viernes, 25 de mayo de 2007

LA REINA DE NUEVA YORK

WILLIAM A. WELLMAN, 1.937.
“Nueva York, la ciudad en la que hasta la verdad, al contacto con la tierra, se vuelve más falsa que un ojo de cristal”.

Algunos críticos de los años treinta popularizaron la creencia de que Hollywood había transformado a una morena vulgar en la rubia más sofisticada. Se referían a Carole Lombard, cuya elegancia era evidente, y a la que la fama de “vulgar” le venía, lógicamente, no por el color de sus cabellos, y sí por el lenguaje que empleaba para bromear con sus compañeros de reparto.
La indiscutible Reina de la Comedia, protagonista de títulos míticos como Ser o no Ser, o Al Servicio de las Damas, (por el que sería nominada), tuvo que hacer gala de ese gran sentido del humor que la caracterizaba para compartir pantalla con un actor al que despreciaba, Fredric March, en Nothing Sacred.
El guión de esta película, -basado en una obra que había sido publicada en una importante revista de la época-, se escribió íntegramente en un tren y estaba ideado, precisamente, para ser interpretado por la actriz. El argumento, repleto de sátira social, ya en 1.937 hablaba de personajes que venden historias inventadas a la prensa para ser famosos, de medios de comunicación que no contrastan la información recibida porque su única preocupación es la de imprimir titulares sensacionalistas, y de la extraña vibración morbosa que este tipo de chismes provocan en la población.

Con este componente básico, el salvaje Bill (William Wellman), diseñó un producto en la línea de las conocidas comedias “screwballs”, en el que no faltó una ácida crítica a los habitantes de Vermont ni un insinuante trasfondo sensual. Una película que, a pesar de llevar a los extremos la recurrente “batalla de sexos” y de contener la discusión más memorable de la Historia del Cine, nunca llegó a tener la consideración de otras comedias de la década como Un Gran Reportaje o La Fiera de mi Niña.
El reparto, -que contuvo una de las mejores actuaciones de la rubia espectacular, que logró eclipsar, incluso, a un astro llamado March, dentro y fuera de la pantalla-, contó con atractivas apariciones estelares, como la del cómico alemán Sig Rumann (por quien David O. Selznick sentía debilidad), la bruja perversa de El Mago de Oz y la “mami” de Lo que el Viento se Llevó; trabajos que a ambas les llegarían dos años más tarde.
A nivel técnico, sus principales aciertos residen en la utilización de la novedosa fotografía en color, en la música original de Oscar Levant que emulaba a los grandes musicales de Broadway, en el estrafalario vestuario diseñado por Walter Plunkett para sus heroínas, y en el toque personal que le aportó a la cinta Cameron Manzies como director de la segunda unidad.

La historia fracasó en 1.953 en teatro, y fue llevada de nuevo al cine en 1.954 en una curiosa versión que, bajo el título de Viviendo su Vida, fue protagonizada por Jerry Lewis.


La Reina de Nueva York, Carole Lombard, perdió la vida en un terrible accidente de aviación en 1.942. Sólo tenía 33 años. Dejó un viudo famoso, Clark Gable, un total de 75 películas (no pudo asistir al estreno de la última), y uno de los mayores talentos que ha conocido el Séptimo Arte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ser crítico de cine no es nada fácil (al menos ser un buen crítico de cine) al contrario de lo que la gente piensa. Hay que ver muchas cosas buenas de toda la historia, hay que ver muchas cosas malas también. Tener claro lo que se piensa y cómo se argumenta. Arriesgarse. Vivir en la escritura de lo que criticas y sentirte cómodo en esas letras. Estás en el camino perfecto para conseguir ser alguien que lleve fotogramas en lugar de glóbulos rojos y la esencia del arte grabada en un corazón literario.
Un beso, sigue así.
César