jueves, 24 de mayo de 2007

APOCALYPTO

Si La Provocación se personificara, fijaría su residencia en USA, sería católica de ascendencia irlandesa y, dotada de un bonito trasero, atendería al nombre de Wíinik Ma’ Ki’ imakkun óol en lengua maya, (¿se puede traducir esto por “el indeseable”?).
A pesar de los pesares, Apocalypto pertenece a un tipo de cine de excelente calidad, que cautiva desde el primer fotograma, no concede tregua, inquieta y emociona, por lo que debería plantearse seriamente la supresión de algunas escenas que obligan a cerrar los ojos. La filmografía de Gibson será perfecta cuando deje de producir efectos secundarios, tales como nauseas y mareos, en el espectador.
Mel Gibson, ese mal actor, ese gran director que tantas cosas, tan interesantes, tiene siempre que contar.
La armó con La Pasión de Cristo, y cuando fue acusado de realizar una versión “gore” del Nuevo Testamento y de culpar a la comunidad judía de la muerte del Nazareno, la Iglesia cristiana (la de Roma, también) le procuró su amparo, el Evangelio según San Juan le dio la razón y Poncio Pilato continuó lavándose las manos en público evento. Si no hubiera olvidado a una de las tres Marías, la de Cleofás, el suyo habría sido el quinto evangelio, pero como dijo Wilder, nadie es perfecto.

En esta ocasión, vuelve a generar la polémica al ofrecer lo que se considera una visión sesgada sobre la población maya, anteponiendo su crueldad y obviando que se trata de una de las grandes civilizaciones de la América precolombina. Vamos, que no es probable que obtenga un sa’at si’ipil (indulto) para regresar a Méjico.

En defensa del cineasta neoyorquino-australiano, se puede argumentar que, al situar la acción en los días previos a la llegada de los españoles, lo único que queda de la antaño floreciente civilización maya es una cultura prácticamente extinguida, que no representó ningún peligro para los conquistadores. Un pueblo, en efecto, auto-aniquilado, tal y como se indica en la película.
A falta de referencias cronológicas exactas y de localizaciones geográficas concretas, se puede suponer que se está relatando un episodio de rivalidad entre ciudades independientes existentes en esta época (quichés, zutuhiles, mames), las llamadas guerras floridas que tenía por objeto la captura de hombres vivos para ser sacrificados a los dioses, como se recoge en las estelas mayas y en los frescos de Bonampak. Un ejercicio espantoso en el que basaron la razón de su existencia los temibles aztecas, verdadera pesadilla de los hombres barbados.

Por otra parte, el director también muestra la herencia de sus altos conocimientos arquitectónicos y astronómicos, que habían alcanzado su esplendor seis siglos atrás, en el Antiguo Imperio Maya. En el siglo XVI, ni siquiera existen las grandes ciudades-estado del Nuevo Imperio, que han sido arrasadas por disputas internas; aun así, se nos acerca a la “ciudad de piedra”, con su sistema político jerarquizado, sus principales monumentos, su fanatismo religioso y su precisión matemática en la predicción de eclipses.

Tampoco es ajeno a las apasionantes leyendas del Popol Vuh (escritas en maya quiché), ni a la milenaria profecía que auguraba un nuevo comienzo seguido de quinientos años de oscuridad, que les obligó a ocultar a sus ancianos en lo alto de las montañas, en el interior de las selvas, para preservar una sabiduría que ha llegado hasta nuestros días. (No iban mal encaminados, los del Viejo Mundo les quemaron más de trescientos códices).

Es decir, que al cine de Gibson le sobran imágenes explícitas siempre, pero nunca le ha faltado escrupulosidad.

Sin embargo, sí que se echan de menos algunos datos históricos que permitan cerrar el guión y, de paso, cultivar al respetable. Por ese motivo, al salir del cine, son múltiples las dudas que asaltan a los curiosos-ignorantes como yo, tales como ¿quién es el conquistador, Francisco de Montejo, año 1527 de Nuestro Señor?, ¿Ciudad de Piedra es Technotitlán?, ¿la “fuerza brutal desconocida” de la que hablan es la de los aztecas?. Unas preguntas que no hallan respuesta en el “Cómo se rodó”, por lo que volvemos al punto de partida, a la cita del historiador William Durant que vale para “casi” todos los casos (evidentemente, Mr. Gibson, saber que “Una gran civilización no se conquista desde fuera si no se ha destruido a sí misma desde dentro” no justifica la permanencia de los Estados Unidos de América en el Irak del siglo XXI).

Y poco más se le puede reprochar, quizás (para continuar con la polémica del Yucatán), la contratación de un indio estadounidense que da vida a un indio maya, como hiciera Rob Marshall (china en vez de japonesa) en Memorias de una Geisha. Por lo demás, a nivel cinematográfico, la dirección es perfecta; la producción, impecable; la dirección artística, inmejorable; todas las interpretaciones, soberbias; el vestuario, artesanal; la fotografía, sobrecogedora; el montaje, especialmente angustioso, y la historia narrada, el más valiente legado que un pueblo pudo heredar, el único que da sentido a cualquier vida, el que alienta, el que anima a levantarse... y a luchar.

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