jueves, 27 de septiembre de 2007

SIN RESERVAS




TITULO ORIGINAL No reservations
AÑO 2007
DURACIÓN 105 min.
PAÍS: USA
DIRECTOR Scott Hicks
GUIÓN Carol Fuchs (Historia: Sandra Nettelbeck)
MÚSICA Philip Glass
FOTOGRAFÍA Stuart Dryburgh
REPARTO Catherine Zeta-Jones, Aaron Eckhart, Abigail Breslin, Patricia Clarkson
PRODUCTORA Castle Rock Entertainment / Village Roadshow Pictures






Versión americana de “Deliciosa Martha”, la producción alemana que, en el año 2.001, nos conquistó no sólo por el estómago. El duelo interpretativo que llegan a entablar las actrices protagonistas, la probada melomanía del director de “Shine” y la impecable adaptación del guión, terminan haciendo de “Sin Reservas” una receta cinematográfica “comme il faut”.


Si recordamos a la guapa-francesa-dibujo-animado que aparecía en Ratatouille, nos asomamos al personaje de Martina Gedeck en la historia original de Sandra Nettelbeck, y contemplamos la determinación con la que la genial señora de Douglas sentencia que “todos sus platos culminan comme il faut”, llegamos a la conclusión de que todas las “chefs” de la alta cocina mundial son mujeres de armas tomar. Es posible que así sean todas las grandes profesionales de los cinco continentes. Y es posible también que esta actitud ante la vida no parta de un instinto natural de protección, sino de un estudiado ejercicio de supervivencia. Mas, como dijera Ortega y Gasset, “El río se abre un cauce y luego el cauce esclaviza al río”, certera explicación que podría justificar la mal llamada adicción al trabajo y su peor consecuencia, el temor por una vida, la propia, con la que no ha dado tiempo a fraternizar. “No hay libros de cocina para la vida”.

Antes de nada, conviene no confundir al espectador. Aunque así se haya comercializado, Sin Reservas, versión americana de “Deliciosa Martha”, no es una comedia romántica, porque tampoco lo era la historia en la que se inspira. Si de buscar género se trata, justo es indicar que tan recurrente argumento se ha de entender como un testimonio vital que, como todos, llevaría implícito el drama, y el sentido del humor como necesario mecanismo de compensación. Su finalidad no es otra que la de acercarse a ese concepto subjetivo y abstracto, que se construye desde el interior, llamado “felicidad”. “La suave brisa que, de vez en cuando, te roza la cara”, como solía definirlo Banderas, malagueño internacional.







Llegados a este punto, sería irresistible pensar que tal argumento, -por cotidiano y masivamente explotado- podría llegar a resultar tan insustancial dentro de una adaptación cinematográfica como la propia producción que lo contiene, una intrascendental “comedia romántica”. Y ahí es donde fallan todas las predicciones. Parafraseando su exquisito guión, “la vida es imprevisible” y, afortunadamente, el cine también lo es, por lo que las recetas que algunos inventan, contra todo pronóstico, se alzan como las mejores. Alabados sean los directores que, aun en nuestros días, son capaces de adentrarse en un género manido, despojarlo de sus clichés y, sin pretensiones reivindicativas, lograr elevarlo.

Evidentemente, al hablar de “algunos” no nos estamos refiriendo a “cualquiera”. Scott Hicks marca un hito en la historia del cine con Shine, al contar la biografía de un pianista absolutamente desconocido, para hacerle famoso. Lo habitual sería lo contrario, hacerse eco de la biografía de un músico ya consagrado. En Sin Reservas, nos confirma que su incursión en el mundo de la música no fue casual ni puntual, puesto que uno de los mayores aciertos del filme que ahora orquesta, se basa en la adecuada utilización de la banda sonora. La partitura de Philip Glass –de por sí, sobrecogedora- será sabiamente mezclada con importantes piezas de ópera interpretadas por el mismísimo Pavarotti, que, aderezadas con diversos temas populares, la erigen, en no pocos momentos del metraje, en protagonista absoluta.





Como en la buena cocina, tan magistral habilidad para encontrar la clave de las dosis perfectas, tan sólo será un ejemplo de la interesante combinación que alberga el resto de la cinta entre los diversos aspectos técnicos y artísticos que la terminan componiendo. La comedida utilización de las voces en off; la acertada fotografía de interiores, que aprovecha al máximo los escasos espacios exteriores que permite el rodaje para captar la belleza de un Nueva York desconocido, y una cuidada dirección artística que recrea los entresijos de un restaurante inexistente, se alternan con el espectacular duelo interpretativo que se establece entre la naturalidad de la Pequeña Miss Sunshine y la profesionalidad de una de las mayores divas del cine contemporáneo.

“La magia entra en escena”, exclamaba Jack Lemmon antes de que bajara la claqueta. Esa magia procede de una escena de Traffic, en la que la guapa bailarina, que muchos creyeron de sangre latina, pronunciaba con verosímil frialdad un “Vuélale la cabeza” que impactó en la retina de muchos cinéfilos que le juramos fidelidad. La magia que hace absolutamente prescindible a su partenaire masculino. Cuando ella llena la pantalla, aun teniendo en mente a señores de la talla de Connery o Clooney, ¿quién no lo es?.

jueves, 20 de septiembre de 2007

LA JUNGLA 4.0



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL Live Free or Die Hard (Die Hard 4)
AÑO 2007
DURACIÓN 130 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Len Wiseman
GUIÓN Mark Bomback (Historia: Mark Bomback, David Marconi. Personajes: Roderick Thorp)
MÚSICA Marco Beltrami
FOTOGRAFÍA Simon Duggan
REPARTO Bruce Willis, Timothy Olyphant, Maggie Q, Justin Long, Jeffrey Wright, Mary Elizabeth Winstead, Cliff Curtis, Kevin Smith, Jonathan Sadowski, Andrew Friedman


Junto con el cristal, la jungla pierde la capacidad de entretener; objetivo principal –si no único- del género de acción. Las puntuales escenas rodadas con especialistas y el encanto –en otros guiones, irresistible- de Willis- MacClane, no logran evitar la quiebra de una delgada línea argumental de americanismo barato. Después de doce años, los seguidores de la saga se merecían mucho más que una sucesión de tráileres sin sentido

¿Cómo era aquella frase de Samuel Goldwing, inculto e insólito magnate de la Metro?, “Anoche fui a ver Hamlet. Está lleno de citas”. Me viene a la memoria cada vez que me aburro en el cine, y es que una manera inteligente de amortizar las más de mil pesetas que cuesta, es la de buscar “citas” que puedan ser recordadas. Ahí van dos memorables: “O me dices todo lo que quiero saber, o te inflo a ostias en tu propia casa”, y “Va a poner Yipi- qui- Yei, hijo de puta”. Que nadie se moleste en buscar más en una jungla tan limitada.

Una vez más, la industria cinematográfica americana vuelve a subestimar al espectador. Después de doce años, los seguidores de La Jungla de Cristal se merecían mucho más que una sucesión de tráileres sin conexión ni sentido, mucho más que ese amago de lo que la cuarta parte intenta ser y no termina siendo. Ni más ni menos que lo que suele suceder cuando cualquier guión “vale” para insertar escenas del “caos total” de Independence Day, sin tener en cuenta que ése nunca fue el espíritu de La Jungla, reinventora del género de acción. En última instancia, que a nadie se le olvide que Willis es un capullo íntegro y encantador porque los guionistas que inventaron a John MacClane así lo quisieron.







Se agradecen, sin embargo, las escenas de acción que son rodadas con especialistas, único homenaje a la historia original de 1.988. En ellas, no sorprenden los planos cortos y tramposos que incluye Wiseman para convencer de las habilidosas artes marciales de la chinita mala, sino los comentarios despectivos, xenófobos y machistas que le dedica el mítico detective de Nueva York, ahora desconocido. Vuelve a fallar el guión al tiempo que las escenas de golpe y puñetazo son sustituidas por un baile incansable de efectos especiales de última tecnología, que terminan haciendo creíbles las Mentiras Arriesgadas de James Cameron.

En el fondo, los estadounidenses adoran estar en peligro, y su cine sigue dando malas ideas para conseguirlo. Obsoletas, pero malas. Y es que el cuento de los ataques informáticos y la certeza de que “cualquiera, desde un garaje, con un ordenador, puede ganar la partida a los sistemas de seguridad, absolutamente incompetentes” ya los conocíamos gracias a productos como La Red, Conspiración en la ídem, La Prueba o la reciente e infumable Operación Stormbreaker. Tampoco nos son desconocidos los arranques de patriotismo barato; interpretación, quizás, errónea, de la célebre frase del presidente Kennedy, ni aquélla otra de Monroe que pedía “América para los americanos”, a la que sólo cabe añadir que este tipo de cine, también para ellos.





Es ésta una historia sin identidad propia, que, en no pocas ocasiones, se presenta como un mal collage de fotogramas tópicos del género. Una historia sustentada en un guión quebradizo, hijo de un argumento desfasado que no consigue captar la atención del respetable. Entre ridículos diálogos de besugos, patéticos monólogos y actores secundarios de telefilme, Bruce Willis se debe de sentir como un nuevo Marlon Brando, productor y estrellita, que, con rostro atribulado, no duda en meter mano en un guión –ya impresentable- para terminar de sentenciarlo. Ya comentaba el diablo que, de todas sus virtudes, la vanidad era la que más le satisfacía; y con una aseveración como ésta: “Si hubiera alguien más, le dejaría hacerlo, pero no lo hay”, quedan de manifiesto las pretensiones del actor.

Como dijo aquel genio, no puede haber una buena película si no hay un buen guión. El de La Jungla 4.0 se encarga de atentar directamente contra la figura de John MacClane, seductor de los años 90, ente molesto en las esferas policiales, para no conceder ninguna premisa que ayude a entender los propósitos de sus adversarios, ni el papel de sus acompañantes. Aunque no era fácil resistirse a la tentación de mencionar el 11S, afirmar que el fin de USA es el fin del mundo, que los tiradores pésimos siempre están en el lado de los malos y los ángeles de la guarda en el de los buenos, que los del FBI no tienen ni idea, y que todos los vuelos han de aterrizar para evitar suspicacias, sólo consigue precipitar la muerte de un gremio, el de los guionistas, que, en el presente siglo, no logra salir de su propia incompetencia.

jueves, 6 de septiembre de 2007

GRINDHOUSE: DEATH PROOF



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL Grindhouse (Death Proof)
AÑO 2007 DURACIÓN 95 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Quentin Tarantino
GUIÓN Quentin Tarantino
MÚSICA Varios
REPARTO Kurt Russell, Zoe Bell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Jordan Ladd, Rose McGowan, Sydney Tamiia Poitier, Marley Shelton, Tracie Thoms, Mary Elizabeth Winstead




La desmedida pasión al dirigir demostrada por el realizador de Tennessee, su probada militancia cinéfila y su vasta cultura cinematográfica, que abarca desde la serie A hasta la Z, transforman un slasher de los setenta en el atractivo argumento que fascinara a cineastas como Carpenter o Spielberg. Death Proof es la aportación de Quentin Tarantino al proyecto Grindhouse y un homenaje a su propia filmografía.


Supongo que una de las consecuencias directas de haber estrenado las dos películas que componen Grindhouse por separado, y de comercializar éstas como “productos normales”, ha sido la avalancha de protestas vertidas por los espectadores sobre la “mala calidad” de Planet Terror; lo que, seguramente, ha propiciado la aparición de una graciosa “nota de empresa” en algunos cines, según la cual, “los desperfectos que muestra Death Proof son intencionados”. Más fácil habría sido explicar, desde el principio, que ambas forman parte de un homenaje a las películas de bajo presupuesto que, en los años setenta, pululaban por las salas de proyección americanas.
Un vez hecha la advertencia, conviene saber que las múltiples deficiencias técnicas que acompañan a estas producciones, (Death Proof y Planet Terror), no restan calidad al resultado final de las mismas. Las pérdidas de sonido, los fotogramas rayados, los intervalos que se ofrecen en blanco y negro y el desastroso montaje, son sólo un mero hecho anecdótico, y otra de las muchas genialidades que caracterizan a dos historias, en muchos aspectos, perfectas.

Para analizar seriamente Death Proof, hay que tener en cuenta que abordar la filmografía de Quentin Tarantino no es una tarea fácil. Adentrarse en ella, supone hermanar, irremediablemente, la dificultad con el más absoluto de los respetos. Por encima de su predisposición para la serie B, de su homenaje a las películas baratas karatekas, de su tendencia a la creación de situaciones, en apariencia, absurdas, y su obstinación por dibujar personajes, en no pocas ocasiones, irreales; se encuentra una singular sabiduría cinematográfica, que abarca todos los géneros, y culmina en un estilo inconfundible, imposible de hallar en el cine contemporáneo. Su original manera de dirigir, la inclusión de guiones desestructurados, herencia de Scorsese; la recreación de las impecables puestas en escena habituales de Kurosawa, y la obsesión por los detalles, le convierten en un cineasta de riesgo, con un coraje al límite, sólo comparable al que siempre demostró el mismísimo Welles. No cabe duda de que Tarantino es uno de los pocos Grandes que quedan.




Lo malo de “los Grandes” es que, a veces, se permiten la licencia de gastar una broma a los cinéfilos y obsequiarles con una de esas historias que sólo se pueden mirar con benevolencia conociendo el trabajo previo de sus directores. Recuérdese que incluso Huston aprovechó unas vacaciones por el Mediterráneo para dar al Séptimo Arte una incalificable parodia de El Halcón Maltés titulada La Burla del Diablo; y que éste, justo antes de dar a conocer Los Bastardos sin Gloria, parecía el momento indicado para no rodar en serio. Afortunadamente, ése no es el caso de Death Proof y, una vez más, Tarantino vuelve a mostrar su valía, a sorprender, a revolucionar el tedioso panorama cinematográfico.

Lo que se inicia como un típico filme de crímenes sangrientos, un slasher de los años setenta, pronto se convierte en el atractivo argumento que fascinara a directores como Carpenter o Spielberg. Tras la alusión directa a películas como Punto Límite Cero, La Indecente Mary o Larry el Loco, la memoria cinéfila nos arrastra hacia títulos de culto como Christine o El Diablo sobre Ruedas. Si a ello se le aplica el “toque Tarantino”, el éxito está asegurado.

La magistral definición de personajes, algunos de ellos, dibujados con sólo dos trazos; los diálogos interminables, que sólo en las mejores historias clásicas consiguen captar la atención del espectador; la profusión de detalles, que encuentran su irreemplazable lugar en la resolución del desenlace; los continuos guiños a los amantes del cine, y a los espectadores españoles (recuérdense los carteles de películas protagonizadas por Charo López); las referencias explícitas tomadas de Pulp Fiction, Jackie Brown y Kill Bill, hacen de Death Proof una de las mejores películas del año.

Para el recuerdo, la apuesta del cineasta por los masajes en los pies, el deleite que le producen los teléfonos móviles, la incitación a la lectura, el amarillo chillón, las mujeres de armas tomar y el playback. Para gloria del cine, el rodaje de una de las mejores persecuciones de coches de su Historia. Para sus seguidores, la búsqueda incansable del volumen dos.