jueves, 24 de mayo de 2007

DIARIO DE UN ESCÁNDALO.

Diario de un escándalo –al menos, para el público español- no es más que la crónica de un suceso largamente anunciado y, con todo lujo de detalles, destripado. Un proceso continuado de despropósitos publicitarios que nos llevan hasta una película en la que ya nada sorprende, ni siquiera el cartel promocional de “mujer contra mujer”, postura habitual de las féminas de ABBA, portada de un disco de Barbra Streisand, y ¿por qué no decirlo? un claro plagio de la estética almodovariana.
Todavía no se ha inventado el calificativo preciso que sea capaz de expresar lo que los montadores de tráileres pueden llegar a hacer con algunas películas. Se supone que los primeros sólo son el avance de las segundas, nunca la versión abreviada de éstas. En última instancia, se trata de vender una ilusión sin desvelar su contenido.
En el caso que hoy comentamos, recurrir al término “barbarie” sería insuficiente. Este tráiler no se limita a mostrar algunas imágenes desubicadas, resaltar una frase efectiva y concluir con un par de indicaciones asociativas. Hay mucho más. Digamos que la totalidad del argumento queda ampliamente detallada en un meticuloso relato, realizado en impecable orden cronológico. Las pocas escenas álgidas que no emite (concretamente, dos), se conocerían gracias a sus cuatro nominaciones a los Oscar, y la sinopsis oficial (que cuenta con trece líneas) se encarga de aclarar las dudas de los despistados. Una nada elegante manera de desterrar a la diosa sorpresa, ésa a la que los cinéfilos idolatramos.

Al adentrarnos en este “relato de amistades e intoxicaciones sexuales” (según la definición de su director), nos encontramos (¡no puede ser!) con una recurrente voz en off y con el empleo de –los no menos socorridos- flashbacks, tan de moda – y tan mal utilizados- en el cine de los últimos años, sobre todo, en el referente a los guiones adaptados. Sin llegar a ser Billy Wilder, Richard Eyre consigue aplicar ambas técnicas con extrema pulcritud, situándose muy por encima de los cineastas contemporáneos (podemos pensar en Todd Field). Un virtuosismo que se sigue apreciando en la dirección de actores, en la resolución de escenas dramáticas, en la excelente configuración de un thriller perfecto y en el tratamiento magistral con el que aborda temas candentes, tales como la crudeza de la soledad, las trayectorias vitales autodestructivas que derivan de determinadas conductas reprobables y la irracionalidad que envuelve todo tipo de enamoramiento.

Sin embargo, fácil es percibir la presencia de un factor que desentona, que propicia la irrealidad de los acontecimientos y que reduce la credibilidad de la historia. Un aspecto que proviene de la adaptación de la novela. En el libro de Zoë Heller, el relato es narrado en primera persona, es un diario, por lo que todas las situaciones y personajes son contemplados con absoluta subjetividad, a través de los ojos de Bárbara Covett. Al transformar el texto original en guión cinematográfico, por iniciativa del propio Patrick Marber, desaparece la narradora, creándose un vacío al intentar reconstruir las características psicológicas del resto de los personajes. Ninguno de ellos se perfila con precisión y la gran perjudicada es Sheba Hart, la verdadera protagonista, que, al cobrar vida propia fuera del diario, queda desdibujada. Resulta inverosímil su candor, la ingenuidad con la que afronta las adversidades, la dependencia que contrasta con un pasado bohemio inventado por el guionista y, sobre todo, la ausencia de un instinto básico de protección familiar.

A pesar de ello, ambas interpretaciones femeninas son inolvidables. Es posible que la gran Judi Dench, Dama del Imperio británico, merecidamente galardonada en cine, teatro y televisión, ganadora de un Oscar por una aparición de tan sólo ocho minutos en Shakespeare in Love (John Madden, 1.998), siempre sea recordada por el papel de Bárbara, la escalofriante profesora de secundaria. Cate Blanchett, por su parte, lo será por dar vida a la inigualable Katherine Hepburn en El Aviador (Martin Scorsese, 2.004).
En cualquier caso, sus nominaciones quedaban debidamente justificadas. No tanto las de mejor guión adaptado, ni la de banda sonora. El primero, por los motivos anteriormente argumentados, y la segunda, por resultar impertinente dentro de una historia angustiosa en sí misma.

Y, como toda leyenda urbana –así se puede denominar a este cúmulo de infortunios, exceso de coincidencias, aluvión de desgracias confluyendo en una sola persona y al mismo tiempo-, la presente no quedará exenta de ejemplares moralejas. Se me ocurren dos. Quien revela un secreto de dimensiones desproporcionadas, se convierte en esclavo de su confidente, permaneciendo a merced de la buena o mala voluntad de su amo. Ante la coyuntura de pervertir o de dejarse seducir por las galanterías, carentes de maldad, de un tierno bocado, siempre optaremos por emprender una retirada a tiempo, que, según la sabiduría popular, es el preludio de una victoria.Bastaría con un “llámame cuando cumplas dieciocho”.... o treinta.
Vale, siguen siendo inmaduros, ¿lo dejamos en cuarenta y pico?.

No hay comentarios: