viernes, 25 de mayo de 2007

EL GRAN COMBATE


JOHN FORD, 1.964.


Alrededor de 1.860, unos trescientos indios cheyenne son obligados a vivir en una reserva de Oklahoma en la que se mueren de hambre. Engañados por una Comisión del Congreso de los Estados Unidos, -que hace caso omiso a sus peticiones y a sus necesidades más básicas-, los dirigentes de la tribu deciden volver a su verdadero hogar, a su tierra natal en las praderas, situadas a más de dos mil kilómetros. La caballería norteamericana no dudará en perseguirles y darles captura, pero el noble pueblo indio nunca se rendirá sin luchar.

Otoño Cheyenne (verdadero título de El Gran Combate) podría definirse como un canto de enamoramiento por la comunidad indígena americana, plasmado en un hermoso poema que narra el dolor del pueblo indio, perseguido hasta el exterminio por la insaciable voracidad del “hombre blanco”. No sólo se les despojó de sus territorios, también se les obligó a abandonar su entorno natural y se practicó con ellos una vergonzosa política de limpieza étnica; claramente condenada en esta cinta.

Se trata, por tanto, de un western atípico, (recordemos que en este tipo de películas los buenos siempre son los del séptimo de caballería, que salvan a sus castas doncellas de las garras de los salvajes indios que arrancan cabelleras), en el que la admiración de Ford por la cultura de estos pueblos logra crear una película bellísima, escalofriante en muchas de sus escenas, con la creación de imágenes de una belleza insólita en la pantalla; y –como todos los rodajes del aclamado director- no exenta de alguna anécdota que pusiera de manifiesto su locura por la perfección. En esta ocasión, se ha contado que en una famosa secuencia en la que Richard Widmark (el protagonista) junto a otros civiles espera la salida de una autoridad de una casa de postas en pleno Monument Valley, Ford les obligó a permanecer de pie más de tres horas, al sol, hasta que las sombras de sus cuerpos alcanzaron la longitud que, a su juicio, era la adecuada.

Con esta película, el director más oscarizado de la Historia del Cine, demostraría a sus detractores que eran absolutamente inciertos los rumores que circularon en torno a su persona, que le acusaban de racista. De hecho, John Ford, y Raoul Walsh fueron los únicos directores de cine acogidos por los indios Navajo en su propia tribu, en agradecimiento a la labor que ambos desempeñaron para dignificar el papel de los indios en la historia de América. En el lenguaje navajo, el nombre de Ford fue “Natani Nez”, que significa “el Guerrero Alto”; y el de Walsh, “Etsua ya apenta”, mucho más bonito y descriptivo que el anterior, que se traduciría por “El águila del cielo de la mañana”.

Con este trabajo de autor, despedida del genial cineasta del mundo del western, muchos espectadores recordarán la famosa Bailando con Lobos de Kevin Costner; una película buena (indudablemente buena), pero con la que nadie debería conformarse conociendo
la existencia de El Gran Combate.



























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