viernes, 25 de mayo de 2007

HA NACIDO UNA ESTRELLA


WILLIAM A. WELLMAN, 1.937.



“Hola a todos, soy la señora de Norman Maine”

Se cumple el centenario del nacimiento de Janet Gaynor, férrea rival profesional de Mary Pickford en la etapa dorada del cine, y ganadora de un oscar a la mejor interpretación femenina en la primera edición de estos premios, allá por 1.928.
Tan sólo diez años después, la joven actriz vio cómo su carrera finalizaba, al no dar el perfil de los nuevos gustos comerciales, que preferían a otro tipo de heroínas acordes con los tiempos. Los cinéfilos siempre la recordaremos tal y como apareció en esta película, pequeñita, de aspecto frágil, cabellos rojizos, grandes y expresivos ojos, la dulzura hecha mujer.

En este ambicioso proyecto, que se había rodado a finales de 1.936, Janet se convertía en una especie de Cenicienta que, ayudada por una excepcional hada madrina, (la actriz May Robson, especialista en papeles de anciana encantadora); conseguía llegar al baile de palacio, conquistar el corazón del príncipe azul y ser la reina con el beneplácito unánime del pueblo. Lo que sucede después es que el nuevo miembro de la realeza consigue eclipsar a su majestad, pagando un alto precio por ver cumplido su sueño.

La idea original surgió del guionista Robert Carson y del director William Wellman, estaba inspirada en la famosa película Hollywood al Desnudo de George Cukor y fue adaptada a la pantalla por los mejores guionistas de la época: el propio Carson, el matrimonio formado por la escritora Dorothy Parker y Alan Campbell, y por los célebres B. Hecht, R. Lardner Jr y B. Schulberg, cuyos nombres no aparecieron en los títulos de crédito finales. Se trata de una historia cruel que relata los entresijos del mundo del cine, la cara amable de la fama y la gloria, frente a la presión a la que son sometidas las grandes estrellas, que les lleva, en demasiadas ocasiones, a ser víctimas de todo tipo de adicciones. De igual manera, se hizo especial hincapié en mostrar cómo la afilada lengua de los críticos cinematográficos podía lanzar a los actores al éxito absoluto, o condenarlos al más estrepitoso de los fracasos, sin que ni siquiera los productores lo pudieran impedir.

Con Ha Nacido Una Estrella, David O. Selznick se encargó de demostrar la falsedad de una creencia generalizada en la década de los años treinta: “Una película de Hollywood sobre Hollywood no puede interesar al público”. De hecho, este filme obtuvo un total de ocho nominaciones en los Oscar de 1.938, consiguió ganar en dos apartados: el de mejor fotografía, en technicolor, en la que era un experto Howard Greene, y el referente a mejor guión original, único oscar conseguido en la dilatada carrera de Wellman; y fue la precursora de dos remakes que llevarían el mismo título: uno del año 1.954, protagonizado por Judy Garland y otro en 1.976 por Barbra Streisand.

El filme fue encabezado por una novedosa leyenda (novedosa en 1.937): “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, para no herir susceptibilidades entre el firmamento de estrellas. Sin embargo, en el personaje del productor, paternalista y bondadoso, se hacía todo un homenaje al “pagador” del invento; y muy pronto trascendió que el matrimonio ficticio formado por Fredric March (que con este trabajo obtenía su tercera nominación) y por Janet Gaynor (la segunda y última) estaba basado en la vida real de la actriz de cine mudo Marguerite De La Motte; o que la figura del famoso actor que ve truncada su prometedora carrera por culpa de la bebida, se asemejaba a la de los galanes John Gilbert y John Barrymore; aspectos que contribuyeron a despertar el interés entre los espectadores.

El desenlace planteó serios quebraderos de cabeza incluso para quienes fueron considerados como los mejores guionistas de todos los tiempos, que resolvieron el problema creando una frase que, durante años, sería tan famosa como “A Dios pongo por testigo” o “Tócala de nuevo, Sam”. Sencilla y conmovedora: “Hola a todo el mundo, yo soy la Sra. de Norman Maine”.Un broche de oro para una película imprescindible, en un tiempo en el que los guiones todavía gozaban de coherencia.

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