jueves, 24 de mayo de 2007

DÉJÁ VU. TONY SCOTT

Acción trepidante de ritmo vertiginoso y un derroche de efectos especiales imposibles constituyen la atractiva oferta de esta espectacular cinta de Tony Scott. Unos reclamos certeros que tratan de paliar la evidente fragilidad de su guión que, cortado de una idea brillante, se afana y consigue desembarcar en ninguna parte. De fondo, un homenaje a la población de Nueva Orleáns y el temor hollywoodiense de llamar a las cosas por su verdadero nombre: Desidia.

Es posible que los cinéfilos seamos los seres que mayor número de “déjà vu” llegamos a experimentar a lo largo de nuestra vida. La culpa es de demasiados productores, realizadores y, sobre todo, guionistas contemporáneos que, a falta de ideas propias, no dudan en recurrir a viejos trucos que a otros les funcionaron en el pasado. Cuando se dan estos hechos, la crítica conviene unánimemente en calificar el manierismo resultante como “guiño” o como “plagio”, atendiendo, normalmente, al nombre del director que firma la película. Siempre hay excepciones, véase el caso de Brian de Palma, en el que todavía no se han puesto de acuerdo.

En la historia que nos ocupa, los críticos americanos han encontrado referencias cinematográficas procedentes de la mítica Laura de Otto Preminger. Un dato en el que no me entretendré por motivos obvios: ni a Tony Scott le importan un pimiento los argumentos de sus películas ni a mí tampoco. Su peculiar universo está fundamentado en otros aspectos. Creo que fue Robert Altman quien dijo que el cine actual era lo más parecido a un vídeo-clip, claro que, no señaló a nadie.

“Si supieras que no te van a creer al comentar un argumento ininteligible al que tú misma no encuentras sentido, ¿qué harías?”. Para seguir los designios de la película, mi respuesta es que “lo intentaría”. Una ardua tarea si tenemos en cuenta que nos enfrentamos a un guión “abierto”, entendiendo por tal, aquél en el que, ofreciéndose multitud de posibilidades, siempre termina sucediendo lo que no cubre las expectativas mínimas del espectador medianamente crítico.
Sólo me pregunto de qué tamaño sería la piedra que arrojaron al río, capaz de lograr no sólo que éste perdiera su cauce, sino también que moviera el continente. Resulta demasiado cruel pedir a los guionistas de la Disney que aprendan a discernir entre los viajes en el tiempo y los vuelos en alfombra, pero –digo yo- que no ha de ser tan difícil recomponer un relato que ellos mismos han descompuesto. Lo lograron los responsables de Regreso al Futuro, los de Los Pasajeros del Tiempo.....
El resultado es un producto cercano a la delirante The Jacket de John Maybury, que ni entiende el protagonista, ni el público, ni el lumbreras que avala el libreto.

Insisto en que a Tony Scott todo esto le importa lo mismo que a mí el encaje de bolillos, es decir, absolutamente nada. El cineasta sigue luchando para vencer su agorafobia fílmica, y es que cada vez que rueda en espacios abiertos, se asegura de realizar cerramientos a cal y canto con una infinidad de elementos arquitectónicos, a veces, inexistentes en el propio plano, hasta conseguir que el espectador tenga la sensación de haber sido engullido por una chimenea. De ahí que la lista de los miembros que componen la dirección artística de este filme sea interminable.

Con eso y con todo, me cae bien este licenciado en Bellas Artes, por una simple cuestión de empatía: si yo tuviera que filmar un escena de cama, también lo haría a tres milímetros escasos de los actores, más que nada, para crispar los nervios de quienes vieran la película. Cuando él lo hace, es imposible distinguir una nariz de una mano o de otra cosa. Incluso tiene un truco infalible para despistar a aquellos que disfrutan de una especial agudeza visual: echar niebla. ¿También tiene pundonor fílmico?.

Indudablemente, lo que sí tiene es querencia a sus comienzos. Al hacerle un videoclip a George Michael, descubrió que un hombre guapo, con gafas de sol, se convierte en interesante y, desde entonces, no ha dejado de repetir el invento: Tom Cruise en Top Gun, Kevin Costner en Revenge, Denzel en El Fuego de la Venganza.

Dentro del reparto (excelente casting), nos encontramos con un Val Kilmer –con cara de hogaza- que sigue creyéndose la estrellita (que hace tiempo dejó de brillar) “de talento sólo superado por el número de ceros (a la derecha) de su cuenta bancaria” (esto lo dijo Robert de Niro). Con una chica guapa (¿importa su nombre?), con el encantador Denzel, del que no puedo hablar con objetividad (me gusta demasiado) y con Jim (a veces, James) Caviezel, quien se niega a aceptar papeles que incluyan escenas de sexo, pero no le importa ser el terrorista que envía a 543 personas (mi pueblo entero) a mejor vida. ¡Curiosa visión del catolicismo!.

Por su oposición a la Administración Bush, Robert Altman, el último rebelde, contó con serias dificultades para financiar sus últimas películas. Un problema que resulta familiar a directores como Oliver Stone o Spike Lee. Por ello, no es extraño que la conjunción Scott- Bruckheimer haya elaborado esta chorrada enrevesada para evitar tener que decir que la tragedia de Nueva Orleáns demostró claramente la desidia de un gobierno más preocupado en abarrer en las casas ajenas que en barrer la propia.

En cualquier caso, “Satán razona como un hombre, Dios piensa en la eternidad” y ésta es una producción de guión incasable y director “agorafóbico”, candoroso y videoclipero que, sin embargo, consigue entretener.Un mérito importante.

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