miércoles, 30 de mayo de 2007

PIRATAS DEL CARIBE: EN EL FIN DEL MUNDO

En muchas ocasiones, las críticas son directamente proporcionales a las películas que las inspiran, y ésta de "Piratas" da poco frío o calor.... más bien, indiferencia.
Mejor tomárselo con filosofía: ¡Ay si Michael Curtiz levantara la cabeza....!. A fin de cuentas, reencontrarme con el perro, era el único motivo de mi preocupación. Poco más me importa de este ¿desenlace? de la saga.
Casi como un axioma, las terceras partes de una saga suelen superar, con frecuencia, a las primeras, y siempre a las segundas. Encontramos un referente cercano en El Retorno del Rey. En el Fin del Mundo, decapitada la gallina de los huevos de oro, la manifiesta descompensación existente entre un guión endeble y el virtuosismo técnico que lo acompaña, resulta estrepitosamente evidente. De fondo, la consolidación de unos indefinidos personajes que ya cuentan con nombre propio en la historia del séptimo arte.
De las profundidades, emergente,/ El Hidalgo de los Mares/ purga su deuda pendiente/ con El Mundo en Sus Manos,/ amarrando presto el timón,/ ya se atisba en lontananza/ al Temido Burlón/ Su Majestad de los Mares del Sur,/ por todos conocido como El Capitán “Bloom”/.

Vergüenza ajena que sentiría Espronceda de mí. La misma que arrebolaría a Raoul Walsh (él, que tan bien medía los tiempos) ante el cúmulo de despropósitos apadrinados por el “genial” artesano que repite tras las cámaras. ¡Ay si Michael Curtiz alzara la cabeza!. Si Robert Siodmak hubiera contado con la mitad de posibilidades técnicas en su época. Si Jacques Tourneur hubiera dirigido a la Knightley. Si Byron Haskin se llega a encontrar con este pastel. Qué derroche de efectos especiales y qué falta absoluta de imaginación.
¿Habrán oído hablar los guionistas de Borden Chase?


Pero vayamos por partes. Los cocoteros aún no dan castañas. Los continuos pactos y traiciones, y la creación de un personaje homosexual, constituyen aciertos innegables del guión. ¡Y nos reencontramos con el perro!, causa de mi única alegría y máxima preocupación.


Más que fascinar, La Maldición de la Perla Negra, gratamente, sorprendió. Las aventuras de abordaje eran rescatas de los abismos fílmicos; sus desventuras, volvían a conquistar, y el viraje dado hacia el género fantástico, sin convencer, no llegó a disgustar. De esta manera, asistimos emocionados a la apertura del Hombre del Cofre muerto (¿o era al revés?), que, básicamente, se dedicó a defraudar. Una imperdonable concepción del guión situaba la acción en tres escenarios diferentes, para el lucimiento de sus principales protagonistas y tortura del espectador. Al salir del cine, con el cerebelo hirviente, pocos reconocieron al Capitán Barbossa.... ni a la madre que lo parió.


Ésta que suscribe, se negó a soltar amarras y, con la finalidad de evitar un anunciado hundimiento, se dispuso a repasar las ambas dos primeras partes, para no perderse en alta mar. Se perdió y naufragó. Digamos que, En el Fin del Mundo, los guiones no son enrevesados, sino ininteligibles. Con una premeditada confusión, profusión y difusión de ideas, Elliott y Rossio sólo dan opción al disfrute de un producto meramente visual. El impactante inicio se diluye en la brisa de Singapur nada más zarpar, se sumerge en la inmensidad de su propia incongruencia argumental, tímidamente emerge en la esperada Asamblea de Hermanos y, marcando rumbo hacia buen puerto, encuentra un insalvable acantilado al navegar.


El catalejo, ahora, permite vislumbrar una efectista espectacularidad sin límites, envuelta en tres horas interminables de metraje, en las que buceamos para sólo hallar una pequeña escena-tesoro, dos imágenes hermosas y tres frases que no me resisto a mencionar.

La primera de ellas, enviada al director: “¿Creéis que lo tiene todo planeado o va improvisando sobre la marcha?”. La segunda, reservada al desenlace: “El mundo sigue siendo el mismo, pero con menos alicientes”. Y la tercera, que honra a Depp: “Ninguna causa está perdida mientras quede un insensato dispuesto a luchar por ella”. ¡Pobre Johnny!, objeto principal del homenaje que se realiza a Fantasía. Peor es el ofrecido a La Sirenita, con esa ENORME diosa Calipso imitando a la burbuja, digo, a la bruja Úrsula del mar.

La escena no es otra que la emersión del Holandés Errante... y su flamante almirante. Las imágenes, una moneda flotante y ese barquito, en un manto de estrellas que, en absoluto silencio, surca la mar. La memoria cinéfila nos arrastra hasta la relajante nave espacial de Kubrick sin vals, y a una precipitada apreciación: En el Fin del Mundo, ¿tampoco se propaga el sonido?.


Con respecto al reparto, copio de mis anteriores críticas. Excelente Geoffrey Rush. Orlando, un primor. No sería justo que Jack Sparrow eclipsara al actor, en detrimento de las magníficas interpretaciones obtenidas bajo las órdenes de Tim Burton. Y Keira Knightley, técnicamente perfecta, pero con una alarmante carencia de cloruro de sodio en vena. Añado que el sombrero de china le sienta muy bien, y subrayo las acertadas actuaciones de Stellan Skarsgard (el Goya de Milos Forman) y de Keith Richards (el guitarrista de los Rolling Stones).

Y no, no me quedé en el cine para ver la falsa despedida de “después de” los títulos de crédito finales. Ésta, que cada semana os piratea el tiempo, se niega a escribir sobre una cuarta parte. Claro que, por 9 reales de a 8.... ¿quién sabe?.

viernes, 25 de mayo de 2007

LA BURLA DEL DIABLO

1.953. JOHN HUSTON.




Cinco insólitos personajes, de distintas nacionalidades, se dan cita en una ciudad costera de Italia. El barco en el que han de zarpar con destino al corazón de África, sufre una demora considerable por cuestiones técnicas... y por las borracheras perennes de su capitán. Aunque, la verdad es que, en este proyecto, el capitán no sería el único que empinara el codo sin tiento.

John Huston se embarcó de mala gana en la historia. Es posible que sólo accediera porque era un proyecto que le debía a su amigo Bogey, porque él mismo le incitó a comprar los derechos cinematográficos al novelista James Helvick años atrás, y porque, además, el actor corría con los gastos de la mitad de la producción. Una vez iniciado el rodaje, se contrató a Truman Capote para cambiar el final.

A partir de ese momento, Huston, Bogart, Capote formaron una mezcla explosiva, y el primero se fue animando. Utilizaban las noches para perfilar el guión, en medio de partidas de póquer interminables y de juergas que se prolongaban hasta el día siguiente. La claqueta, por lo tanto, no bajaba hasta pasado el mediodía.

En una de esas noches de desenfreno, sufrieron un accidente de tráfico, Bogart se partió la boca y el rodaje se suspendió hasta que estuvo disponible su dentadura postiza. No se sabe si ésta fue la causa por la que el protagonista de El Sueño Eterno nunca aprendiera a pronunciar el apellido de Gina.

Ésta sería la última colaboración entre Huston y Bogart, después de haber trabajado en películas memorables de la historia del cine como El Tesoro de Sierra Madre, La Reina de África o Cayo Largo, que contó con el guión del gran director Richard Brooks. Una fructífera carrera y una gran amistad que se había iniciado en El Halcón Maltés. Una “simbiosis” perfecta. Huston encumbró al actor cuando su, hasta entonces, mediocre trayectoria estaba prácticamente terminada. Bogart, por su parte, se convirtió en el intérprete ideal de los complicados personajes del cineasta.

Los exteriores de Beat The Devil fueron filmados en una ciudad medieval al sur de Nápoles. Algunas de sus mejores escenas se tomaron en una pintoresca villa del siglo XI, que había albergado los amores de la Divina Greta Garbo con el director de orquesta Leopold Stokowski, y que fue residencia del escritor D.H. Lawrence. El producto se terminó en unos estudios británicos.

Dentro de un importante reparto internacional, la contratación de Gina Lollobrigida suscitó suspicacias y recelos, que desaparecieron ante los muy merecidos elogios que le dedicó la crítica estadounidense. Por su parte, Jennifer Jones, una actriz sin carácter, especialmente melsa, eterna Bernardette, con unos labios imposibles de doblar, siempre consiguió brillantes actuaciones bajo las órdenes de Huston (We Were Strangers y Adiós a las Armas), que contrastaron con las que realizó cuando su suerte se puso en manos de King Vidor. Es más que posible que la insolencia de Truman Capote tuviera algo (o mucho) que ver con la peluca rubia que se le acopló en esta historia.

También rubio, Peter Lorre, perfecto secundario, conseguiría imprimir solidez al film.
Como anécdota (una de las miles que se podrían contar), diremos que Bogart estuvo doblado en algunas escenas por un desconocido llamado Peter Sellers, el mismo que, años más tarde, se negaría a compartir un plató con el dios Wilder.

Según el director, esta película, -“que se basó en una fórmula en la que todo es ligeramente absurdo”-, se adelantó a su época. No le faltaba razón. La perspectiva que da el tiempo (“¿Qué es el tiempo?, un canalla”, que dice Peter Lorre) lo corrobora. Huston se lamentó de que Bogey ya no estuviera para verlo.

En su época, la crítica de esta “aventura descarada” (frase con la que se comercializó), sostuvo que sólo se trataba de una parodia de El Halcón Maltés. Tampoco carecían de razón. En una historia burlona, de guión burlesco, montaje atropellado y banda sonora terriblemente pegadiza, Humphrey imitó al personaje de Sam Spade y la interpretación de Jennifer recordó a la de Mary Astor, su protagonista. Por otra parte, no faltaron divertidas referencias a Cayo Largo.
Y aquella envidiable y accidentada convivencia, que sólo pudo ser protagonizada por uno de los mejores directores, uno de los mejores actores y uno de los mejores escritores de todos los tiempos, terminó en una más que recomendable película, en la que, en efecto, se consiguió burlar al diablo.

LO QUE PIENSAN LAS MUJERES.


“El marido ideal debería seguir siendo un poco desconocido.
Alguien con quien tienes relaciones que cada día quieres renovar”.

Tras seis años de matrimonio, llegamos al momento exacto en el que los lunares se transforman en verrugas, el apelativo cariñoso de “gordi”, con el que tu chico te nombra, empieza a parecerte terriblemente inadecuado, y el pellizquito en el moflete que te arrancaba una sonrisa (¡Ay, tonto!), se convierte en una mirada de reojo (¿Será tonto?).
Un peldaño más arriba, te acecha la crisis en la que necesitas imperiosamente volver a ver a tus amigas para compartir experiencias y secretos. El lugar de reunión será, posiblemente, un pub o una cafetería, pero en la década de los Cuarenta.....................

................. Jill Baker se reúne con su séquito personal en el “Lavabo de Señoras”, ese espacio en el que “el hombre nunca puso un pie”.
Estar en una fiesta de la Alta Sociedad y abrir la puerta de uno de esos tocadores, debía ser algo parecido a caer por el hueco del tronco de Alicia. Estancias amplias pero acogedoras, suntuosas, de enormes espejitos mágicos, en las que fácil era encontrar una camarera que supiera limpiar la mancha de tu escote o pasarte un pespunte al vestido. Lugares ideales para la celebración de asambleas femeninas.
Aquella noche, la orden del día se centraba en solucionar los trastornos físicos de Jill, y la postura unánime a la que se llegaba, la visita a un psicoanalista.

El doctor Vengard, (Alan Mowbray), es uno de los mejores profesionales de la ciudad. Su SUTILEZA para tratar temas embarazosos, hace que las damas más nobles le visiten y recomienden. Cada vez que interroga a una paciente sobre su edad, procede a anotar en el historial de ésta el número que se le indica acompañado de un signo interesante: ¿24?. De todos es sabido, que el año de nacimiento de una dama no interesa y que, cuando ésta lo revela, su confesión no puede ser rebatida, sólo cuestionada en silencio. Tampoco es imprescindible este dato, porque el astuto médico no tardará en averiguar toda la verdad con un certero giro en las preguntas.

El desencanto de Jilly, fruto de un matrimonio tan monótono como convencional que nada le aporta, desaparece el día que Alexander Sebastian (Burgess Meredith) entra en su vida. La ELEGANCIA y el excentricismo que caracterizan al mediocre pianista, serán capaces de alimentar sus ilusiones, cambiando el molesto “quics” por un prometedor “fue” de la única manera que un hombre podría hacerlo: prestándonos atención.

Por su parte, el hasta entonces aletargado señor Baker (Melvyn Douglas), reputado miembro del mundo de los negocios, no dudará en usar su IRONIA al aplicar “una táctica nueva” encaminada a realizar la mejor venta de su vida.

Mientras estos personajes cotidianos elaboran la que sería considerada “inimitable prototipo de la comedia de enredo”, la psicología femenina, verdadera protagonista del argumento, consigue ser tratada con una DELICADEZA exquisita. Con frecuencia, cuando no sabemos reconocer nuestros fantasmas ni modificar las conductas que los crean, éstos terminan somatizándose. Es ese “algo que va y viene”, difícil de explicar, que se traduce en ataques agudos de hipo en la protagonista; una Queenie O’Brien cuyo repertorio de nombres artísticos sólo fue superado por el de maridos.

Y al aparecer el caso extremo en el que una situación insostenible da paso a un estado límite –ya sabes, ése en el que se confunde al amor oficial con el lío clandestino- la única salida airosa posible es la de adoptar el acuerdo mutuo e irrevocable de: ¡¡¡Divorciémonos!!!; exclamación que ya popularizara en 1.925 el mismo director.

La historia original, escrita en Francia, supuso una garantía de éxito en el cine mudo y en teatro, donde contó con numerosas reposiciones. Sin embargo, y a pesar de existir tan gratos antecedentes, la película de 1.941, que se comercializó con frases poco afortunadas como “El capricho de una mujer, a punto de causar su propia infelicidad”, se convertía en un estrepitoso fracaso de taquilla.
Uno de sus responsables, Sol Lesser, quizás de manera premonitoria, rehusaba figurar en los títulos de crédito finales, las pérdidas económicas generadas fueron cuantiosas y, poco tiempo después, la productora que le hizo ver la luz se disolvía.

Años más tarde, este metraje alcanzaría el lugar privilegiado que siempre le correspondió en el Universo Cinéfilo: No fue fácil ignorar la “insuperable forma de dirigir” de quien sabía mezclar –sutilmente- la –ironía- con la –elegancia- y hacerlo, además, de forma –delicada-. Tal vez por ello, este producto era imperecedero desde el mismo momento de su filmación. No en vano, la cinta llevaba impreso lo que los expertos conocían como “el toque Lubitsch”......................

.................. Sesenta y cinco años después, un cuarteto de casadas, convocado en un centro comercial cualquiera, se dedica a comentar esta película, que bien podría hallarse entre los estrenos de la semana. Su temática, de rabiosa actualidad, nos lleva al convencimiento de que poco se puede hacer para combatir las interminables, a la par de peculiares, desatenciones masculinas; motivo más que suficiente para agradecer que, en todas las épocas, haya habido hombres que realmente sabían y tenían en consideración “Lo que piensan las mujeres”.


Con mi eterna admiración hacia la inigualable, exótica y
Magnífica Actriz Merle Oberon.
Por la búsqueda incansable de ese concepto abstracto y subjetivo llamado “Felicidad”.

REBELIÓN A BORDO

La Rebelión a Bordo que hoy comento, es un remake del clásico de Frank Lloyd de 1.935, que la Metro-Goldwyn-Mayer convirtió en la superproducción más cara de la época, en 1.962. El desorbitado presupuesto incluyó la fabricación de carabelas auténticas (una de ellas todavía se conserva en Barcelona), y un suculento bocado del mismo, aproximadamente el treinta por ciento, fue a parar al bolsillo de Brando, astro indiscutible dentro y fuera de la pantalla.
Con un enorme y espectacular despliegue visual, apoyado en su excelente fotografía, el resultado nunca se tradujo en beneficios económicos satisfactorios. Por el contrario, fue tal el descalabro sufrido por la productora, que poco tiempo después se acababa con el sistema de estudios imperante en Hollywood, consistente en el mantenimiento de personal en plantilla. A esta decisión contribuía la película Cleopatra, rodada un año más tarde y que arruinaría a la Fox.

Dirigida por Lewis Milestone un “artesano”, (calificativo con el que los cinéfilos definen a los no autores, a los realizadores que trabajaban por encargo), y por Carol Reed en algunas escenas, la crítica fue unánime al considerar la actuación de Marlon Brando como la peor de su carrera. Se habló de un actor caprichoso y déspota que, muy lejos de acatar órdenes algunas de la dirección de la película, interpretó al personaje según su propio criterio. Tampoco fue bien considerada la actuación de Trevor Howard ni los toques cómicos que se añadieron al Capitán Blight, que restaban dramatismo a la obra maestra de los años treinta.

Como anécdotas y curiosidades, se puede contar que la segunda mujer de Brando formó parte del reparto de la película del 35, mientras que en esta nueva versión, el actor encontró a la que sería la tercera de su colección de esposas, una indígena llamada Tarita. No sería el único miembro del equipo que se llevara un souvenir de la paradisíaca isla en la que se rodó el filme.
Con posterioridad, Mel Gibson y Anthony Hopkins protagonizarían la tercera versión de esta historia de barquitos, de la que muchos preferimos no hacer comentario alguno.
A pesar de los pesares, y con la perspectiva que da el tiempo, se puede llegar a la conclusión de que Mutiny on the Bounty (título original de esta película) nunca mereció el trato recibido ni la comparación despiadada que se le hizo con su predecesora. Claro que, también es cierto que la crítica no siempre es justa y que el público, en la mayoría de los casos, resulta imprevisible.

LA REINA DE NUEVA YORK

WILLIAM A. WELLMAN, 1.937.
“Nueva York, la ciudad en la que hasta la verdad, al contacto con la tierra, se vuelve más falsa que un ojo de cristal”.

Algunos críticos de los años treinta popularizaron la creencia de que Hollywood había transformado a una morena vulgar en la rubia más sofisticada. Se referían a Carole Lombard, cuya elegancia era evidente, y a la que la fama de “vulgar” le venía, lógicamente, no por el color de sus cabellos, y sí por el lenguaje que empleaba para bromear con sus compañeros de reparto.
La indiscutible Reina de la Comedia, protagonista de títulos míticos como Ser o no Ser, o Al Servicio de las Damas, (por el que sería nominada), tuvo que hacer gala de ese gran sentido del humor que la caracterizaba para compartir pantalla con un actor al que despreciaba, Fredric March, en Nothing Sacred.
El guión de esta película, -basado en una obra que había sido publicada en una importante revista de la época-, se escribió íntegramente en un tren y estaba ideado, precisamente, para ser interpretado por la actriz. El argumento, repleto de sátira social, ya en 1.937 hablaba de personajes que venden historias inventadas a la prensa para ser famosos, de medios de comunicación que no contrastan la información recibida porque su única preocupación es la de imprimir titulares sensacionalistas, y de la extraña vibración morbosa que este tipo de chismes provocan en la población.

Con este componente básico, el salvaje Bill (William Wellman), diseñó un producto en la línea de las conocidas comedias “screwballs”, en el que no faltó una ácida crítica a los habitantes de Vermont ni un insinuante trasfondo sensual. Una película que, a pesar de llevar a los extremos la recurrente “batalla de sexos” y de contener la discusión más memorable de la Historia del Cine, nunca llegó a tener la consideración de otras comedias de la década como Un Gran Reportaje o La Fiera de mi Niña.
El reparto, -que contuvo una de las mejores actuaciones de la rubia espectacular, que logró eclipsar, incluso, a un astro llamado March, dentro y fuera de la pantalla-, contó con atractivas apariciones estelares, como la del cómico alemán Sig Rumann (por quien David O. Selznick sentía debilidad), la bruja perversa de El Mago de Oz y la “mami” de Lo que el Viento se Llevó; trabajos que a ambas les llegarían dos años más tarde.
A nivel técnico, sus principales aciertos residen en la utilización de la novedosa fotografía en color, en la música original de Oscar Levant que emulaba a los grandes musicales de Broadway, en el estrafalario vestuario diseñado por Walter Plunkett para sus heroínas, y en el toque personal que le aportó a la cinta Cameron Manzies como director de la segunda unidad.

La historia fracasó en 1.953 en teatro, y fue llevada de nuevo al cine en 1.954 en una curiosa versión que, bajo el título de Viviendo su Vida, fue protagonizada por Jerry Lewis.


La Reina de Nueva York, Carole Lombard, perdió la vida en un terrible accidente de aviación en 1.942. Sólo tenía 33 años. Dejó un viudo famoso, Clark Gable, un total de 75 películas (no pudo asistir al estreno de la última), y uno de los mayores talentos que ha conocido el Séptimo Arte.

LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVIENTES

GEORGE A. ROMERO, 1.968.



Hoy veremos los ingredientes que componen, no ya una simple obra maestra, sino nada menos que “una película de culto”, que es diferente.

En primer lugar, la ausencia de dinero (el presupuesto económico es prácticamente inexistente), se suple con personal polifacético que, además, dispone de tiempo libre, buenos amigos y parientes mañosos.

A falta de actores profesionales, a los que no se puede pagar, se pide el favor a la mujer de uno de los productores, a una maestra de escuela y a un camionero fornido. Ninguno de ellos tenía experiencia en cine, ni en teatro, ni en comedias estudiantiles, y ninguno de ellos volvió a hacer una película. Eso sí, el papel principal se ofrece a un verdadero actor, Duane Jones, un absoluto desconocido, que se embarca en este proyecto para debutar en el cine. (Tanto le gustó la experiencia, que no saldría del género, reduciéndose toda su filmografía a personajes relacionados con el mundo de los muertos vivientes y con el de las vampíricas criaturas de la noche).

También es éste el primer largometraje para el director. George Romero procede de la publicidad, y se aprovecha la coyuntura para hacerle fotógrafo, guionista y montador. Por su parte, los productores se convierten en actores de reparto, maquilladores y técnicos de sonido. No perciben salario, pero todos los miembros del equipo técnico y artístico (tíos, primos, amigos), obtienen la promesa de que “cobrarán si la cinta de no-vivos funciona en la taquilla”. Un aspecto al que no contribuye la distribuidora, la Continental, que invierte una cantidad de dinero irrisoria en darla a conocer.

El sirope de chocolate (la fotografía es en blanco y negro), las vísceras que se compran a un carnicero y el dólar con el que se remunera a los extras (son tan pocos, que da tiempo a familiarizarse con todos ellos) , hacen el resto. Y, lo que comienza por amor al arte, rodado en fines de semana y en días festivos, se revela como el referente de cientos de cineastas; la historia con la que muchos cinéfilos se enamoran del género.

Cierto es que la cinta contiene gazapos que dan para escribir un libro. El coche, sin llave en el contacto, que avanza por un camino para tomar tres curvas sin ningún tipo de problema, ¿no se bloquean los volantes en estas situaciones?. El mismo coche que termina su aventura pasando junto a un árbol –al que no roza- para declararse en siniestro total, o la sangre que brota en la espalda de un zombi al que se ha disparado de frente, sin que el impacto de la bala se aprecie en su pecho. Claro que, es probable que la “sangre de los zombis” (buen título para otra película) fluya de manera diferente.

Pero cierto es también que posee fotogramas memorables, escenas inolvidables que serán repetidas hasta la saciedad en el cine de terror de los años siguientes. El plano fijo que encuadra una tortuosa carretera por la que se acercan los protagonistas, clara premonición de que el mal les aguarda (Jeepers Creepers); la huída de Bárbara (La Matanza de Texas, Viernes 13); la evolución psicológica de la protagonista (Scream); el camión rodeado de “esas cosas” hambrientas de vísceras (las que les compraron al carnicero); la explosión que se refleja en los rostros de los actores (el debutante y el productor); los primeros planos que se ruedan cámara en mano, paradigmas de los hechos que se desatan con posterioridad (impresionantes los que reproducen el receptor de radio, la lápida, el surtidor de gasolina).

Con un trasfondo político de ácida crítica contra la carrera de armamento nuclear, un derroche insólito de imaginación, inteligentes diálogos, y un guión de composición extraordinaria que advierte de las consecuencias que se derivan de la intromisión en guerras ajenas, (“Los difuntos, por muy queridos que sean, prescindirán de funeral, al no ser más que carne muerta y peligrosa”), La Noche de Los Muertos Vivientes es un excelente ejemplo de cómo crear miedos sin medios, mientras la historia continúa bajo los títulos de crédito...

HA NACIDO UNA ESTRELLA


WILLIAM A. WELLMAN, 1.937.



“Hola a todos, soy la señora de Norman Maine”

Se cumple el centenario del nacimiento de Janet Gaynor, férrea rival profesional de Mary Pickford en la etapa dorada del cine, y ganadora de un oscar a la mejor interpretación femenina en la primera edición de estos premios, allá por 1.928.
Tan sólo diez años después, la joven actriz vio cómo su carrera finalizaba, al no dar el perfil de los nuevos gustos comerciales, que preferían a otro tipo de heroínas acordes con los tiempos. Los cinéfilos siempre la recordaremos tal y como apareció en esta película, pequeñita, de aspecto frágil, cabellos rojizos, grandes y expresivos ojos, la dulzura hecha mujer.

En este ambicioso proyecto, que se había rodado a finales de 1.936, Janet se convertía en una especie de Cenicienta que, ayudada por una excepcional hada madrina, (la actriz May Robson, especialista en papeles de anciana encantadora); conseguía llegar al baile de palacio, conquistar el corazón del príncipe azul y ser la reina con el beneplácito unánime del pueblo. Lo que sucede después es que el nuevo miembro de la realeza consigue eclipsar a su majestad, pagando un alto precio por ver cumplido su sueño.

La idea original surgió del guionista Robert Carson y del director William Wellman, estaba inspirada en la famosa película Hollywood al Desnudo de George Cukor y fue adaptada a la pantalla por los mejores guionistas de la época: el propio Carson, el matrimonio formado por la escritora Dorothy Parker y Alan Campbell, y por los célebres B. Hecht, R. Lardner Jr y B. Schulberg, cuyos nombres no aparecieron en los títulos de crédito finales. Se trata de una historia cruel que relata los entresijos del mundo del cine, la cara amable de la fama y la gloria, frente a la presión a la que son sometidas las grandes estrellas, que les lleva, en demasiadas ocasiones, a ser víctimas de todo tipo de adicciones. De igual manera, se hizo especial hincapié en mostrar cómo la afilada lengua de los críticos cinematográficos podía lanzar a los actores al éxito absoluto, o condenarlos al más estrepitoso de los fracasos, sin que ni siquiera los productores lo pudieran impedir.

Con Ha Nacido Una Estrella, David O. Selznick se encargó de demostrar la falsedad de una creencia generalizada en la década de los años treinta: “Una película de Hollywood sobre Hollywood no puede interesar al público”. De hecho, este filme obtuvo un total de ocho nominaciones en los Oscar de 1.938, consiguió ganar en dos apartados: el de mejor fotografía, en technicolor, en la que era un experto Howard Greene, y el referente a mejor guión original, único oscar conseguido en la dilatada carrera de Wellman; y fue la precursora de dos remakes que llevarían el mismo título: uno del año 1.954, protagonizado por Judy Garland y otro en 1.976 por Barbra Streisand.

El filme fue encabezado por una novedosa leyenda (novedosa en 1.937): “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, para no herir susceptibilidades entre el firmamento de estrellas. Sin embargo, en el personaje del productor, paternalista y bondadoso, se hacía todo un homenaje al “pagador” del invento; y muy pronto trascendió que el matrimonio ficticio formado por Fredric March (que con este trabajo obtenía su tercera nominación) y por Janet Gaynor (la segunda y última) estaba basado en la vida real de la actriz de cine mudo Marguerite De La Motte; o que la figura del famoso actor que ve truncada su prometedora carrera por culpa de la bebida, se asemejaba a la de los galanes John Gilbert y John Barrymore; aspectos que contribuyeron a despertar el interés entre los espectadores.

El desenlace planteó serios quebraderos de cabeza incluso para quienes fueron considerados como los mejores guionistas de todos los tiempos, que resolvieron el problema creando una frase que, durante años, sería tan famosa como “A Dios pongo por testigo” o “Tócala de nuevo, Sam”. Sencilla y conmovedora: “Hola a todo el mundo, yo soy la Sra. de Norman Maine”.Un broche de oro para una película imprescindible, en un tiempo en el que los guiones todavía gozaban de coherencia.

EL MUNDO EN SUS MANOS

EL MUNDO EN SUS MANOS

Considerada como una de las mejores películas de aventuras, acción, piratas y barcos de todos los tiempos, “El Mundo en sus manos” no sería el único trabajo de este Género que uniera al director Raoul Walsh y al gran actor Gregory Peck. Un año antes, en 1.951, ambos se habían embarcado en el buque Lydia, en misión secreta por el Pacífico, y en una producción netamente inferior a la que hoy se emite, que en España se comercializó como “El Hidalgo de los Mares”. Y éstos sólo son dos ejemplos de la inmensa ola de piratería que siempre ha azotado los océanos cinematográficos a lo largo de la Historia del Cine.

Un oleaje de Piratas

El director húngaro Michael Curtiz, eterno rival del polifacético Walsh, habría dado el pistoletazo de salida en 1.935 con la filmación de “El Capitán Blood”, una historia protagonizada por Errol Flynn que propició la pasión por las leyendas de piratas, pero que rápidamente se apagaría. A esta primera etapa pertenece “Rebelión a bordo”, también emitida por esta Cadena.
A principios de los años 50 se produce una reedición del Cine de “pirateo”, con la creación de títulos memorables como “El Temido Burlón” de Robert Siodmak de 1952, interpretada por Burt Lancaster, “La Mujer Pirata” de Jacques Tourneur de 1.951 o “Su Majestad de los Mares del Sur” de Byron Haskin en 1.953; ascendientes directas de la tímida “Piratas” de Polanski de 1.986, “La Isla de las Cabezas Cortadas”, protagonizada por Geena Davis en 1.995 y que supuso un estrepitoso fracaso, la aclamada “Master and Commander” del año 2.002 o la última y taquillera “Piratas del Caribe”, con un enfoque diferente y de clara tendencia al cine fantástico.
Historias, todas ellas, plagadas de románticas aventuras y desventuras en alta mar y, en muchos casos, regidas por un denominador común: cuando el argumento incluía la presencia de un personaje de nacionalidad española, ¿adivinan quién era el malo?.

La mejor de su Género

En 1.952, la Universal Pictures llevaba a las pantallas los avatares del Capitán Jonathan Clark, basados en una novela de Rex Beach y con guión de Borden Chase (“Río Rojo”, “Horizontes Lejanos”). Para materializar el proyecto, se contrataba a dos grandes estrellas de la época como eran Gregory Peck y Anthony Quinn, junto con Ann Blyth, Andrea Kign y Carl Esmond; y se ofrecía la dirección a Raoul Walsh (“Objetivo Birmania”, “Murieron con las Botas Puestas”), un cineasta sobresaliente en todos los géneros que tocó a lo largo de su dilatada carrera, al servicio de las grandes productoras. El resultado era “El Mundo en sus Manos”, cuya base argumental gira en torno al famoso Hombre de Boston, la inolvidable Peregrina de Salem, un enemigo ancestral y la deliciosa condesa rusa que visita San Francisco para contraer matrimonio con un malvado príncipe.
No intenten averiguar quién gana la apuesta o quién conquista a Marina, y limítense a disfrutar de una joya auténtica, una película imprescindible.



EL JUEZ DE LA HORCA. HUSTON

Cualquier amante del cine clásico sabe que la trayectoria de John Huston como director (también fue actor y un prestigioso guionista) estuvo regida por el principio más absoluto de irregularidad. Tanto es así que, sin previo aviso ni motivación aparente, junto a auténticas obras maestras, -se ha dicho que nadie como él consiguió rozar la perfección al dirigir una película-, encontramos verdaderas chapuzas, dignas de un eterno principiante mediocre. Personalmente, siempre he creído que esta tendencia extremista sólo fue otra muestra que evidenciaba su incuestionable genialidad, no exenta de cierto excentricismo. Fácil es ver cómo se volcó en proyectos que consiguieron inspirarle y hacerle crecer profesionalmente, y cómo, -con la misma rotundidad-, únicamente se limitó a firmar otros trabajos que no lograron llamar su atención, bien porque fueran de encargo o porque, aun siendo de creación propia, dejaron de interesarle.

"El Juez de La Horca" ni siquiera se ha podido catalogar por su género. Se sabe que es una especie de remake de El Forastero de William Wyler, en la que Walter Brennan hacía el papel del juez , y que, en esta ocasión, interpreta Paul Newman. Pero también se sabe que no es un remake cualquiera, sino una obra sumamente personal que parte de una originalidad poco común, derivada de un planteamiento totalmente desconocido en la época. En realidad, no es un western propiamente dicho, sino más bien una historia de picaresca sobre un hombre que consigue erigirse en juez, jurado y ejecutor, única ley (muy a menudo, arbitraria) de un territorio sin ella. Hablamos del juez Roy Bean (que, al parecer, fue una figura histórica), obsesionado por una famosa actriz de la época, la apasionante Lily Langtry, que brevemente aparece, interpretada por Ava Gadner.

El argumento se estructura en dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas, rebosante de simpatía, se caracteriza por el buen humor que reina entre los personajes, para el lucimiento de Newman. En la segunda parte, -menos brillante pero más interesante que la primera-, destaca la narración del actor secundario Nead Beatty, y una venganza rocambolesca protagonizada por Jacqueline Bisset, en la que el humor desaparece.

Así pues, en un terreno que no termina de ser western, que no se puede definir de comedia, y que nunca estuvo en su ánimo ser un drama; Huston se empieza a mover con cierta incomodidad, que hace que esta película no alcance la maestría de otras de esta época como El Hombre de Mackintosh, La Carta del Kremlin o la grandísima El Hombre que pudo Reinar; pero que, debido a la perfección de muchas de sus escenas, tampoco cayó en el saco de espantosas mediocridades en el que se encuentran Sangre Sabia, Fat City o Phobia.

Lo dicho, El Juez de la Horca es..... otra cosa.

EL GRAN COMBATE


JOHN FORD, 1.964.


Alrededor de 1.860, unos trescientos indios cheyenne son obligados a vivir en una reserva de Oklahoma en la que se mueren de hambre. Engañados por una Comisión del Congreso de los Estados Unidos, -que hace caso omiso a sus peticiones y a sus necesidades más básicas-, los dirigentes de la tribu deciden volver a su verdadero hogar, a su tierra natal en las praderas, situadas a más de dos mil kilómetros. La caballería norteamericana no dudará en perseguirles y darles captura, pero el noble pueblo indio nunca se rendirá sin luchar.

Otoño Cheyenne (verdadero título de El Gran Combate) podría definirse como un canto de enamoramiento por la comunidad indígena americana, plasmado en un hermoso poema que narra el dolor del pueblo indio, perseguido hasta el exterminio por la insaciable voracidad del “hombre blanco”. No sólo se les despojó de sus territorios, también se les obligó a abandonar su entorno natural y se practicó con ellos una vergonzosa política de limpieza étnica; claramente condenada en esta cinta.

Se trata, por tanto, de un western atípico, (recordemos que en este tipo de películas los buenos siempre son los del séptimo de caballería, que salvan a sus castas doncellas de las garras de los salvajes indios que arrancan cabelleras), en el que la admiración de Ford por la cultura de estos pueblos logra crear una película bellísima, escalofriante en muchas de sus escenas, con la creación de imágenes de una belleza insólita en la pantalla; y –como todos los rodajes del aclamado director- no exenta de alguna anécdota que pusiera de manifiesto su locura por la perfección. En esta ocasión, se ha contado que en una famosa secuencia en la que Richard Widmark (el protagonista) junto a otros civiles espera la salida de una autoridad de una casa de postas en pleno Monument Valley, Ford les obligó a permanecer de pie más de tres horas, al sol, hasta que las sombras de sus cuerpos alcanzaron la longitud que, a su juicio, era la adecuada.

Con esta película, el director más oscarizado de la Historia del Cine, demostraría a sus detractores que eran absolutamente inciertos los rumores que circularon en torno a su persona, que le acusaban de racista. De hecho, John Ford, y Raoul Walsh fueron los únicos directores de cine acogidos por los indios Navajo en su propia tribu, en agradecimiento a la labor que ambos desempeñaron para dignificar el papel de los indios en la historia de América. En el lenguaje navajo, el nombre de Ford fue “Natani Nez”, que significa “el Guerrero Alto”; y el de Walsh, “Etsua ya apenta”, mucho más bonito y descriptivo que el anterior, que se traduciría por “El águila del cielo de la mañana”.

Con este trabajo de autor, despedida del genial cineasta del mundo del western, muchos espectadores recordarán la famosa Bailando con Lobos de Kevin Costner; una película buena (indudablemente buena), pero con la que nadie debería conformarse conociendo
la existencia de El Gran Combate.



























CARTA A TRES ESPOSAS.

Joseph L. Mankiewicz, 1.949.
“Queridas Debby, Lora Mae y Rita....”

Siguiendo los consejos de Louis Mayer, Joseph L. Mankiewicz “gateó mucho antes de empezar a andar”. Lo que quiere decir que, antes de dirigir, realizó importantes trabajos de producción para la Metro, y se afianzó como uno de los mejores guionistas de los años 30, cultivando todos los géneros y destacando como dialoguista. El prestigioso “gateo” le valió el reconocimiento del Hollywood de la época, consiguiendo una nominación a los Oscar como productor de Historias de Philadelphia de George Cukor y otro por el guión de Skippy en 1.931.

Su primera película tras las cámaras, El Castillo de Dragonwyck, le llega en 1.946 al enfermar el irónico, delicado, elegante y sutil Erns Lubitsch; iniciando con ella una meteórica y exitosa carrera que le convierte en el cineasta imprescindible que nunca concibió una buena película sin el sustento de una historia sólida. Dicho con sus propias palabras: “La diferencia entre la vida real y las películas es que un guión tiene que tener sentido. La vida no”.

Sentido, ironía, mordacidad, buen humor y encanto se dan cita en esta deliciosa comedia de 1.949, con la que obtiene sus dos primeros Oscars (dirección y guión adaptado). Después, vendrían títulos míticos en la historia del cine, como Eva al Desnudo (ganó otras dos estatuillas), La Condesa Descalza o La Huella, su último metraje.

En Carta a Tres Esposas, adaptación de un relato de John Klempner, los autores contemporáneos, -empeñados en incorporar voces en off en sus películas-, encontrarán una lección magistral sobre cómo aplicarlas. Según se desprende de este excelente referente, ésta, básicamente, se limita a la introducción de escenas, encauzando el argumento y definiendo el backstory de los personajes. En ningún momento la narración omnipresente compite con las imágenes ni les resta protagonismo. Sabe cómo intervenir y, sobre todo, cuándo no hacerlo. Su misión es completar, nunca interrumpir ni redundar. Sin duda alguna, el equilibrio que no alcanzó el aclamado Todd Field al malograr la adaptación de Juegos Secretos.

Otro de los grandes atractivos de esta película reside en el acertado empleo del flashback, al que se recurre por las exigencias que provienen del propio guión. Según la novela, Addie Rose no asiste a la merienda anual de caridad, fallando a sus tres mejores amigas. En su defecto, les hace llegar una carta de despedida, en la que, además, les comunica que ¡se ha fugado con el marido de una de ellas!. Las tres protagonistas rememoran sus vidas conyugales con la finalidad de averiguar la terrible verdad: ¿con cuál?. Otra extraordinaria lección cinematográfica que justifica la elección de una determinada técnica por necesidades derivadas de la producción, no por el mero capricho de hacerlo; actitud muy del gusto de los directores actuales.

Por otra parte, el plantel de actores supera la más optimista de las expectativas. Las expresiones de Linda Darnell resultan memorables; la aparente frivolidad de Jeanne Crain, plausible; y la interpretación de Ann Sothern, encarnando a la prototípica americana trabajadora de finales de los años cuarenta, inmejorable. Mientras tanto, la réplica masculina no se hace de esperar, siendo representada por el comedido y certero trabajo de Jeffrey Lynn, el magnífico debut de Paul Douglas y la inestimable presencia escénica del incalificablemente bueno Kirk.

El toque maestro se redondea con algunos fotogramas que obligan a amar el cine (las miradas que dirigen las tres esposas a la cabina telefónica cuando el barco se aleja), con situaciones inverosímiles destinadas a provocar la carcajada del espectador más exigente (la cena protagonizada por los estrafalarios patrocinadores radiofónicos), con escenas dotadas de una conmovedora carga dramática (el desesperado monólogo que muestra la transformación de Debby), una impresionante fotografía en blanco y negro que difumina el humo de los cigarrillos, una detallista y mimosa dirección artística y los exquisitos diálogos, imposibles e impensables en cualquier filme reciente.

Aunque, quizás, lo que realmente sorprende en la narración de las diferentes historias, trazadas en perpendicular, es la visión que se arroja sobre el enigmático personaje principal y la negativa de Mankiewicz a abordar explícitamente la infidelidad. Unos aspectos tan significativos como fáciles de explicar. Sólo hay que pensar que Addie no es más que el toque de atención que requieren los amores dormidos, la ilusión que impide la desidia sentimental. Algo que, desoyendo la advertencia que escucharemos al principio, claro que tiene mucho que ver conmigo..... o con usted.


PIRATAS DEL CARIBE. EL COFRE DEL HOMBRE MUERTO

La segunda parte de Piratas del Caribe vuelve a contar con los mismos ingredientes que le dieron la fórmula del éxito en la primera, pero falla por exceso en las dosis administradas. De esta manera, un torrente incontrolado de aventuras y comedia, termina desembocando en un producto tan condensado como empalagoso y plomizo.



Nunca dos horas y media dieron para tanto. Al salir del cine, se tiene la sensación de que ha transcurrido más de medio siglo. Y es que, a esas alturas, la original frescura que predominaba en el inicio de la cinta ya ha sido eclipsada por dos momentos interminables –e insufribles- de humor innecesario, perfectamente sustituible por la sola presencia y ocurrencias del personaje principal.

El primero de ellos, lo encontramos en la rocambolesca huída que emprenden los tripulantes de La Perla Negra para abandonar cierta isla habitada por vecinos poco recomendables, mientras que el segundo se localiza en la pugna mantenida entre los enamorados de la señorita Swann, -Lisi-, para proceder a la apertura del cofre del hombre muerto. Ambos se ven coronados por escenas culminantes (la caída libre que sufre el capitán, en la que irá rompiendo una infinidad de sendas colgantes de madera con su propio cuerpo o el “rodamiento” dentro de un círculo gigante) en las que los actores son tratados como personajes de dibujos animados para el deleite de los peques de la casa, pero que, lamentablemente, rompen con la tendencia general de humor inteligente que caracteriza esta faraónica saga. Unas escenas repetitivas que llegan a ser agotadoras, como lo son el hundimiento de barquitos en alta mar, los abordajes realizados desde un peculiar submarino con tentáculos, o la insistente y torturadora banda sonora que las acompaña.

El eje central del argumento se ramificará (y explayará) en tres historias auxiliares para el lucimiento de sus principales protagonistas por separado, situando la acción en escenarios diferentes. De esta manera, asistiremos a la aventura del capitán Sparrow al mando de La Perla Negra, a la de William Turner a bordo de El Holandés Errante y a la de Elizabeth Swann, de incógnito en el buque de las supersticiones. Una idea que conduce, irremediablemente, a la saturación de encuentros y desencuentros, aventuras y desventuras, emersiones y sumersiones, combates con espada, nobles y villanos, océanos, mares, piratas y efectos especiales..... sin límites.

En esta concentrada película, la Disney vuelve a apostar por el mismo director y mismos actores de la primera entrega, incluido el simpático perrito que porta las llaves de las mazmorras (al que, me temo, no volveremos a ver), sustituye el barco fantasma por otro, tripulado por animales marinos e incorpora, con gran acierto, dos nuevos fichajes fascinantes: el bueno del navío de los malos y el ladrón preocupado por la disyuntiva entre el bien y el mal. El encanto, el misterio y el humor más refinado corren a cargo de un Jack Sparrow distinto al ser afectado y esperpéntico que conocíamos, en beneficio de un personaje más real y cercano para el espectador. Una pieza clave a lo largo de toda la historia, salvador de gran parte de las insoportables escenas mencionadas, gracias a la implicación del gran actor que le da vida.

Dentro del reparto, alabanzas, por tanto, para Johnny Depp al que, sin embargo, sería injusto recordar únicamente por este papel, en detrimento de otras interpretaciones memorables realizadas bajo las órdenes de Tim Burton. Un Orlando Bloom mucho más profesional y maduro, alejado de la sombra de Légolas que le azotara en la primera parte y Keira Knightley, técnicamente perfecta, pero con una alarmante carencia de cloruro de sodio. Una actriz especialmente diseñada para los culebrones heredados del soporífero James Ivory, como demostró en Orgullo y Prejuicio.

Y como la felicidad en el cine –igual que en la vida- proviene de los pequeños detalles sin importancia aparente, es probable que los románticos, nostálgicos y “pijoteros” (espectadores capaces de apreciar hasta la más insignificante de las banalidades) no dejen de fijarse en la tacitas de porcelana golpeadas por las gotas de lluvia, el gps con forma de brújula que conduce al lugar al que se anhela llegar y el estrafalario piano, evocador de una entrañable e inmortal película con la que muchos crecimos: Los Goonies.

En lugar de desenlace (sabemos que éste es inexistente), podemos hablar de un intermedio de un año, que seguro que resulta más ameno que la recién estrenada película. Un año en el que sería conveniente revisar las entregas anteriores con la finalidad de no perder el hilo de la historia, porque después de ponernos la cabeza como un tambor, sólo los incondicionales conseguirán reconocer, en su aparición estelar, al Capitán Barbossa.

SALVADOR Puig Antich

Hace pocos, pocos años, en este país, “la gente de bien” tenía potestad para decidir sobre la vida y la muerte de los seres humanos. De esa manera, asesinar con total impunidad era factible.
En el mismo país, a fecha actual, no se duda al juzgar las dictaduras ajenas. Tampoco se han de tener reparos al revisar los procesos pendientes de la propia.Rodeada de polémica, la historia contada por Mediapro es mucho más que una película, es un documento histórico.


VIVIR SIN MIEDO

A veces, pienso que hay dos versiones distintas de la película Salvador. Una sería la que la Academia española ha preseleccionado para competir a nivel internacional, la misma que fue largamente ovacionada y emocionó en el Teatro Claude Debussy, la que gozó de una buena acogida por parte de la prensa autorizada en este Festival. Pero habría otra diferente, la que, según algunos, entra en Cannes por la puerta de atrás en la sección “Una cierta mirada”, la que desconoce el personaje que retrata, y la que falsea la época histórica en la que se enmarca. No recuerdo otra película que cuente con críticas tan radicalmente opuestas. Debe de ser porque no soy la única que tiene tendencia a juzgar los filmes por sus argumentos. En esta ocasión, justo es analizar la historia desde varios ángulos.

En principio, es alentador saber que dentro del panorama nacional hay gente que se empeña en hacer cine. Frente a las ya clásicas “comedietas de cama” –dirigidas por los mismos e interpretadas por los mismos, con la única finalidad de justificar y de cobrar subvenciones estatales y con la clara intención de insultar a los cinéfilos- es posible que, de vez en cuando, se haga una buena película; y ésta lo es. Por otra parte, siempre he creído que el Cine Español tiene una deuda pendiente con el género histórico. Sólo hay que fijarnos en los gloriosos estudios americanos que han contado de mil maneras distintas la poca Historia que tienen, o se la han inventado. En ese sentido, esta película podría abrir un camino en el que se empiezan a saldar esas deudas, no con hechos ni con personajes del pasado, sino con nosotros mismos. La gente de mi generación, por ejemplo, sabe quién es Huracán Carter gracias al cine americano, pero nunca oímos hablar de Salvador.

Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, la producción de Jaume Roures cuenta con importantes aciertos. Destaco sus inmejorables escenas de acción, la impecable estructura narrativa que acompaña toda la cinta, la dirección de actores, la escrupulosa puesta en escena, su conmovedora carga dramática o los inteligentes diálogos. Recordemos el largo flashback, arropado por la dulce voz del hispano-alemán Daniel Brühl, que contesta la pregunta que formula un funcionario de prisiones: “Tú que eres inteligente, preparado, buena persona en el fondo, ¿cómo te has metido en esto?”. Recordemos también la fantasía guiada a la que Salvador somete a su hermana pequeña con respecto a los viajes en avión, la visión que tiene el protagonista de su progenitor y los términos en los que se dirige a él, o las imprescindibles conversaciones en catalán, en un idioma “que nos sale sin querer”. Son muchos los fotogramas que resultan inolvidables por su belleza estética, sin olvidar aquellos otros planos que se encargan de contrastar la serenidad de quien escribió “Ojalá la sangre no se derrame inútilmente”, con la profesionalidad de los ejecutores.

Otro dato importante es que conocer el final, no es óbice para que el director sepa mantener el alma del espectador en el aire.
Nos encontramos, por tanto, con factores decisivos que hacen de éste un metraje no sólo capaz de competir con los mejores, sino de ganar. En efecto es, tal y como la define la productora, una película universal.

A nivel argumental, es cierto que esta película se caracteriza por cierta “asepsia política” que se le reprocha, pero éste es también un acierto, una tendencia a la que se recurre deliberadamente para mostrar la vertiente humana del personaje. Sin embargo, el no profundizar en los ideales del M.I.L., -tan románticos como trasnochados-, o el no entrar en detalles sobre las diversas maneras de oposición al franquismo, no son motivos suficientes para afirmar categóricamente que “ni se conoce al personaje ni la época”. Tengamos en cuenta que todos los responsables de esta película, desde el director hasta el creador de la banda sonora, pasando por el escritor de la novela Compte enrere en la que se basa el guión, son personas que viven en la España de 1.974, que llegan a obsesionarse por la figura de Salvador, que lo tratan en todas sus dimensiones y que muestran un relato en el que se cuida hasta el detalle más insignificante. Se me ocurren las siglas C.N.T.E que aparecen en los viejos teléfonos.

La esencia de esta película se resume en la frase con la que se ha comercializado: “En un tiempo en el que se ansiaba la Libertad, él se atrevió a vivir sin miedo”. Es éste un mensaje clave que consigue llegar al público de manera clara y sin distorsiones. Perderse por otros derroteros no habría conducido a ningún lugar.

El director afirma que “esta película se le debe a la última generación que luchó por unos ideales”. Me permito añadir que esta historia también se le debía a las siguientes generaciones, a quienes conocimos a Salvador gracias a un trailer, a los que mantienen intacto el espíritu innato de lucha contra las injusticias. Sin olvidar que, sobre todo, la cinta de Manuel Huerga se convierte en una lección de Historia para los adolescentes de este país. Quizás, conocer aquellos hechos, les ayude a entender la letra de la moderna melodía, -el cara al sol-, de sus mp3.
Recordar y, en este caso, Conocer, es la mejor manera de que la Historia nunca se repita.

VACACIONES

Nancy Meyers no cumple con la finalidad básica de las comedias románticas, que es enamorar, pero consigue emocionar contando dos historias que están repletas de referentes cinéfilos. Con ellas, además, sabe vencer la superficialidad inherente a las historias de este género, romper con numerosos tópicos establecidos, y crear una película con corazón, especialmente recomendada para quienes se encuentran en pleno proceso de “desenamoramiento”. ¿Existe eso?.

Las confidencias se hacen a medianoche, pero cualquier hora es la adecuada para confesar una adicción, la mía, a las comedias románticas. En base a ella, afirmo que el ochenta por ciento de las historias que componen tan dulzón universo en las últimas décadas, están cortadas por un patrón común: “ellas mienten y ellos perdonan”. Por Siempre Jamás, Sucedió en Manhattan, Nunca me han Besado... Una fórmula peligrosa, que hace que las incondicionales del género salgamos del cine con un terrible remordimiento de culpabilidad ajena y, lo que es peor, con una extraña sensación de falso enamoramiento. Evidentemente, nos hemos dejado seducir por seres inexistentes, con cualidades tales como la comprensión, la tolerancia y la sensatez, que son incompatibles con el género masculino.

La cosa cambia cuando el guión lo escribe una mujer. Los viejos tópicos se revisan y se rechazan y, en su defecto, las cuatro especies que componen la peculiar fauna que nos quita el sueño, son retratadas con precisión... y con objetividad. De esta manera, aparece el narcisista inseguro, que necesita enamorar a otras mujeres para mantener su propia autoestima; Peter Pan, incapaz de comprometerse en su puñetera vida, eterno intérprete de la canción de U2: “ni contigo, ni sin ti”; el señor servilleta, que despliega toda su ternura y su seducción hasta convencerte de que eres la mujer perfecta... para ser la madre de sus hijos; y el adicto al trabajo, un trabajo que, necesariamente, se tiene que convertir en tu afición favorita.
Es posible que alguien piense que lo único que se ha hecho es crear nuevos tópicos. Personalmente, creo que es inútil buscar en otras direcciones: esto es lo que hay.

En cualquier caso, Nancy Meyers sabe muy bien lo que está haciendo. Era un reto importante crear dos historias independientes dentro de una misma película, y ella ha superado la prueba, apoyándose en tres aspectos fundamentales: estructuras narrativas diferentes, continuas alusiones cinéfilas en ambos relatos, y un acierto pleno en la elección de las actrices protagonistas.

TÚ A LONDRES Y YO A CALIFORNIA

Detrás de una comedia, aparentemente, intrascendental, Vacaciones esconde un homenaje a los clásicos de los años treinta y cuarenta. Se aprecia en sus secuencias largas, en las teatrales puestas en escena de Cameron Diaz, al más puro estilo de Carole Lombard; en la recurrente “lucha de sexos” con su correspondiente discusión con bofetada, que tan bien explotara William Wellman; y en la delicadeza y elegancia heredadas del maestro Lubitsch, gran conocedor de la naturaleza femenina. Recordemos, por ejemplo, la enfermedad psicosomática de una de las protagonistas, y el hipo de Merle Oberon en Lo que Piensan las Mujeres, de 1.941.

Pero la directora va más allá, y crea dos estructuras narrativas diferentes, porque, en realidad, lo que está haciendo es contar dos historias que no se interrelacionan. Para ello, al tratar la aventura inglesa, recurre al ritmo de las comedias británicas, tranquilo y acogedor, presente en Cuatro Bodas y un Funeral y en Love Actually. Un ritmo que desaparece en las imágenes de Los Angeles, cuando intervienen los personajes americanos.


CARY GRANT ERA DE SURREY


Son continuas las alusiones realizadas al firmamento cinematográfico de manera explícita, que incluyen un cameo de El Graduado, una lista de clásicos con protagonistas femeninas de armas tomar, y una broma sobre el color rojo que utiliza Scorsese. Además, Nancy se recreará en diversas escenas que han sido extraídas de películas como The Mexican (discusión entre Ethan y Amanda, ella en lo alto de un balcón), Titanic (la reacción que provoca el nombre de la protagonista en su partenaire masculino) o Breve Encuentro (la forma en la que se conocen Jack Black y Kate, con una “carbonilla” en el ojo). Unos aspectos que desatarán la nostalgia de los cinéfilos.

DUELO INTERPRETATIVO


Kate Winslet y Cameron Diaz tienen un único punto en común: las dos han sido besadas por Leo DiCaprio.... y han podido contarlo. La directora sabe aprovechar el registro cómico de la primera y la vena dramática de Kate, que procede del teatro inglés; pero es consciente de que sería un error hacer que ambas compartieran escenas. La superioridad de la británica resulta más que evidente. Así, cada una en su sitio y sin ser mezcladas, consiguen emocionar y hacer reír, por separado.

Se echa de menos, sin embargo, alguna genialidad en el montaje. Habría sido conveniente alterar su linealidad absoluta, sólo interrumpida por la secuencia de los espagueti (que une los dos relatos), y por el plano del chapoteo en la bañera, que da paso a un charco.

En definitiva, una comedia romántica redonda, que anima a preparar unas vacaciones diferentes. ¿Cómo suena eso de “tú a Albacete y yo a Acapulco”?. Ni siquiera hay que preocuparse por el que duerme en tu habitación, recuérdese que Iris se deja al perro en Londres.

TRUMAN CAPOTE.



Las investigaciones del escritor Truman Capote realizadas a lo largo de cinco años y cinco meses de su vida, destinadas a la elaboración de su “novela de no ficción” A Sangre Fría, constituyen la base argumental de la primera y única película de Bennett Miller, un atractivo director de anuncios publicitarios.
Este trabajo obtuvo cinco nominaciones a los Oscar de la edición de 2.005, entre ellas, las referentes a mejor director y mejor película, y satisfizo a crítica y público unánimemente. El secreto de su éxito reside en una esmerada dirección, coronada por una interpretación memorable: la del actor protagonista, que la convierten en una película, sencillamente, cautivadora.
POLÉMICA Y GENIALIDAD

Truman Capote, el escritor estadounidense considerado por muchos como uno de los Grandes de las Letras, no sólo legó a la Humanidad su Obra, cuya lectura siempre es apasionante, (y es que en él lo increíble no es lo que contaba, lo sublime es cómo lo hacía), sino también una de las personalidades más fascinantes del siglo XX. Un claro ejemplo del personaje que supera y sobrevive al ser de carne y hueso.

Entre las muchas genialidades con las que nos obsequió, se encuentran las famosas cartas que, desde diversos puntos del planeta, dirigió a sus amigos, y en las que calificaba a Marilyn como “una criatura pura y angelical”; a Montgomery como “un amigo especial”; o al mismísimo T. Williams (enemigo a ratos), como “un columnista carente de dignidad”.

El escritor, que no dudó en definir el guión de la aclamada “De aquí a la eternidad”, como “la misma caca de vaca de siempre”; que permaneció impasible ante el éxito profesional de su mejor amiga, autora de “Matar a un ruiseñor”; y que sostuvo hasta el fin de sus días que “Audrey era perfecta, pero inadecuada para Desayunar con Diamantes”, fue, a lo largo de su vida, el alma de las estrafalarias fiestas del mundo Hollywoodiense, y el adalid de los círculos literarios de su época.

Pero, ¿Quién fue Truman Capote, en realidad?

Según se desprende de la historia contada por Bennett Miller: o un egoísta indolente, o una persona dotada de una extrema sensibilidad, sólo superada por su mitomanía,
[“Nadie ha habido en este mundo como yo, y nadie habrá cuando yo me haya ido”], escribió poco antes de su muerte, ocurrida en 1.984; o ambas cosas. La cara y la cruz de una personalidad perfectamente captada y mostrada por el director de la cinta, quien no dejará de lanzar todo tipo de preguntas indirectas al espectador:

¿Qué motivos impulsaron al escritor a permanecer al lado de dos asesinos confesos, y a conseguirles una apelación federal?
¿Su don de empatía con uno de ellos?
¿Su extrema sensibilidad y debilidad por las causas perdidas?
¿La gran humanidad de la que pudo hacer gala a lo largo de su vida? ¿El egoísmo más absoluto, alimentado por el afán de crear un nuevo género literario?
Tanto los defensores como los detractores del autor de “A Sangre Fría”, encontrarán en esta película argumentos irrefutables para sostener sus teorías; y es que la genialidad y la polémica, --ésos términos eternamente inseparables que rodearon la obra y la vida del famoso literato--, se dan cita en “Truman Capote”, una película especialmente diseñada para satisfacer a los más exigentes.

THE JACKET

Película más “psicótica” que de corte psicológico, que se inicia en el conflicto del Golfo Pérsico (nadie sabe el porqué), y cuenta con un desenlace propio del Cine de los años 70.
The Jacket llegaba a las pantallas españolas coincidiendo con la aplicación de la famosa ley antitabaco, y proporcionaba un buen motivo para dejar de fumar o, al menos, para intentarlo. Recientemente se ha editado en D.V.D., quizás para persuadir a todos aquellos viciosos que todavía no nos hemos decidido a abandonar tan lamentable hábito... ¿quién sabe?.

Viaje Alucinante al Fondo de la Mente.



"Si sale con barba, San Antón, y si no, la Inmaculada Concepción", fue lo que debieron de pensar los responsables de esta extraña cinta cuando perdieron el control sobre ella; y es que todo apunta, desde el principio, a la incertidumbre que coronó el resultado del experimento que se practicó con esta película, sólo superado por las vivencias a las que es sometido el personaje principal.

Según el director de tan delirante historia, -el debutante John Mayburi-, la idea original partió de los trabajos reales de un atípico psicoterapeuta y escritor europeo que, utilizando métodos poco ortodoxos con sus pacientes, que incluían el consumo colectivo de L.S.D., quiso trazar la –muchas veces- delgada línea divisoria que une la locura con el mundo de los cuerdos. Premisa ésta más que suficiente para elaborar una buena película de argumento, cuando menos, interesante. Sin embargo, en su desarrollo posterior, se comete la torpeza de mezclar todo tipo de géneros cinematográficos, como son el Cine fantástico, el drama, el thriller, incluso el romanticismo o el terror, sin llegar a profundizar en ninguno de ellos y fundamentando éstos en la aparición de inoportunas historias auxiliares que nada aportan a la trama, que, por sí mismas, se pierden y rompen el ritmo de la acción, que desubican al espectador y la convierten en repetitiva, desconcertante y casi paranoica.
Cuando todo hace suponer que se va a producir una genialidad en el desenlace, una de ésas que hacen salir del cine reflexionando, una a través de la cual es posible recordar datos aislados que empiezan a cobrar sentido, enlazando todos los cabos sueltos y aportando coherencia al argumento; el final se limita a retomar tan sólo uno de los múltiples relatos que se inician, para terminarlo de forma previsible y predecible, convirtiéndolo en un mal plagio de la mítica Zona Muerta, novela del terrorífico Sr. King que conseguía llegar a los cines sin perder su esencia.Es innegable el buen hacer del director de este metraje en el que es su primer trabajo para Hollywood. Un peculiar estilo que logra transmitir la angustia de los personajes, captada en planos que, en muchas ocasiones, se toman desde sus propios ángulos y consiguen estremecer, por ejemplo, a quienes han experimentado la indescriptible, y para muchos aterradora, sensación de entrar en un quirófano. En otras ocasiones, destacada por hacer partícipes y hasta cómplices a los espectadores, testigos excepcionales de los hechos en lugares en los que no debían estar. Un cineasta del que, sin duda alguna, se hablará mucho y muy bien en los años venideros. En cualquier caso, ni la dirección impecable de Mayburi, ni el oscarizado actor Adrien Brody (antiguo pianista y futuro Manolete), ni el veterano secundario Kris Kristofferson, ni la eterna imitadora (en este papel, con descaro) de Natalie Portman, la orgullosa y con prejuicio Keira Knightley (nominada a mejor actriz principal en la pasada edición de los Oscar por la mencionada película) consiguen solventar la inconsistencia, incongruencia y confusión de un guión incalificable, cuyo único acierto consiste en poner en los labios de un militar estadounidense una frase sumamente reveladora: “Nada de esto es asunto nuestro”, refiriéndose a la guerra del Golfo. Por lo demás, todo hace pensar que nunca se supo qué era lo que se pretendía contar, de dónde se quería partir ni cómo llegar a buen puerto, ni tan siquiera con qué propósito. De esta manera, la próxima vez que se decida penetrar en los laberintos de la mente, propiciar la visión remota, habitar en un mundo que se basa en la superposición de secuencias temporales, y rarezas similares, será mejor hacerlo de la mano de prestigiosos guionistas que sean capaces de garantizar un buen viaje.

UNITED 93. EL CUARTO VUELO.

Parece ser que la famosa polémica –de la que hábilmente sabe escapar Oliver Stone- pudo recaer, en un principio, en Paul Greengrass, director de esta cinta. Un filme duramente criticado por los espectadores antes de su estreno, y es que los neoyorquinos tampoco estaban preparados para ver un trailer. Los ánimos se apaciguan al conocer un trabajo riguroso, consensuado y respetuoso con los hechos, que no se aparta ni un milímetro de la versión oficial ofrecida por el gobierno americano.


El cine rememora los acontecimientos que tuvieron lugar en el espacio aéreo estadounidense hace cinco años, mientras a la mente del espectador sólo puede acudir la tópica y típica frase que asegura que la realidad siempre supera la ficción. En este caso, así fue. La Historia del Cine norteamericano está plagada de todo tipo de catástrofes reales o inventadas, creíbles o inverosímiles, pero se da el caso de que ni el guionista más audaz, ni el cineasta más pesimista, ni el proyecto cinematográfico más sádico pudieron jamás idear un plan tan minuciosamente siniestro, ni comparable con el que azotó al pueblo americano en esa fatídica mañana. El once de septiembre de 2.001, el peor temor de los habitantes de este país, plasmado incesantemente en su cine: el estar en verdadero peligro, se hacía realidad. Ese día la invulnerabilidad que se le presuponía a los USA quedaba en entredicho.

Llegado el momento oportuno, los cineastas americanos se ponen al frente de diversos proyectos, que giran en torno a tres principios básicos: el homenaje a las víctimas, la ausencia de todo tipo de elementos que puedan resultar polémicos para su nación, y dejar de manifiesto que los Estados Unidos no estaban preparados para un suceso de tal magnitud.
Intentamos encontrar estos aspectos fundamentales en la historia de Greengrass, un director de películas de género social, entre las que destaca Domingo Sangriento.

Como todos sabemos, United 93 es el nombre de uno de los cuatro aviones de pasajeros que fueron secuestrados en pleno vuelo para ser lanzados contra objetivos políticos y económicos americanos, en un ataque terrorista coordinado sin precedentes, y el único que no consiguió su propósito.
La película que lleva este título no se limita a narrar la trágica aventura de los pasajeros de este vuelo, sino que se convierte en una creación mucho más ambiciosa, que ofrece una amplia visión de la totalidad de hechos que se registraban ese día.
Sus mayores aciertos son el realismo y la rigurosidad. Estamos hablando de un trabajo serio y documentado, basado en los testimonios de los familiares de las víctimas y en los registros de sus llamadas telefónicas, supervisado por los responsables de los centros de control aéreo, y que cuenta con el asesoramiento de miembros de la Comisión del 11S. Los verdaderos protagonistas de United 93 son los Hechos. No hay actores conocidos, no se profundiza en ningún personaje, no hay guiones, y se impone la improvisación. Se contrata a pilotos y a tripulación profesional, así como también a verdaderos controladores aéreos que se interpretan a ellos mismos.
Se rueda cámara en mano, se abusa de los focos automáticos, se recurre a los planos cortos y a una excelente fotografía para crear secuencias vertiginosas, impensables e impredecibles, como lo son las vivencias narrados. Por encima de todo, prevalece el respeto a las víctimas, y sorprende el trato de “humanos” que se da a los secuestradores; aspecto que ya recreara el maestro Spielberg en su genial Múnich.

La famosa y temida polémica es superada por Greengrass de manera notable. Cierto es que el trailer de esta película fue criticado por insertarse en las salas neoyorquinas sin previo aviso, pero cierto es también que la película no sólo no se aparta ni un milímetro de la versión oficial proporcionada por el gobierno americano, sino que se convierte en un instrumento propagandístico de su Administración.
Recordemos a la pasajera alemana que simboliza las teorías pacifistas de la vieja Europa que, según los norteamericanos, se entrega sin luchar. Tengamos en cuenta que los acontecimientos vividos dentro del avión (y que, realmente, se desconocen) se resumen en el enfrentamiento que tiene lugar entre fanáticos religiosos suicidas contra inocentes escogidos al azar, para explicar “la lucha actual por la supervivencia de nuestro mundo”, según las palabras del director; quien añade que el 11S “nos obligó a ver cómo es el mundo y a tomar decisiones muy duras”, justificando la respuesta americana.
Una postura con la que sabemos que discrepa Spielberg, quien, en Múnich, advierte sobre las medidas adoptadas por los diversos Estados contra el terrorismo.

Por último, se expresa con una claridad meridiana que el United 93 pierde el control y se estrella media hora antes de que el ejército dé las órdenes de disparar sobre los aviones secuestrados. De igual manera, se constata que asistimos al comienzo de una guerra. En este sentido, también Stone, en su visión de la masacre del Trade Center, contempla la denominada Zona Cero como un escenario bélico tras los ataques aéreos, como esa contienda internacional que nunca se libró dentro de las fronteras estadounidenses.

Puestas las cosas así, la polémica se traslada a los espectadores que tenemos la inocente manía de cuestionar todo en esta vida.
¿Al hablar de “mundo”, la sociedad americana es capaz de ver más allá de Washington?
¿Entre la población civil árabe no hay inocentes escogidos al azar?
¿Existen muertos de segunda categoría?
¿La vida de una ejecutiva del Bajo Manhattan vale más que la de cualquier mujer afgana?.
Los muertos duelen –por igual- en todos los rincones de este planeta. También en esa “república”, que no se sabe bien dónde está, y que se llama España; en la que se entiende que el terrorismo no se combate ni se fomenta con terrorismo.
Una conclusión para la que los Estados Unidos de América tampoco parecen estar preparados.

WORLD TRADE CENTER. OLIVER STONE.

RECORDANDO LA TRAGEDIA

Dedicada “A los hombres y mujeres del cuerpo de la policía portuaria de Nueva York.... títulos de crédito (que no aparecen al principio).... Y a todos los que lucharon, murieron o resultaron heridos en ese día”, la visión de Oliver Stone sobre la masacre del Trade Center resulta un relato conmovedor de supervivencia y solidaridad, “la fecha en la que el pueblo americano conoció la Bondad”; y la película que no convence al público español.
Por encima de todo, el buen hacer del cineasta y su crítica contra la política estadounidense, siguen presentes.





Admito y confieso que soy incapaz de mostrar objetividad con determinados directores, y que Oliver Stone es uno de ellos. Le debo demasiadas horas de buen cine, de búsqueda en enciclopedias, de acalorados y apasionantes debates hasta el amanecer. Le agradezco que siempre viera las cosas de otra manera, y que las contara como sólo él lo sabe hacer. Y no le culpo por hacerme creer que Kevin Costner o que Colin Farrell eran buenos actores, si tenemos en cuenta que supo convencer a los grandes académicos de que también lo era Tom Cruise. Independientemente del tema que trate, sus metrajes siempre contendrán planos inolvidables, argumentos reveladores y personajes fascinantes que consigan llamar mi atención. Por estos motivos, es posible que mis comentarios sean los únicos favorables que, sobre su última película, se puedan leer en este país. Fundamento mis reflexiones en el probado buen hacer del realizador americano y en la crítica despiadada que muestra de la sociedad americana, no ausentes en W.T.C.

EL TOQUE STONE

Atendiendo a los valores cinematográficos, con una sola mirada, fácil es apreciar que el “toque Stone” prevalece a lo largo y ancho de toda la película. Es decir, que la esencia del mejor cine de este director –tantas veces aclamado- es palpable desde el principio de la cinta hasta el final. Recordemos la tendencia a mezclar imágenes reales con sus propios fotogramas, en un ejercicio magistral de excelente montaje, que se convierte en una de las grandes bazas de sus mejores películas; el despliegue visual a que nos tiene acostumbrados, y que muestran en todo su esplendor la ciudad de Nueva York en una mañana despejada; o el brutal realismo de algunas de sus escenas, que le catapultaran a la fama en Platoon. No olvidemos el ambiente belicista con el que retrata la denominada “zona cero” cuando todo ha terminado, o cuando todo comienza; y tengamos también en cuenta sus famosos y estratégicos retimes, ésos que él utiliza mejor que nadie, que acentúan el dramatismo de algunos planos, y que se aprecian, por ejemplo, en el último movimiento de tierras, después del hundimiento de ambos edificios. Comparemos el paralelismo existente entre la estructura narrativa de WTC con su mejor película: JFK, caso abierto; y veremos (es sólo un ejemplo) cómo los personajes centrales conocen los acontecimientos a través de la televisión y desde una cafetería. En el primero de los casos, el famoso fiscal de Nueva Orleáns pronunciaba aquellas míticas palabras de “me da vergüenza ser americano”. En esta ocasión, el sargento de los marines califica a los responsables del atentado de “bastardos”, en la versión original; traducción que el doblaje español interpreta como “cabrones”. Es ésta la única muestra de patriotismo – si es que hay alguna- que encuentro en toda la película. Por lo demás, sólo puedo ver un relato estremecedor de supervivencia y de solidaridad, tratado con un realismo y con una sensibilidad extremos, que no puedo calificar que “patriotismo”, al tratarse de simple Humanidad.


LA IMPORTANCIA DEL "ESTO"

A nivel argumental, podemos encontrar una infinidad de aspectos que se realimentan, con la finalidad de poner de manifiesto las limitaciones y negligencias del sistema americano para afrontar las catástrofes que tienen lugar dentro de casa. Una cuestión que aborda directamente Spike Lee al narrar el abandono de la administración con respecto al huracán que azotó la población de Nueva Orleáns, y que Stone retrata de manera más sutil, pero igualmente, efectiva. El inicio de esta crítica, arranca desde los primeros minutos de proyección, y se condensa en una secuencia interesante.

- Nicolas Cage dirige a sus hombres hacia el Trade Center, indicando que “están preparados para todo: bombas, armas químicas, pero no para esto”. Este comentario pasa desapercibido para el espectador, porque todos asociamos “esto” con los atentados. Sin embargo, recordemos que, en este punto de la historia, ellos no saben que hay un atentado, y que lo único que conocen es que se les ha solicitado ayuda porque “algo ha chocado contra la torre norte”.
O se trata de un estrepitoso error en el guión, un error impropio de un cineasta que sabe diseccionar sus historias con precisión aritmética, o, quizás, se nos está diciendo que la ciudad de los rascacielos no tiene previsto un plan de evacuación en el caso de que un avión impacte accidentalmente contra un edificio. Ambas hipótesis podrían resultar válidas.

Ahora bien, al avanzar la película, sabremos que esta patrulla de la policía portuaria nunca conocería de manera oficial datos importantes, que ya obraban en poder del gobierno. Cuando ellos llegan al Trade Center, ya se sabe que un segundo avión ha impactado contra la torre sur (ellos todavía lo ponen en duda), que un tercero lo ha hecho contra el Pentágono (se enteran por casualidad) y que existe un cuarto que continúa secuestrado; es decir, que hay indicios de que es un atentado. Tampoco se les comunica que las estructuras de la torre norte están cediendo, hecho que comprueban ellos mismos. Toda la información que poseen se basa en conjeturas, en apreciaciones personales, que les llevan a una muerte segura. Posteriormente, las noticias que les llegan a sus familiares o son inexistentes o están equivocadas, porque también se desconoce si entraron o no a los edificios. Incluso en las tareas de salvamento, iniciadas por un llanero solitario que las hace “por su cuenta”, se reclama la presencia de un sanitario, y se grita que “alguien llame a los bomberos”. Una crítica que culmina con una frase reveladora: “Está dando su vida por ustedes, y ustedes se equivocan en todo”. Una respuesta a la famosa pregunta que hiciera el presidente Kennedy, la reacción solidaria de un ciudadano norteamericano. Otra cosa muy distinta es lo que el gobierno Bush esté dispuesto a hacer para preservar la integridad de sus ciudadanos. Según los datos que arroja esta película, miedo da vivir en tan esplendoroso país.

POSEIDÓN

En esta crítica cometí un error irreparable: dejarme convencer por el "Cómo se rodó". Confieso que me fascinó todo lo que leí.... y que, posteriormente, sin darme cuenta, me convertí en el gabinete de prensa de la productora.
Me quedó la tranquilidad de pensar que a mí sí me había gustado la película.
Era insumergible y, de haber existido, se habría dicho de él que ni el mismísimo Dios podía hundirlo. Con la altura de un edificio de más de veinte pisos, ochocientos camarotes y trece cubiertas para pasajeros, el Poseidón surca desafiante las aguas del Atlántico Norte. Majestuosidad y Fastuosidad indestructibles. Pero las fuerzas de la naturaleza se obstinan, a veces, en abofetear la vanidad humana.
El resto de esta historia se plasmará en una colosal producción, que aunará, con indiscutible maestría, la tecnología actual y la artesanía propia del cine de los años cuarenta.
UNA AVENTURA BOCA ABAJO.


No podía ser de otra manera. Era sólo cuestión de tiempo que Wolfgang Petersen se dejara seducir por el Poseidón, el transatlántico más lujoso de todos los tiempos, al que una enorme ola daba la vuelta en una noche de fin de año. Un hecho real que viviría en 1.995 el buque Queen Mary II, en el que, posteriormente, viajarían los responsables de esta película para recrear su historia.

Pero el Queen Mary no cubría las expectativas del realizador alemán, no se ajustaba a la concepción que él tenía del Poseidón. Por ello, la Warner habilitó cinco gigantescos estudios para darle vida. Uno de ellos, el legendario estudio 16, en el que se filmó El Viejo y el Mar y Una tormenta Perfecta, se ampliaba para convertirse en el salón de baile, en el que comienza la tragedia,.... al revés. Y es que uno de los mayores desafíos para el equipo técnico de esta producción titánica fue pensar al revés, construir al revés y hacer que todo funcionara de esa manera.

John Seale (cinematógrafo de El Paciente Inglés), el supervisor de efectos especiales John Frazier y el diseñador de producción Sandell, entre otros grandes de la fábrica de sueños del cine actual, son los culpables directos del antes y el después del Poseidón. De la grandiosidad dando paso a los parajes más claustrofóbicos y adversos que pueda imaginar el ser humano.
Para conseguir algunas escenas, -en teoría, imposibles de rodar-, no dudaron en utilizar los más complejos y sofisticados sistemas informáticos, que alternaron con un proceso de rodaje artesanal, a la antigua usanza, como no se había realizado desde los años cuarenta. De esta manera, en el inicio de la película, se produce una toma de dos minutos y medio en la que lo único real es el actor J. Lucas corriendo por unas cubiertas inexistentes. También es fruto del mundo virtual el impacto de la enorme ola de cincuenta metros contra el buque. Pero, por otra parte, los estudios de la Warner son testigos físicos del lanzamiento de medio millón de litros de agua, que romperán -de verdad- los cristales del lujoso salón de baile, y rodarán sin control hasta un sistema múltiple de cámaras, que crearán la ilusión óptica de que el agua entra por todos los costados del barco. Para evitar un riesgo evidente en este tipo de secuencias: que el agua arruinara las cámaras, éstas tuvieron que ser precintadas dentro de cajas herméticas. También hubo ocasiones en las que se accionaron por control remoto, para acceder a lugares en los que sólo podían estar los actores, como fue el caso de los conductos de aire acondicionado.

En definitiva, un rodaje peligroso al que no fueron ajenos los actores, que tendrían que ser entrenados durante meses por expertos buceadores y sustituidos por clones visuales en momentos en los que podían fallar todos los sistemas de seguridad. Un rodaje en el que el director conseguía que los actores olvidaran la sensación de vértigo (se les colgaba de arneses a diecisiete metros de altura) con música clásica.

Al margen de las cuestiones técnicas (que, según las malas lenguas, dejan al Titanic de James Cameron a la altura de la barca de Chanquete) y que han creado un hito en la Historia del Cine, en cuanto a efectos de iluminación se refiere; Petersen quiso centrarse en las diversas reacciones humanas ante este tipo de descomunales catástrofes. Con esta película, el director germano (seguidor del cine de John Ford) completaba una trilogía, que inició con Das Boot en 1.981 y continuaba con Una tormenta Perfecta, interpretada por George Clooney. Pero, a diferencia de las anteriores, los personajes de esta historia no están preparados para sobrevivir en el mar, sólo son pasajeros disfrutando de sus vacaciones, obligados a emprender una huída en vertical al ser atacados por elementos letales, como el agua o el fuego.

Importante es saber que la historia de Petersen no es un remake de La Aventura del Poseidón de 1.972. Ambas parten del mismo punto, pero esta última inicia un relato totalmente diferente, con personajes contemporáneos. Es decir, que los nostálgicos echarán de menos el árbol de Navidad por el que trepan los supervivientes de la historia anterior, y a la bondadosa ganadora olímpica que expone su vida para salvar la de sus improvisados acompañantes.

Una versión diferente en la que los guionistas, sin embargo, siguen apostando por la vieja fórmula de “desaparición progresiva de los personajes”, basada, posiblemente, en una canción infantil inglesa. “Diez negritos salieron a pescar, uno se ahogó y nueve han de quedar. Nueve negritos se fueron a pasear, uno se perdió y ocho quedarán...”, que hacen que el espectador se pregunte, en todo momento, cómo abandonará el siguiente negrito el mundo de los vivos, o cuántos conseguirán llegar a la superficie; incluso en pensar que esto puede ser otra tormenta perfecta. Dentro del reparto, nos encontramos con viejas glorias, provenientes del universo de los eternos secundarios, frente a una joven promesa de diez años; una actriz de tercera, que todavía cree estar en la ópera con el fantasma, y un Josh Lucas que iba para Paul Newman del siglo XXI, pero ya se perfila como el peor actor de todos los tiempos. Por lo menos, tan previsible como el final de todo barco engullido por el mar, en el que lo último que se sumerge es el nombre del mismo: “Titanic, Liverpool”, y en este caso, POSEIDÓN.

PLAN OCULTO. SPIKE LEE

Intente averiguar cuál es el verdadero plan que el director ha querido ocultar en un thriller aparentemente inocente. Es ésta una película que se presentó al mundo asegurando que “el defensor de los derechos de las minorías étnicas había abandonado el cine de denuncia social” en beneficio de una faceta mucho más comercial, pero ¿es esto realmente cierto?.
CUANDO TODOS SON SOSPECHOSOS

En la última película de Spike Lee es importante destacar la esmerada labor de los guionistas desarrollando una complicada trama, que culmina con la aparición de diálogos inteligentes y perfectamente adaptados al registro lingüístico de cada personaje, para el lucimiento de sus protagonistas. Todo ello dentro de un argumento original y entretenido que cuenta con un interrogatorio digno de Asesinato en el Oriente Exprés, capaz de volver loco a cualquiera. Una locura a la que contribuye el impresionante montaje de la cinta, que crea una historia desconcertante en algunos momentos, esclarecedora en otros muchos. Unos aspectos sobresalientes que se ven coronados por una impecable dirección.

Dentro del reparto, ni que decir tiene que la idea de poner a Washington-Foster-Owen para que funcionen en tándem es apoteósica, como no podía ser de otra manera. Denzel Washington es una indudable garantía de éxito en la mayoría de los trabajos en los que ha participado, aunque en la memoria de muchos cinéfilos siempre permanecerá anclado en Filadelfia, pidiendo eternamente “que alguien le explique las cosas como si fuera un niño de cuatro años”, quizás por ser ésta una de las grandes interpretaciones de la última década. Jodie Foster, por su parte, está considerada una de las mejores actrices de todos los tiempos, con un talento que consiguió impresionar al mismísimo Truman Capote, quien le dio la categoría de “ser perfecta para desayunar con diamantes”. Por último, Clive Owen, el nuevo galán del cine americano, el médico viciosillo y chateador cuyos labios pudimos rozar gracias a una apuesta que realizaba en Sin Control, y que, en esta ocasión y para deleite de sus admiradoras, aparece enmascarado.
La sensual conversación que mantiene Jodie Foster con Owen y la relación que se establece entre Washington y Foster, son otros dos de los muchos aciertos de este metraje; mientras que el quién, el cuándo, el dónde, el cómo y el porqué de la narración, los proporciona un Clive tan seductor como siempre. Y ésta es una razón más para ver la película, la formada por tres vértices en relieve tramando un Plan Oculto.

Ahora bien, quienes conocen el cine de Spike Lee no se conformarán con esta única historia por muy atractiva que resulte, y se centrarán en encontrar el mensaje real que sabiamente se ha camuflado en ella. Me abstendré de señalar explícitamente el paralelismo existente entre el argumento y la denuncia política realizada, con la finalidad de no desvelar el primero, pero sí indicaré que ambos parten del mismo planteamiento, el que surge cuando todos son sospechosos.

-Que los Estados Unidos de América son el imperio en el que la Libertad de la que se jactan hace tiempo que se hermanó con la más irreverente de las Hipocresías-, es un hecho que muchos venían advirtiendo. Sin duda alguna, ésta es la tierra en la que los honorables posan para la posteridad junto a la familia Bush. Recordemos que uno de los personajes de esta historia exhibe orgulloso una fotografía en la que aparece con el aterrador matrimonio.
Cuando todos son sospechosos, lejos de prevalecer el principio inamovible de inocencia hasta que ésta pueda ser destruida con pruebas fehacientes, a este bendito país no se le ocurre nada mejor que detener a todo el mundo disparando sin contemplaciones, reduciendo e insultando al personal aun sabiendo que el único delito de muchos de los presentes es estar en el lugar equivocado el día menos apropiado, incluso conociendo –y esto es igual de incomprensible- que tener algo en común, como la nacionalidad, la religión, el aspecto físico o llevar idéntica vestimenta, no es indicio alguno de culpabilidad.

En el apartado de descalificaciones personales, las expresiones de “puto árabe” o de “esta gente es peor que los árabes de los Juegos del 72”, justifican que se prefiera ser un racista viejo a un cadáver joven y guapo.
Conociendo los métodos que utiliza el N.Y.P.D., a la sazón, Policía de Nueva York, no es de extrañar que salten a las páginas de la prensa mundial numerosos casos en los que a las elites militares de este santo lugar “se les va la mano”, contra presos que conocemos, y contra los que nunca sabremos.

Cuando todos son sospechosos, y no se tienen escrúpulos para alterar el orden lógico de: -Interrogatorio (con asistencia legal) -Imputación (en similares condiciones)- Acusación (con defensa correspondiente) -Condena (con derecho a apelación), y, en última instancia, Sentencia; es fácil que surja y que se pueda explicar la Vergüenza internacional de Guantánamo. El gobierno estadounidense es experto en vulnerar los derechos humanos más elementales, único en pasarse las denuncias de Amnistía por el forro del estado de Alaska.

Cuando todos son sospechosos, sería interesante saber de qué son sospechosos, y saberlo antes de extorsionar a un colectivo por un delito flagrante que, finalmente, resulta ser inexistente. Muchas veces, las armas de destrucción masiva son de juguete y sólo quienes se creen los Salvadores del Mundo son capaces de desoír y de ultrajar los alegatos de la O.N.U. Redaños para hacerlo no le faltan a un país que la torea a su antojo desde el mismo momento de su fundación.

Sin embargo, sigue existiendo lo que se llama “creer en el sistema”, convencimiento que propicia la aparición de llaneros solitarios que saben traducir el dicho francés “Si hay sangre en las calles, compra propiedades”, por al frase americana “Si hay sangre en las calles, alguien va a ir a la cárcel”.(Lástima que, a nivel institucional, los comunicados franceses sobre Irak no se tradujeran literalmente).El mismo sistema que pone en libertad a inocentes que nunca debieron perderla, y persigue a los verdaderos culpables. Un sistema, modelo de las democracias europeas, que a muchos mortales nos cuesta entender.

Dicho lo cual, llegamos a la conclusión de que si a esta historia de Spike Lee se le rasca levemente, pronto se llega a un doble fondo revelador. Un fondo que la convierte en una excelente película de crítica política y social, camuflada bajo un plan oculto tan ingenioso como el de su argumento. ¿Para qué y por qué?. Tal vez porque los inversores estadounidenses no financian cintas polémicas... ¿quién sabe?.-


OJALÁ FUERA CIERTO

Sobre nuevas cenicientas, sirenas emergentes, príncipes burgueses y durmientes en el jardín.

Deliciosa comedia romántica de los años Dos Miles que, con su ingenioso argumento y unos diálogos de ritmo vertiginoso, intenta emular a los clásicos, en su género, de los años 30. No lo consigue. Sin embargo, este metraje supera en calidad y en elaboración a los de su estilo de las últimas décadas.

Definitivamente, los protagonistas de las denominadas “comedias románticas” americanas tienen muy mala suerte en sus relaciones interpersonales. Se pasan media vida buscando a la mujer de sus sueños y, tras numerosas vicisitudes sentimentales, cuando creen haberla encontrado, resulta que ésta no es quien dijo ser. O es un pez, como le sucedía a Tom Hank en la mítica “1, 2, 3 Splash”; o quien se hizo pasar por condesa no es más que una campesina, intelectual pero “Por Siempre Jamás” campesina, que atiende al nombre de Drew Barrymore; o el mismísimo-flemático-British-político Ralph Fiennes se deja atrapar por la moderna-cenicienta-latina-señorita López en un inverosímil cuento que “Sucedió en Manhattan”. Desastres varios y sonoros con un denominador común: un happy end muy happy, que deja una sonrisa en los labios a los más escépticos y da alas para soñar a alguna romanticona.

A la pandemia que afecta a los galanes del cine romántico no es inmune ni tan siquiera quien fuera capaz de romper de deseo, con sus conversaciones telefónicas “En carne Viva”, a la enamoradiza Meg Ryan de “Tienes un e-mail”; y es que debe ser que de estos avatares amorosos no se libra ni el más “pintao”. Sólo que el protagonista que nos ocupa, de nombre Mark, no es vilmente engañado en esta ocasión, porque tiene la suerte de topar con “Una Rubia Muy Legal”, que ha dejado su “Dulce Hogar en Alabama”, para protagonizar una historia urbana en la famosa calle de San Francisco.

“Mi asunto pendiente eres tú”.
“Cuando no estoy contigo, es como si no existiera”


En realidad, aunque quisiera mentirle, no podría. Es más que evidente que la chica es una fantasmoma de cuidado: atraviesa paredes y se pone furiosa cuando el bombón de “Mi vida sin mí” se atreve a colocar un vaso en su mesa de caoba, sin apoyarlo en su posavasos correspondiente. Lo dicho: fantasma, fantasma..... ¡mira que enfadarse con el poli bueno de “Collateral”, que aquí es “arquitecto paisajístico”! (Por cierto, ¿Existe esa profesión?).

Puede que Mark Ruffalo haya encontrado en este género cinematográfico su sitio. Mal no se le da, y es de esos actores que, bien dirigidos, tienen el don de enamorar a la cámara. Mi adorada Reese, de apellido impronunciable, Wi-thers-poon, tan chiquitita, tan delgadita, con su mirada tan expresiva y su barbillita de pelícano, sigue teniendo esa aureola de misterio y de glamour que siempre rodeó a las grandes divas del celuloide. Se llama clase, y a esta actriz, haga lo que haga, le sobra. Al padre de la criatura, (vamos a llamarle director), se le cae la baba cuando asegura que “la pareja protagonista recuerda a grandes astros del cine, como a Grace Kelly o a Cary Grant”....... ¿?¿¿¿???¿¿¿¿ Ni tan siquiera yo, en un arrebato de pasión, podría afirmar una barbaridad tan bárbara. Adoro a Reese, pero sigo teniendo sentido común (que es el menos común de todos los sentidos). Se le perdona al hombre. Debe ser que una película para su director es algo así como un hijo para su padre: carece de defectos y cuenta con virtudes inexistentes. Lo que no le perdono es la falta de originalidad que tiene al asegurar que “esta película recuerda a Luna Nueva”. Dios mío, pero ¿qué tiene “Luna Nueva” que todos los creadores quieren que sus películas se parezcan a ella?. Pero si los productores de “Crueldad Intolerable” dijeron lo mismo hace un par de años....

En cualquier caso, “Ojalá fuera cierto”, traducción moña de un título mucho más logrado, es una Deliciosa Comedia Romántica que supera en calidad y en elaboración a las de su estilo.