miércoles, 28 de mayo de 2008

INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL

La ausencia de un guión solvente que cubra expectativas diecinueve años después, queda compensada por la dirección de quien, una vez más, obliga a escribir su nombre con letras de molde. El Mago que reinventó el género de aventuras en los ochenta ha vuelto.



TITULO ORIGINAL Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull (Indiana Jones 4)
AÑO 2008
DURACIÓN 125 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Steven Spielberg
GUIÓN David Koepp (Historia: George Lucas, Jeff Nathanson)
MÚSICA John Williams
FOTOGRAFÍA Janusz Kaminski
REPARTO Harrison Ford, Cate Blanchett, Shia LaBeouf, Karen Allen, John Hurt, Ray Winstone, Jim Broadbent, Ian McDiarmid, Joel Stoffer
PRODUCTORA Paramount Pictures / Lucasfilm


Un primer plano que recoge el ala de un sombrero –el sombrero- que revolotea sobre el asfalto. Una silueta inconfundible se recorta en el brillo de un vehículo militar. El punto álgido de la banda sonora creada por John Williams, una de las más representativas del cine, comienza a sonar. Indi ha regresado. Y, con él, aquellas tardes de sesión continua a la salida del colegio, siempre en la misma butaca de la fila uno, desde la que se aplaudían con más emoción las huidas imposibles de una muerte segura en la tumba egipcia. Regresa el cosquilleo por la espalda cada vez –que fueron muchas- que el atractivo profesor enlaza con su látigo la cintura de la cantante de un night club de Shangai en 1935. Regresan las ganas de gritar que Jehová se escribe con I latina, y que la O de su nombre pronto será una Ohhhhh! ante un ladrillo que zozobra. Regresa una saga que nos hizo idolatrar las salas de proyección para descubrir el cine, y con su última entrega, el reto de buscar la objetividad escondida entre tantos recuerdos.

En 1936, un burócrata del gobierno estadounidense definió al doctor Jones como un profesor de arqueología, experto en ocultismo y “conseguidor” de antigüedades raras. De alguna manera, basado en los héroes de las películas de serie B de los años cuarenta, en los ochenta nacía la leyenda que iba a reinventar el género de aventuras. De la mano del mejor cineasta de su época (Steven Spielberg), del rey Midas de la producción cinematográfica (Lucas), y de grandes guionistas-directores (Kasdan y Kaufman), En Busca del Arca Perdida ponía el listón demasiado alto a su secuelas: El Templo Maldito, considerada por muchos como una “precuela” por ser una historia que se ubica un año antes que la original, y La Última Cruzada. Sin embargo, todas conseguían aprobar con nota y seguir ganando enteros con el paso de los años, inspirando nuevas aventuras de similares características y netamente inferiores, como Tras el Corazón Verde (Robert Zemeckis, 1984), La Joya del Nilo (Lewis Teague, 1985), La Momia (Stephen Sommers, 1999) o La Búsqueda (Jon Turteltaub, 2004).



El Reino de la Calavera de Cristal busca sus orígenes para cerrar momentáneamente una historia que no admite relevos, y en la que el famoso sombrero siempre encontrará a su dueño. Así, se impone el regreso al célebre almacén del ejército americano en el que quedó perdida el Arca de los Diez Mandamientos, para rescatar personajes importantes del pasado, y permanecer fiel al formato que elevó a mito la saga. Tras un prólogo de acción trepidante, los servicios del arqueólogo serán requeridos, solicitados o exigidos, para averiguar el paradero de algún valioso objeto oculto en la memoria de la Historia, al que sólo se pueda acceder con la resolución de complejos enigmas de biblioteca y trabajos de campo no exentos de peligros inimaginables, bichos y esqueletos esparcidos por medio mundo, y guiados por la legendaria flecha roja en el mapa. Una primera toma de contacto con los villanos de turno que siempre equivocan sus objetivos, encuentros y desencuentros, tesoros nunca marcados con una “X.”.. o sí, para recupera el clásico final de suelos que se hunden, paredes que se desmoronan, malos que reciben su castigo, medio-malos que tienen la posibilidad de redimirse, y escapadas que ofrecen la certeza de que la palabra “imposible” es la marca de la casa. Ahora bien, aun cumpliéndose todas y cada una de sus principales señas de identidad, si la pregunta del millón es si ésta es la tan esperada película, la digna sucesora de la saga; la respuesta es contundente, y es que no.



El principal culpable habría que buscarlo en un guión que nunca se antojó el adecuado, que finalmente firma el guionista de la Misión Imposible de Brian de Palma, y que se deja por el camino propuestas interesantes que, en los años noventa, situaban la acción en la Atlántida, buscaban al padre de Indi en el Amazonas antes de que Sean Connery se negara a dejar una partida de golf para volver a la película, o se fijaban en la figura de Kevin Costner como sucesor. Por motivos obvios, propuestas desechadas en 2008, para recurrir a un proyecto que olvida que, históricamente, los grandes fracasos vinieron dados por guiones resultantes del picoteo de otros muchos que fueron rechazados. Entre ellos, fácil es ver la mano del director M.N. Shyamalan en el diseño de los habitantes del reino precolombino, sacados de sus seres de Señales, o en el concepto de que el conocimiento absoluto conduce a la destrucción. Un mal guión que, en líneas generales, renuncia a uno de los pilares fundamentales que hizo inmortal a la saga, que no es otro que la inclusión de pasajes de humor protagonizados por un elenco de secundarios penosamente desaprovechado, que sólo deja espacio para el desarrollo del interpretado por Cate Blanchett.
Las escenas de acción, por su parte, perfectamente resueltas desde la dirección, amparadas por un montaje prodigioso, unos efectos de sonido dignos de oscar y una impresionante dirección artística, no encuentran la réplica en una estructura narrativa que no sabe minimizar el continuo bombardeo de datos histórico-ficticios, ni restar la intensidad de los momentos culminantes que quedan tan condensados como las peores paranoias de Piratas del Caribe.



En un balance final, nos quedamos con el fotograma que presenta a Shia LaBeouf como Marlon Brando en Salvaje (1954), con un Harrison Ford que no ha perdido ni sus facultades ni su atractivo, y con la seguridad de que Indiana Jones no se merecía tan lamentable desenlace.

miércoles, 14 de mayo de 2008

CASUAL DAY

Interesante apuesta del cine español que, con una dirección técnica de sencilla composición, hace recaer la fuerza del entramado argumental sobre un reparto coral, amparado en diálogos brillantes, que configura un retrato de verosímiles personajes. Una idea arriesgada, que consigue el aprobado en Casual Day.



TITULO ORIGINAL Casual Day
AÑO 2007
DURACIÓN 94 min.
PAÍS ESPAÑA
DIRECTOR Max Lemcke
GUIÓN Daniel Remón, Pablo Remón
MÚSICA Pierre Omer
FOTOGRAFÍA Javier Palacios
REPARTO Juan Diego, Luis Tosar, Javier Ríos, Estíbaliz Gabilondo, Alberto San Juan, Arturo Valls, Álex Angulo, Carlos Kaniowsky, Secun de la Rosa, Mikel Losada, Malena Alterio, Marta Etura
PRODUCTORA El Deseo


Con la financiación de Telecinco y el apoyo del Ministerio de Cultura, del Gobierno Vasco y de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha entre otros, la segunda película del director Max Lemcke consigue ver la luz, cumpliendo un objetivo que no alcanzaba su primer largometraje, Mundo Fantástico del año 2003, que no llegaría a ser estrenado en salas comerciales. Es así como nace Casual Day, presentada por la productora de Pedro Almodóvar, y con un título importado de la práctica empresarial estadounidense destinada a fomentar las relaciones interpersonales entre los miembros que componen los recursos humanos de una gran empresa, en aras al aumento de la productividad.

Por su temática, cercana a creaciones nacionales recientes, como El Método (El Método Gronhölm, Marcelo Piñeyro, 2005) o Smoking Room (Wallovits, Roger Gual, 2002). Por su estilo irónico, extrañamente elegante y ávidamente sutil, alejada de las típicas comedias de las últimas décadas, y deudora de algunas de las historias firmadas por Rafael Azcona. En líneas generales, por su labor de difusión social, heredera del mejor cine español que, avalado por importantes originales literarios como Los Santos Inocentes (Mario Camus, 1984) o Tiempo de Silencio (Vicente Aranda, 1986), siempre fueron impagables portavoces de los diversos grupos humanos, y testigos directos de los medios hostiles que les acogían. En todos los casos, una película que invita a la reflexión sobre la deshumanización de las grandes ciudades, la vorágine del capitalismo consumista, la imposibilidad de escapar a los designios trazados por los audaces sobre los audaces que no lo son todavía, las complejas razones que llevan a aparcar las decisiones propias para acatar las impuestas y opuestas, en un otorgamiento que exhala un suspiro como única réplica. Y que a los menos profundos, en nuestra ignorancia, nos dejará la duda de si la empresa en cuestión, en la que no falta el jefe macabro de actitud paternalista, el trepa de la sexta planta, el enchufado que desaloja a la pobre chica del nivel base, el insufrible pelota que toca las narices con la lotería de Navidad cuando más trabajo tienes... tendrá algo o mucho que ver con el nombre del camión cisterna que cruza la autovía, y cuyas facturas a treinta y uno de enero animan a practicar la técnica de calefacción a vela. Sí, ésa que hiciera famosa el empleado de Mr. Scrunch de Charles Dickens.



Apetecible desde los títulos de crédito, con una agradable y bien utilizada banda sonora y un cuidado diseño de producción, Casual Day persigue los planos cortos que recogen las expresiones faciales de los protagonistas, alcanzando su único virtuosismo en el ojo verde de la siempre interesante Marta Etura emergiendo sobre los cabellos negros de la avispada Estíbaliz Gabilondo. Un encuadre fascinante, que queda en promesa al decantarse la dirección por una sobriedad que roza la sosería. Fácil es entender que el objetivo de este estilo lineal, plano, con el abuso de planos-contraplanos, que no contiene ni un solo alarde técnico ni gracia tras las cámaras, obedece al deseo de centrar la atención del espectador sobre los personajes, haciendo del guión la estrella indiscutible del rodaje, pero poco esfuerzo –o ninguno- requería intentar algún detalle para el recuerdo que obligara a salir de la monotonía que recurre sistemáticamente a repetitivos planos fijos que siempre muestran la misma imagen del caserón rural que los alberga, de los mismos arbustos de algún paraje perdido de algún lugar ¿de La Mancha?.



Con un montaje nada convincente y un reparto encabezado por ese gran señor de la escena que es el “despreciable” Juan Diego, por el “machista” Luis Tosar, el “maquiavélico” y encantador Alberto San Juan y el “insulso” Javier Ríos, que se completa con un elenco prodigioso que constituye el mayor atractivo de la cinta; el plato fuerte de Casual Day se encuentra en la historia inventada por los noveles Pablo y Daniel Remón, basado en “comentarios que solían escuchar a empleados de grandes empresas en cafeterías”. La sólida construcción de los personajes y su disección psicológica, impresionante por precisa, pronto acaban convertidas en una peligrosa arma de doble filo que amenaza la consistencia del guión al no evolucionar. Los perfiles bien definidos, el back-story perfectamente matizado con pocas pinceladas, propician un planteamiento apoteósico, un punto de arranque inmejorable que se pierde en un desarrollo tímido y sin pretensiones que parece girar sobre sí mismo sin un claro final, rehuyendo la dirección coral plena. Afortunadamente, esa falta de ilusión queda compensada en los densos y excelentes diálogos y en la creación de algunas situaciones extraídas de películas de Berlanga. Sólo hay que recordar el número de los instrumentos musicales; el numerito del oso y el madroño, en el que las justas reivindicaciones dan paso a la injusta venganza; y la visita turística que se realiza en tractor.



En un balance final, admitiendo que siempre desconfié de las intenciones silenciosas de los corredores de fondo y de los centrocampistas que proporcionan asistencias a los goleadores, me quedo con la figura comprometida de la Dama de Orleáns que, como todas las Juanas de Arco del mundo, emprende su ascenso imparable... hacia la hoguera.

miércoles, 7 de mayo de 2008

88 MINUTOS

’88 Minutos’ viene avalada por el nombre de Al Pacino, pero lo de Al Pacino no tiene nombre al dejarse embaucar en este telefilme mediocre de rancio argumento y estética videoclipera. Demasiado actor para un producto vacío.



TITULO ORIGINAL 88 Minutes
AÑO 2007
DURACIÓN 105 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Jon Avnet
GUIÓN Gary Scott Thompson
MÚSICA Edward Shearmur (AKA Ed Shearmur)
FOTOGRAFÍA Denis Lenoir
REPARTO Al Pacino, Alicia Witt, Amy Brenneman, Leelee Sobieski, Benjamin McKenzie, Deborah Kara Unger, William Forsythe, Neal McDonough, Stephen Moyer, Michael Eklund, Michal Yannai, Brendan Fletcher, Victoria Tennant
PRODUCTORA Universal Pictures


Se supone que debe de llegar un momento en el que a los actores consagrados, que nada tienen que demostrar, poco les importa que su buena reputación se vea ligada a proyectos que no cumplen ni las más mínimas expectativas de cara al público. Sobre todo, si se trata de productos engañosos, de formas atractivas y fondos vacíos que configuran esa gran habilidad que tienen algunas películas americanas para convencer.... hasta entrar en el cine. El principal engaño de 88 Minutos, nace con las frases con las que se comercializa, que hacen olvidar el hecho de ser ésta una película que no ha tenido estreno en las salas comerciales de numerosos países, para hacer volar la memoria cinéfila hacia una producción de 1950, Con las Horas Contadas de Rudolph Maté, y llegar a la conclusión de que no es ni una mala copia de Medidas Desesperadas (Barbet Schroeder , 1997) por mucho que sus responsables se atrevan a compararla con el engranaje psicológico de los personajes de Sospechosos Habituales (Bryan Singer, 1995).

Al Pacino es un psiquiatra forense del FBI que, con uno de sus informes profesionales, consigue la pena de muerte para un asesino en serie. Nueve años más tarde, cuando son pocas las horas que faltan para ser ejecutada la sentencia, una llamada telefónica le advierte de que sólo le quedan 88 minutos de vida.

A partir de este momento, ni que decir tiene que el buen médico –esto es cine americano- se convertirá en el detective de su propio asesinato, removiendo Roma con Santiago, yendo de un lugar para el otro a un ritmo frenético –en muchas situaciones, no se sabe bien para qué- con cara de “ya no estoy yo para estos trotes”, y creando una sofisticada trama de centralitas telefónicas que consiguen poner en jaque a sus desdibujados personajes, para provocar un triple objetivo: salvar su propia vida, frenar la nueva oleada de asesinatos a los que se enfrenta la ciudad, y hacer cumplir la sentencia para el ¿verdadero asesino?.



Si la sinopsis provoca la duda por aquello de que “la cosa promete por interesante”, la respuesta es que así podría haber sido, si el director se hubiera tomado en serio el encargo. Y es que lo que más sorprende de esta historia no es el hecho de que un argumento rancio, manido, explotado, agotado, haya visto la luz. Lo realmente fastidioso es que el responsable de un producto correctísimo como es En el Laberinto Rojo (con Richard Gere, en 1997), de una aventura trepidante que marcó la infancia de toda una generación (Risky Business, 1983), y de una película inolvidable cargada de referentes y de buen gusto como es Tomates Verdes Fritos (1992); se ponga a rodar, después de más de cincuenta películas en su haber, con técnicas de vídeo-clip.

Al estudiar 88 Minutos, no cabe duda de que de las mil maneras en las que se podía haber desarrollado el guión, el reputado director y productor Jon Avnet elige la peor de todas, la que rompe la acción con numerosos y continuados flashbacks; la que llama la atención con mareantes movimientos de cámara y exagerados “zooms” que marcan al protagonista; la que abusa de primeros planos que persiguen a la gran estrella; la que recorre las calles de la ciudad al más puro estilo videoclipero con estridente música de fondo; la que se muestra insuficiente en la dirección de un televisivo reparto coral, presentándole más televisivo que nunca.



Mal asunto es que un thriller no consiga transmitir ningún tipo de angustia al espectador. Lamentablemente, el “tic, tac” de la cuenta atrás no rodada en tiempo real, presenta giros que sólo pueden ser explicados por las artes adivinatorias, ésas que ponen en la mente del personaje central el recuerdo de los personajes secundarios antes de que éstos entren en escena, convenientemente aderezados por un pertinente retime fruto de la borrachera de la noche anterior.

Sin necesidad de pedir explicaciones sobre el recurrente hidroavión que toma agua -¡a santo de qué!- unas veinticuatro veces en la primera mitad de la película, sí que convendría matizar la ridícula manera de intentar confundir al respetable: Y es que, cuando todos son sospechosos, todos son sospechosos en base a sus comentarios o a las situaciones creadas para tal fin, y no por el mero hecho de acentuar sus ojos de “malo” en inverosímiles encuadres.



Todo lo cual me lleva a la conclusión de que, en atención a aquella palabra mágica, “¡Towanda!”, que se encargó de resaltar la naturaleza de los imposibles, tan sólo deseo que la próxima película de Avnet sea rodada en algún pueblo de Albacete, en el que las coberturas de los móviles van y vienen...como las olas del mar.

viernes, 2 de mayo de 2008

¡Ya estoy en el paseo de la fama!

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Pues sí, allí me encuentro gracias a Iván Villamel

Por cierto, coincido contigo en que este Paseo fue idea de algún productor que estaba harto de las estrellas, y que pensó que, en el suelo, todos las podrían pisar. Muy buena la ocurrencia, y muchas gracias, Iván.