viernes, 25 de mayo de 2007

LO QUE PIENSAN LAS MUJERES.


“El marido ideal debería seguir siendo un poco desconocido.
Alguien con quien tienes relaciones que cada día quieres renovar”.

Tras seis años de matrimonio, llegamos al momento exacto en el que los lunares se transforman en verrugas, el apelativo cariñoso de “gordi”, con el que tu chico te nombra, empieza a parecerte terriblemente inadecuado, y el pellizquito en el moflete que te arrancaba una sonrisa (¡Ay, tonto!), se convierte en una mirada de reojo (¿Será tonto?).
Un peldaño más arriba, te acecha la crisis en la que necesitas imperiosamente volver a ver a tus amigas para compartir experiencias y secretos. El lugar de reunión será, posiblemente, un pub o una cafetería, pero en la década de los Cuarenta.....................

................. Jill Baker se reúne con su séquito personal en el “Lavabo de Señoras”, ese espacio en el que “el hombre nunca puso un pie”.
Estar en una fiesta de la Alta Sociedad y abrir la puerta de uno de esos tocadores, debía ser algo parecido a caer por el hueco del tronco de Alicia. Estancias amplias pero acogedoras, suntuosas, de enormes espejitos mágicos, en las que fácil era encontrar una camarera que supiera limpiar la mancha de tu escote o pasarte un pespunte al vestido. Lugares ideales para la celebración de asambleas femeninas.
Aquella noche, la orden del día se centraba en solucionar los trastornos físicos de Jill, y la postura unánime a la que se llegaba, la visita a un psicoanalista.

El doctor Vengard, (Alan Mowbray), es uno de los mejores profesionales de la ciudad. Su SUTILEZA para tratar temas embarazosos, hace que las damas más nobles le visiten y recomienden. Cada vez que interroga a una paciente sobre su edad, procede a anotar en el historial de ésta el número que se le indica acompañado de un signo interesante: ¿24?. De todos es sabido, que el año de nacimiento de una dama no interesa y que, cuando ésta lo revela, su confesión no puede ser rebatida, sólo cuestionada en silencio. Tampoco es imprescindible este dato, porque el astuto médico no tardará en averiguar toda la verdad con un certero giro en las preguntas.

El desencanto de Jilly, fruto de un matrimonio tan monótono como convencional que nada le aporta, desaparece el día que Alexander Sebastian (Burgess Meredith) entra en su vida. La ELEGANCIA y el excentricismo que caracterizan al mediocre pianista, serán capaces de alimentar sus ilusiones, cambiando el molesto “quics” por un prometedor “fue” de la única manera que un hombre podría hacerlo: prestándonos atención.

Por su parte, el hasta entonces aletargado señor Baker (Melvyn Douglas), reputado miembro del mundo de los negocios, no dudará en usar su IRONIA al aplicar “una táctica nueva” encaminada a realizar la mejor venta de su vida.

Mientras estos personajes cotidianos elaboran la que sería considerada “inimitable prototipo de la comedia de enredo”, la psicología femenina, verdadera protagonista del argumento, consigue ser tratada con una DELICADEZA exquisita. Con frecuencia, cuando no sabemos reconocer nuestros fantasmas ni modificar las conductas que los crean, éstos terminan somatizándose. Es ese “algo que va y viene”, difícil de explicar, que se traduce en ataques agudos de hipo en la protagonista; una Queenie O’Brien cuyo repertorio de nombres artísticos sólo fue superado por el de maridos.

Y al aparecer el caso extremo en el que una situación insostenible da paso a un estado límite –ya sabes, ése en el que se confunde al amor oficial con el lío clandestino- la única salida airosa posible es la de adoptar el acuerdo mutuo e irrevocable de: ¡¡¡Divorciémonos!!!; exclamación que ya popularizara en 1.925 el mismo director.

La historia original, escrita en Francia, supuso una garantía de éxito en el cine mudo y en teatro, donde contó con numerosas reposiciones. Sin embargo, y a pesar de existir tan gratos antecedentes, la película de 1.941, que se comercializó con frases poco afortunadas como “El capricho de una mujer, a punto de causar su propia infelicidad”, se convertía en un estrepitoso fracaso de taquilla.
Uno de sus responsables, Sol Lesser, quizás de manera premonitoria, rehusaba figurar en los títulos de crédito finales, las pérdidas económicas generadas fueron cuantiosas y, poco tiempo después, la productora que le hizo ver la luz se disolvía.

Años más tarde, este metraje alcanzaría el lugar privilegiado que siempre le correspondió en el Universo Cinéfilo: No fue fácil ignorar la “insuperable forma de dirigir” de quien sabía mezclar –sutilmente- la –ironía- con la –elegancia- y hacerlo, además, de forma –delicada-. Tal vez por ello, este producto era imperecedero desde el mismo momento de su filmación. No en vano, la cinta llevaba impreso lo que los expertos conocían como “el toque Lubitsch”......................

.................. Sesenta y cinco años después, un cuarteto de casadas, convocado en un centro comercial cualquiera, se dedica a comentar esta película, que bien podría hallarse entre los estrenos de la semana. Su temática, de rabiosa actualidad, nos lleva al convencimiento de que poco se puede hacer para combatir las interminables, a la par de peculiares, desatenciones masculinas; motivo más que suficiente para agradecer que, en todas las épocas, haya habido hombres que realmente sabían y tenían en consideración “Lo que piensan las mujeres”.


Con mi eterna admiración hacia la inigualable, exótica y
Magnífica Actriz Merle Oberon.
Por la búsqueda incansable de ese concepto abstracto y subjetivo llamado “Felicidad”.

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