jueves, 24 de mayo de 2007

LA DALIA NEGRA

También debo la inspiración de esta crítica a un gran amigo. Siempre le estaré agradecida por mostrarme, de manera diferente, el maravilloso mundo del cine.




A pesar de ser una superproducción fechada en 2.006, La Dalia Negra es una imponente muestra del Cine Negro de los años cuarenta; un género cinematográfico por excelencia, que debe su nombre a una invención de los críticos de Cahiers du Cinema. En esta película se dan cita algunos de los mejores elementos del cine de Brian De Palma, aunque también se incurre en el peor error del cineasta: partir de una idea brillante para conseguir un desarrollo sobresaliente, y rematar la faena con un final que no convence, muy alejado de la maestría del genio inglés del suspense, tantas veces perseguida por quien firma esta cinta.


Todas aquellas personas que, tras el primer visionado, consigan configurar un esquema mental exacto del argumento completo de esta película, gozan, desde este mismo momento y para siempre, con toda mi admiración. Me tranquilizaría saber que James Ellroy escribió algunos capítulos en estado de embriaguez, como confesó haber hecho Raymond Chandler en El Sueño Eterno, pero me conformo al pensar que existe juego sucio en el planteamiento, cabos imposibles de atar, engaño, o simplemente un componente básico inherente al cine negro: la complejidad de sus argumentos.

Efectivamente, nos hallamos ante un torrente de ambiguas tramas auxiliares que, sin previo aviso, confluyen en una infinidad de nombres y apellidos, para desembocar en una única base argumental, el asesinato de la Dalia.

Betty Short –personaje real- sería el referente clásico de “Holly se lo monta en Hollywood” –personaje ficticio- de Doble Cuerpo de 1.984, del mismo director. El repetido relato de una aspirante a actriz que se equivoca de puerta y entra en un mundo sórdido y poco recomendable.

La vida de este personaje –y la de todos- se describen a través de los diálogos. Unas conversaciones imprescindibles e impresionantes que nunca son pronunciadas al azar, y sí como parte fundamental de un todo revelador.

Su trayectoria profesional se nos muestra en blanco y negro, con la proyección de sus pruebas de casting, en las que el investigador adopta el rol de “intruso”, al más puro estilo de La Ventana Indiscreta.

Su muerte, convierte al espectador en testigo indirecto, gracias a un impactante plano imposible: a nadie le habría gustado estar en aquel colchón impregnado por su sangre.
Como el crimen se enmarca en el ámbito cinematográfico, son continuas las alusiones realizadas al mundo del celuloide. Se menciona en numerosas ocasiones al productor David O. Selznick, a Mack Sennett, o se recurre a La Dalia Azul, película protagonizada por Verónica Lake, por la que el novelista siente auténtica debilidad en la historia que adaptara Curtis Hanson para la pantalla: L.A. Confidential. Aunque quizás, el mayor paralelismo existente entre ambos argumentos, sea el que hace referencia a los traumas que arrastran sus personajes. Recordemos (por ejemplo) el papel de Russell Crowe, quien pierde los nervios ante los casos de malos tratos propinados a mujeres, y relacionémoslo con el papel de Aaron Eckhart, que abandona un importante caso para centrarse en capturar al asesino de la joven actriz.

El hallazgo del cadáver, se exhibe en un espectacular plano síntesis, que enlaza la trama principal con otra importante narración adyacente. En ambas escenas aparecen cuervos, como animales molestos e inoportunos, en un preclaro guiño a Los Pájaros.

Por último, no se puede concluir este apartado dedicado a Betty, sin hacer mención expresa al buen trabajo de Mia Kirschner en su interpretación de una mala actriz. Una curiosa paradoja.

Dicen los expertos del género, que toda buena película de cine negro requiere la presencia de una mujer que, sin ser la protagonista, siempre marca las pautas de la acción; y es aquí donde entra en escena la rubia de metro sesenta.... ¡y de qué manera lo hace!. Un originalísimo movimiento de cámara revolotea a su espalda, la aborda por el lado izquierdo y se fija en el ala de un sombrero, que se alza para pronunciar un indiferente hello! con voz ronca. Et voilà miss Johansson.

Más que una gran actriz, ella es un gran producto, que se forja en el momento en el que su madre la bautiza con el nombre de la protagonista de Lo que el Viento se llevó. Un mito que se mantiene gracias a manifestaciones inverosímiles, pero efectivas, como el funeral que dijo haber organizado para su pececillo de colores. Sin duda alguna, una indiscutible diva, dentro y fuera de la pantalla, protagonista de “inventos” que ya ridiculizara el maestro Lubistch en Ser o no Ser.

Sin embargo, la verdadera estrella (las femmes fatales son siempre morenas) es Hilary Swank. ¡Pobre niña rica!. A veces, frágil y desprotegida; a ratos, despiadada y letal, con una caracterización y dentro de una actuación que recuerdan sospechosamente a la italiana Alida Valli, al protagonizar en 1.947 El Proceso Paradine, de ¿cómo no? Alfred Hitchcock.

Dentro de este metraje, de importantes valores técnicos, es necesario llamar la atención sobre su montaje, pieza clave en las mejores películas de De Palma.
Tampoco ha faltado una fotografía excepcional, fiel a los clásicos claroscuros del género, oscilando insistentemente entre las sombras y las luces difuminadas. Una fotografía en la que se han sabido colar, de manera muy acertada, imágenes captadas a través de persianas o entre las barandillas de la escalera de la extraña familia, a la que conoceremos por medio de un premonitorio plano subjetivo.....

Y hasta aquí puedo escribir sobre la historia de un homenaje al cine clásico realizado en el siglo XXI. Una película que hará disfrutar a los amantes de este género, de la complejidad y de los cabos sueltos. Para mi gusto, demasiados.

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