar Gustavo Santaolalla y, como no podía ser de otra manera, también cuenta con el montador de Traffic.
Relata –en la misma línea que las otras dos entregas- un total de tres historias impactantes que se encuentran unidas por un principio de casualidad, causalidad y fatalidad; añadiendo, en esta ocasión, un cuarto relato que sufre los daños colaterales de los anteriores..... ¡y de qué manera!. Y termina estampando el inconfundible “sello Iñárritu” en esos largos silencios en los que el tiempo se difumina, los diálogos son prescindibles, y se consigue la empatía con el espectador. Una empatía de la que es responsable directa la espectacular dirección de actores, muchos de ellos, no profesionales; otros, niños.

Babel, sin embargo, se diferencia de sus antecesoras en que, por primera vez, se han logrado crear cuatro películas dentro de una. Las cuatro historias que la componen podrían formar parte de otros metrajes sin relación entre sí, no sólo por estar ubicadas en países diferentes, sino también por atender a estéticas dispares, bandas sonoras que incluyen canciones típicas de las zonas geográficas visitadas y porque, además, se han utilizado formatos de películas distintos en el rodaje. Un dato importante que habrán de tener en cuenta los académicos al emitir sus votos.

Otro de los múltiples atractivos de esta cinta se encuentra en su singular y eficaz montaje, que permanece fiel a los caprichos del director, empeñado en solapar el futuro de una boda que tiene lugar en Tijuana con el la realidad presente de una familia musulmana y el pasado del verdadero monstruo peludo que muestra una adolescente japonesa. Un montaje que se permite la creación de arte en estado puro, entrelazando elementos que podrían ser comunes a todas las tramas. De esta manera, centra la atención en un helicóptero que aparece en la búsqueda mejicana, pero que, en realidad, pertenece al cielo de la desventura marroquí.
Una gozada para los cinéfilos, que se completa con la profundidad que, con muy pocas pinceladas, se ha conseguido dar a los personajes centrales. El estadounidense de clase media que soluciona su vida a golpe de talonario, la hospitalidad de un pueblo del tercer mundo que contrasta con el egoísmo de los seres civilizados de occidente, la cultura oriental como cuna indirecta del mal... Son tantas y tan variadas las conclusiones a las que puede llegar el espectador al salir del cine, que sólo por ellas, merece la pena disfrutar de este cine de autor.

Ahora bien, tras leer muchas de las entrevistas que el director mejicano ha concedido a la prensa internacional, me quedo con la intriga que se deriva de una pregunta, sin duda alguna, impertinente, pero necesaria, que nadie le formuló: ¿Sabe Alejandro González Iñárritu hacer otro tipo de cine?, ¿sería capaz de contar un sola historia con estructura narrativa lineal?, ¿dispone de otros recursos para acaparar la atención del respetable?.
Suponemos que sí, y estaremos atentos a nuevos proyectos que le hagan volar en solitario.

De momento, me quedo con una anécdota para el publico español, que podrá seguir los diálogos árabes (lógicamente, están doblados) y no entenderá ni una sola palabra de las conversaciones que protagonizan los actores mejicanos; consecuencia directa de la cruel historia bíblica de la Torre de Babel. Me quedo con la amabilidad y delicadeza que el gobierno de los Estados Unidos de América (un imperio que no deja de sorprender) dispensa a los inmigrantes, y con una de las mejores frases que jamás pronunció un cineasta: “Si una película no te crea una catarsis, ha fallado y entonces se convierte en un mero objeto decorativo”.
Son numerosos y poderosos los motivos por los que el atractivo director merece la estatuilla dorada. Aunque, en cualquier caso, no estaría de más el improvisar un pequeño altar a la Virgen of Guadalupe. Esas cosas siempre ayudan.

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