viernes, 28 de diciembre de 2007

SOY LEYENDA

“Mientras Nueva York duerme”, Will Smith destaca en una innovadora superproducción que regala imágenes emblemáticas al Séptimo Arte. Un trhiller de acción y efectos especiales, en perfecta armonía con el guión, y en ningún caso recomendado para los dueños y amigos de pastores alemanes.



En los últimos años, media Europa ha venido sufriendo las invasiones bárbaras de todo tipo de virus y retrovirus, de diversa procedencia, encargados de transformar en vecinos poco recomendables a la casi totalidad de la población. Frente a ellos, un reducido grupo de supervivientes trataba de resistir en lugares como Alemania (Resident Evil 1, 2, 3...), Gran Bretaña (28 Días Después, 28 Semanas Después, ¿28 años más tarde?) o en España ([Rec], al día siguiente), en donde las autoridades sanitarias, al activar el famoso protocolo antiterrorista, olvidaron que el padre de la angelical criaturita mordedora permanecía fuera del edificio precintado. En todos y cada uno de los casos, ha de entenderse “resistir” en el sentido literal de la palabra, anteponiendo los efectos de la técnica al guión, asegurándose el éxito de taquilla de sus miles de seguidores, en una situación crítica y crónica en la que nunca se proyectó un plan B de emergencia. Los infectados, -en otros tiempos, seres humanos-, son sólo un objetivo a abatir dentro de un argumento de claro en insólito mensaje: ninguno.

Llegado el momento en el que “Hay que iluminar la oscuridad”, el cine americano sabrá hacerlo, por mucho que nos pese, con mayor intensidad. Concretamente, con algo que se conoce como “superproducción”, en la que no duele en prendas conseguir un permiso especial, sin precedentes, para detener el tráfico en Nueva York, contratar a miembros del mismísimo ejército como extras, y planificar una evacuación real de la isla, contando con el asesoramiento y la supervisión tras las cámaras de los más altos estamentos que componen las fuerzas de seguridad del Estado. ¡Eso es América!.
Como sigue quedando dinerillo en las arcas, no se duda en contratar al mejor equipo técnico de los últimos tiempos: al director de fotografía de la trilogía de El Señor de los Anillos, al director de efectos especiales de Matrix, al guionista de Una Mente Maravillosa... ¡eso es el cine!.








La excusa de tan elaborado proyecto, que da una solución definitiva a la pandemia que venía asolando Europa sin que ésta fuera capaz de levantar cabeza, la encontramos en una novela, I am Legend, de 1954, firmada por el escritor Richard Matheson, que cuenta con dos adaptaciones cinematográficas anteriores. Es en este punto en el que no tendría ningún sentido comparar ni cotejar el resultado final de Soy Leyenda con sus predecesoras, puesto que la historia que hoy comentamos, disfrazada de odioso cine comercial, está llamada, desde el preciso momento de su concepción, a entrar en la Historia del Cine por la puerta grande. Que nadie se rasgue las vestiduras todavía, porque la explicación es fácil de entender. El espectacular despliegue de medios que fortalece la multimillonaria producción, la excelente fotografía que muestra una Quinta Avenida, nunca vista, inundada de vegetación, las conseguidas tomas aéreas que recorren la fantasmal ciudad desierta, la concentración de planos cortos aumentando la angustiosa sensación de soledad, la inestimable dirección artística basada en el más caótico de los anarquismos, el acertado flashback que aporta coherencia al relato; quedarían escritos sobre el viento si la totalidad del metraje no contara con el sustento de un sólido guión. Aún más, si la sincronización entre las imágenes y la trama no rallara la perfección.




Nos sigue pesando, pero hemos de reconocer que también ahí los americanos saben iluminar la oscuridad. Ellos son especialistas en el género de catástrofes, en situaciones al límite, en atmósferas de verdadero peligro que sólo pueden ser resueltas por acciones individuales que caracterizan su propia personalidad. No basta con combatir a los infectados, hay que sanarlos, hay que arriesgar la integridad física del súper héroe, que, -como no podía ser de otra manera-, es un prestigioso científico, experto militar, perfecto padre y esposo y, por si todo esto fuera poco, ejemplar amante de los animales. ¿Se puede pedir algo más?. Sí, y lo tenemos. Una involución en el mundo de los sentimientos, el extraordinario viaje interior que cualquier ser humano experimenta tras un proceso catártico en su vida. “Dios no ha hecho esto, sino nosotros”, y no nos asustan los monstruos de grito hipohuracando salidos de una mala versión de La Momia, pero sí el hecho de saber que no hay días libres para los maleantes que no se dejan convencer por el poder de una canción.
Nos pese o no, es necesario admitir que, entre las muchas virtudes del cine americano, se encuentra también la de saber hurgar en los corazones, la de poder dotar a una ridícula historia post-apocalíptica de zombis de un mensaje revelador. Por si algo faltara, la dirección de casting apuesta por Will Smith, rindiendo a sus detractores (entre los que me encuentro) con una actuación memorable.


Todo ello me lleva a recordar que pocas veces me he atrevido a recomendar una película, pero que, en este caso, sí que me gustaría invitar al lector cinéfilo a reparar en ésta. No se dejen llevar por el rechazo que producen las palabras “superproducción norteamericana”, piensen en ese paraíso perdido que proponía Truffaut en Fahrenheit 451, y dense la oportunidad de sacar sus propias conclusiones. Personalmente, me gusta pertenecer a esa minoría que resulta inmune al virus del odio, de la xenofobia y del racismo. Me gusta Shrek, y saber que a las personas sólo se las puede medir por dentro.

lunes, 24 de diciembre de 2007

1408

Leer critica de 1408 en Muchocine.net

Dignísima adaptación de un relato corto de Stephen King, de notable factura e impecable dirección. Mikael Hafström demuestra con hechos que “hacer cine es saber colocar la cámara”, la sabia conclusión a la que llegara Martin Scorsese y un aspecto imprescindible para llevar a buen puerto el presente guión.




Siempre son prometedoras las historias que se inician en medio de una noche de lluvia. Debería realizarse un estudio al respecto, intentando averiguar la fascinación que ejercen este tipo de planos de apertura. Claro que, encontrar el rostro de John Cusack en los siguientes, con sus camisas floreadas y su eterno cigarrillo al abrigo de la oreja, puede presagiar una de esas aventuras que, con arranque de caballo triunfador, suelen desembocar en parada de asno. Sólo hay que recordar la célebre Identidad (2003), que algunos hasta llegamos a entender tras el vigésimo cuarto visionado.

En esta ocasión, la habitación 1408 (que, por si no se han fijado, suma 13) de un kafkiano hotel neoyorquino, el Dolphin, situado en la 45 con Lexington, propone un macabro juego a lo Jumanji en el que los cuadros cobran vida, los fenómenos meteorológicos extremos se suceden y las diferentes dimensiones espacio temporales se interrelacionan, sin la posibilidad de encontrar los dados que intenten controlar la situación. Un repetido argumento, con vicios de casa encantada, que se sintetiza en un episodio de Cuarto Milenio en el que el equipo de la nave del misterio realizaba un recuento de hoteles encantadores y encantados de nuestro país. Desde la famosa habitación 510 de cierto hotel zaragozano hasta los diarios del miedo vividos por unos periodistas madrileños en una supuesta pensión de Sabadell. Con lo que, evidentemente, no contaba el mencionado y fiel reportaje, era con la estética visual en la que se apoya la cinta de Hafström, ni con esa fotografía en tonos pastel encargada de mostrar espacios acogedores incluso en medio del caos más absoluto, incorporando el inconfundible rojo Scorsese en los espacios abiertos.





Y es que, sobre todo, la 1408, que –bien sea por la ineficacia de sus galardonados guionistas, bien por las propias limitaciones del relato de King-, encierra un mensaje incierto, sí que regala un inapreciable ejercicio cinematográfico de excelente dirección. Entre otros muchos factores, en una película que hace transcurrir la mayor parte de su metraje entre cuatro paredes, quedando sujeta a los alicientes y tópicos del género, se hace imprescindible la oportuna ubicación de la cámara.

En este sentido, pocos son los referentes que encontramos en la trayectoria del desconocido director sueco. Él mismo admite que la utilización de efectos especiales le ha supuesto “una experiencia de aprendizaje”, muy bien aprovechada a juzgar por los resultados que ofrece la endemoniada estancia. Nominado a los Oscar por Evil en el apartado de Mejor Película Extranjera, su primera película americana, Sin Control, protagonizada por el atractivo Clive Owen y por la sosa Jennifer Aniston, transformaba el Breve Encuentro de David Lane en un trhiller tan inesperado como interesante.
En 1408, su virtuosismo con la cámara, nos trae a la memoria cinéfila el buen hacer de dos grandes directores que siempre se hicieron notar tras ellas. Los efectivos planos contra-planos que establece entre los dos personajes principales: el buscador de fantasmas y la propia habitación, y el travelling de ida y vuelta que recorre el pasillo de la 1400 a la 1430, recuerdan aquella legendaria y extraordinaria forma de dirigir que planteara Max Ophüls en muchos de sus dramas. El realizador alemán utilizó esta técnica para acentuar la impecable estructura de sus guiones; mientras que Hafström, a falta de una narración sólida, la emplea para, sabiamente, conseguir la introducción de la trama. Por otra parte, el extenso plano secuencia que revolotea por el hall y su tendencia a la creación de planos imposibles, nos acercan al peculiar estilo fílmico de otro de los grandes, Brian de Palma.






En ambos casos, esta actitud inteligente, tras un cuidadoso mimo por recrear los más insignificantes detalles que ponen a prueba la memoria fotográfica, garantiza la sensación generalizada de frío cuando el termostato marca cinco grados bajo cero, de “oídos taponados” en el momento en el que se decide prescindir del sonido, de angustia al obligarse a contar mentalmente los dieciocho pasos que se dan por la cornisa. O lo que es lo mismo, logran envolver al espectador en un planteamiento intrigante que aporta profundidad a tan escueto relato; barajando, en todo momento, la doble posibilidad de alcanzar diferentes desenlaces alternativos, que se ofrecerán en la versión de DVD. Por lo tanto, y para todos los gustos, las alucinaciones podrán ser –o no- verdaderos efectos paranormales, con la convicción de que los fantasmas personales que atacan a cada uno de nosotros son tan peligrosos como los seres esperpénticos del más allá.

Dicho lo cual ,no es menos cierto que el gran error de la película pueda estar en el final escogido. Las mejores novelas de King, de cientos de páginas, son resueltas, de manera rara vez satisfactoria y siempre sorprendente, en las últimas cinco. La 1408, en su tramo final, satisface y no sorprende. Eso sí, deja unas buenas frases para los coleccionistas, y hace entonar a los amantes del género aquella vieja canción de Mecano: “Durante una hora y media pude ser feliz, comiendo chocolate y palomitas de maíz”. A fin de cuentas, ¿qué es si no el cine?

viernes, 14 de diciembre de 2007

MR. BROOKS



Leer critica de Mr Brooks en Muchocine.net


El particular Doctor Jekyll y Mister Hyde de Evans y Gideon es un entretenido thriller de inteligente trazado que, en sus horas bajas, echa mano de tres grandes glorias de Hollywood para continuar. El experimento funciona hasta convertirse en una de esas historias que inhiben el sentido crítico al no dar opción al pensamiento.

¿Recuerdan a los Addams?. Había una graciosa escena en la que la genial Christina Ricci (Miércoles) asiste a un baile de disfraces con su habitual atuendo. “Voy vestida de psicópata”, decía, “porque todos los psicópatas tienen una apariencia normal”. Y no carecía de fundamento esta apreciación. Si ahondamos en la biografía de algunos de los más “carismáticos” asesinos en serie de la Historia, descubrimos que no faltan testimonios que definan a éstos como seres normales, educados y absolutamente encantadores.

La educación y el encanto, en manos de los guionistas de Mr. Brooks, alcanzan cotas inimaginables, hasta el punto de hacer tan creíble el perfil psicológico y humano de la faceta del Doctor Jekyll, que se hace imprescindible personificar la conciencia para dar profundidad al lado oscuro.

La entrada en escena de esa personificación, -que ya apareciera en algunas películas de Wim Wenders, como El Cielo sobre Berlín o ¡Tan Lejos, Tan Cerca!-, resulta tan sorpresiva como el resto de acontecimientos que conforman la trama. Sentadas las bases y con un enfoque preciso de todos sus componentes, se impone un tipo de guión vertiginoso, frenético, con múltiples giros que no ofrecen concesiones ni dejan espacio a la reflexión. A veces, cercano a otros relatos que pueblan el firmamento cinematográfico, puesto que fácil es percibir la intensidad dramática de Seven, la recreación light de algunos pasajes de Resurrección o la oportuna llamada telefónica en la que “El mundo es más interesante con usted dentro, Clarice” de El Silencio de los Corderos; otras muchas, alejado de todos ellos.





Por su parte, las técnicas empleadas en el rodaje y el diseño de producción realzan la creación narrativa, mientras que la profusión de planos rápidos, la impecable planificación en la fotografía, la alineación escénica, la propia dirección artística y la perfección en el montaje, contribuyen a engrandecer el engañoso resultado final. Para colmo, la acertada contratación de Kevin Costner encara una nueva vuelta de tuerca que concluye en la delirante anulación del sentido crítico. Al menos, del mío. Y es que poco importan el devenir de los acontecimientos, la resolución del argumento o la suerte que corran los personajes, mientras que él continúe en pantalla.

Lo difícil de entender es que sea precisamente ahora, en esta película, cuando se empiezan a reconocer sus importantes cualidades interpretativas, las mismas que otros siempre habíamos detectado y admirado. El Costner-Brooks no es diferente al Jim Garrison, fiscal de Nueva Orleáns, que jugueteaba con sus gafas en el Caso Abierto de JFK de Oliver Stone; ni al irresistible intocable de Eliot Ness; ni al controvertido fugitivo de Un Mundo Perfecto; ni al tierno amante de Mensaje en Una Botella; ni siquiera es distinto al atribulado profesional que enamoró a las jovencitas de toda una generación con El Guardaespaldas. Kevin Costner siempre ha actuado de Kevin Costner, llevando a todos y cada uno de sus personajes a su propio terreno, ése en el que tan seguro se siente y que siempre levantó ampollas entre tantos sectores de la crítica.

La réplica perfecta a su última actuación, la encontramos en ese ente abstracto al que da vida un William Hurt que nunca podrá contar este papel entre los mejores de su interesante carrera. Sus intervenciones, muchas de ellas recogidas a través del espejo retrovisor de un coche, se mantienen dentro de la corrección más absoluta, pero muy alejadas de la magia que solía imprimir a sus personajes en tiempos pasados. Por supuesto, sin olvidar, a una de las actrices más camaleónicas del cine americano que, tras muchas vicisitudes y dándola ya por perdida, vuelve a emerger con esa sabiduría que la hicieran grande en películas como Striptease o La Teniente O’Neill. Junto a ellos, una de las grandes promesas del cine contemporáneo, Dane Cook, en lo que puede ser su despegue definitivo.




Y tras ciento veinte intensos minutos de metraje en los que no tiene cabida el aburrimiento, la verdadera pesadilla de Mr. Brooks comienza al salir del cine. Es ése el momento en el que, recuperados del trance hipnótico en el que astutamente nos ha hecho caer el director, recordamos las palabras del mejicano Alejandro González Iñárritu, que, básicamente decían que “si una historia no provoca una catarsis en el espectador es que algo ha fallado”. Tal vez el fallo de Bruce Evans haya sido escribir un guión a lo largo de diez semanas para entretener durante dos horas y ser olvidado en cinco minutos.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

[REC]

Leer critica de Rec en Muchocine.net



Peligrosa mezcla entre géneros en la que la técnica, que perfecciona una idea ya existente, se antepone a la formalidad de un guión fundamentado en endebles premisas de fácil destrucción. Patético terror engañoso construido a base de Dogma y apagones de luz.



¿A quién no le asusta estar encerrado en un edificio, sin posibilidad de contactar con el exterior y enfrentado a una amenaza tan real como incomprensible?
A mí, desde luego, mucho.
¿A quién no le sobrecoge recibir una historia a través de una cámara de televisión que filma espeluznantes figuras con visión nocturna?

Pues ahí está el único secreto del éxito desbordante de [REC]. Una película atípica que funciona más como “pasaje del terror” que como cinta convencional, y sólo en sus últimos minutos. En éstos, bajo el estandarte de “vamos a pasar miedo”, los apagones de luz se suceden, los movimientos de cámara se hacen todavía más mareantes, la limitada profundidad de campo se vuelve inexistente, las pérdidas de sonido son frecuentes, la histeria colectiva –no siempre justificada- alcanza cotas que rozan la taquicardia, la irrisoria serenidad desaparece, y emerge un acertado juego de sombras y luces.

Pero el problema de [REC] es que esta parte –sin duda alguna, brillante-, no encaja dentro del todo que la contiene. Para llegar a esta situación y creérsela, el espectador tendrá que hacer un esfuerzo sobrehumano para pasar por alto un cúmulo de imprevistos y despropósitos inadmisibles que configuran el guión.

Es en ese punto en el que todo hace pensar que éste estuviera concebido para ser vendido a la industria norteamericana. Allí es más que habitual que la policía siempre llegue tarde y que el gobierno, sistemáticamente, ponga en peligro la vida de sus ciudadanos, dando paso a las intervenciones heroicas individuales. Incluso en historias basadas en hechos reales, se hace patente una descoordinación y una confusión que alarman. Pero, ¿todo eso sucede en este país?. ¿Aquí se activaría un protocolo antiterrorista de manera unilateral, en el que las autoridades sanitarias actuaran bajo su propio criterio sin el conocimiento del resto de cuerpos que componen la seguridad del Estado?. Habría sido más sensato omitir el lugar en el que se desarrolla la acción, puesto que la improbabilidad de las respuestas se acerca a la ciencia ficción más asombrosa, en la que el aislamiento forzoso alcanza a los sistemas de comunicación y los móviles pierden la cobertura. Se mire como se mire, es como aquel viejo chiste: “tú lo que quieres es que me pille el toro”.





Esa burda mezcla entre géneros siempre fue más peligrosa que los perros rabiosos que transmiten virus letales a través de la saliva. Pero no contentos con crear una situación inverosímil hasta para quienes nos creímos Resident Evil o 28 Días Después, los guionistas se permiten el lujazo de insertar un episodio de “Aquí no hay quien viva”, en el que un grupo de “aterrados” vecinos (y motivos no les faltan para estarlo), se preocupa más de salir bien peinado ante la cámara y de criticar los hábitos alimenticios del señor que vive en el cuarto derecha, que de su propia integridad y supervivencia. Lo increíble roza la tomadura de pelo mientras los expertos hablan de “crítica mordaz a los problemas interculturales”, mientras las interpretaciones y la dirección de actores dejan muchísimo que desear.

El inicio de este desaguisado lo encontramos en un parpadeo escalofriante de “Filmax”, augurio de pesadillas. Después, la ausencia de títulos de crédito parece indicar que los directores podrían estar “desacreditados” en este Proyecto de Blair rodado con cámara al hombro, sin música, con fotografía imposible tomada en condiciones de bajísima intensidad de luz, en un “aquí y ahora” sin saltos temporales ni espaciales. Si no fuera por los puntos 6 y 8, la aparición de armas y la exclusión explícita de “películas de género” (que alguien me diga una sola película que no pertenezca a ninguno), nos encontraríamos ante un “filme Dogma”; en el que, lógicamente, obviamos el resto del decálogo 95, ése que ni sus propios fundadores han cumplido.



Decía “Dios” que “dirigir es un placer y escribir es un rollo”. Quizás, por ese motivo, los guiones de cine sean más dignos de alabanza que las propias técnicas de rodaje. En cualquier caso, la segundas nunca deberían prevalecer sobre los primeros. Se da el caso, además, de que Jaume Balagueró (una de mis grandes debilidades) aprueba con sobresaliente en ambas materias. Los Sin Nombre es, sin duda alguna, la mejor película de terror que se ha rodado en este país. Los guiones de historias como Frágiles o Darkness, -que tan buenos momentos nos han hecho pasar a los amantes del género-, superan todos los patrones americanos para convertirse en el futuro del cine que queremos ver. La concepción de [REC], sinceramente, decepciona.

Todo lo cual nos lleva al convencimiento de que lo único terrorífico de esta película son las colas kilométricas que se han de superar en los cines albaceteños, para caer en un lateral de la fila dos y soportar ochenta y cinco minutos de cámara al hombro.

Pablo, ¡graba todo esto, por tu madre!.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

ENCANTADA: LA HISTORIA DE GISELLE

Leer critica de Encantada: La Historia de Giselle en Muchocine.net


Después de títulos míticos como Mary Poppins (1964) o La Bruja Novata (1971), la Disney persigue incansable la nueva historia que consiga marcar la infancia de otra generación de cinéfilos. De momento, entre pajaretes y ratoncicos, la de Giselle se pierde entre la simpleza de las formas y la complejidad caótica del contenido. “Un cuento demasiado largo” para los niños. Para los adultos, una simpática decepción.





En palabras de una guapa cinéfila de seis años, “una bruja, que vive en un cuento, empuja a una princesa, que también vive en el cuento, por un pozo, y la princesa aparece en la realidad”. Quienes, por edad, hemos visto algunas películas más, y, en no pocas ocasiones, no discernimos con tanta nitidez la línea que separa la realidad de lo que no lo es dentro de la pantalla; recordamos que, en la Historia del Cine, nunca faltaron personajes que, por caprichos del guión, azarosos avatares del destino o ponzoñosos encantamientos, se equivocaron de mundo.
Algunas, auténticas deidades de formas exuberantes, abandonaron el Olimpo para, en forma de Ava Gardner (Venus era Mujer, 1948) o de Rita Hayworth (La Diosa de la Danza, 1947), hacer soñar a los mortales. Otras, ingenuas muchachas de carne y hueso, sencillamente, se perdieron en un camino de baldosas amarillas que, transitado por “leones, tigres, panteras ¡Dios mío!”, las llevaría a casa (El Mago de Oz, 1939). Y hasta hubo quienes, adaptadas a su nueva vida, se resistieron a emprender la senda del regreso, Kate and Leopold (James Malgold, 2001) o Maniquí (Michael Gottlieb, 1987).

En el caso de Encantada, hemos de buscar los referentes inmediatos en los clásicos Disney de animación. En la manzana envenenada que ofrece la malvada bruja a Blancanieves, en el zapato de cristal y los pajaretes modistos de Cenicienta, y en la convicción de que “un día encantador, el príncipe vendrá” que tenía Aurora cuando aún no era durmiente. Claro que, al adaptar el cuento para situarlo en la 36 esquina con la 48, el cristal se convierte en un modelo de Manolo Blahnik, las hadas madrinas son sustituidas por tarjetas de crédito doradas y la oferta de príncipes se dispara. Incluso Giselle es más alta, más estilizada y más pelirroja que ninguna de sus antecesoras. Una especie de Ariel que perdió el infantilismo junto con las aletas.






La primera parte del metraje propone una historia de animación al viejo estilo de la Disney. Un cuento abreviado que corona los tres actos que lo componen con un excelente montaje y que, como no podía ser de otra manera, es resuelto con demasiada precipitación. Sin embargo, el final resulta ser tan sólo el principio, y la caída de Giselle por el foso, que no consigue mermar las oportunidades de la protagonista para alcanzar la felicidad, sí logra truncar todas las posibilidades de la película para salir de la mediocridad. Y es que podemos decir que, tras un interesante, aunque poco original, planteamiento, los guionistas aparecen tan perdidos como la princesa de cuento en el Nueva York actual.

En su segunda parte, la real, la trama argumental se basa y se reduce en la creación de evidentes situaciones cómicas, propias de quien se desenvuelve en un hábitat que no le corresponde (“¿Tendría alguien la bondad de indicarme el camino a palacio?”), conducidas por un personaje atolondrado que insulta la inteligencia, y dando paso a la incursión de seres animados que han perdido la magia y se muestran como figuras estáticas de cuadros en la pared. Las buenas intenciones se empañan con los torpes y escasos números musicales, o tal vez con la simpleza apabullante que esconde un peligroso mensaje: ¿son madrastras malvadas las novias de los papás?. Una duda que no queda despejada en el caótico desenlace, que, tras dos horas de insufrible producto, en un ¿quién se viene, quién se queda?, realiza un esfuerzo sobrehumano para que todos coman perdices, -poco importa cómo-, por siempre jamás.




Por supuesto, la película causa furor en USA. Es normal que quienes tachan de “fumada” a la inocente Caponata de Barrio Sésamo vean correcto el comportamiento de una chica que adopta ratas como mascotas, confecciona vestidos con las cortinas del salón y canta por los parques. Aunque, claro, algo bueno se desprende de todo ello, como es poder escuchar un fragmento de la banda sonora de La Sirenita “yo quiero ver algo especial, yo quiero ver una bella danza...”, disfrutar del majestuoso vestuario, o encontrar la seguridad de que nada es tan poderoso como un beso de amor verdadero. Y es que el amor romántico sólo es una fantasía... hasta que te enamoras.

Dentro del reparto, la insulsa actuación del príncipe egocéntrico y la corrección formal sin fondo del príncipe de la abogacía, son superadas por la impresionante puesta en escena de Susan Sarandon y el buen hacer de la deliciosa prometida de Leo Di Caprio en Atrápame si Puedes (2002). Ella, Amy Adams, nominada a los Oscar por Junebug de Phil Morrison, destaca en una historia de recursos agotados para convertirse en su único atractivo.

Y justo cuando empieza a asustar la idea de la insensibilidad, de ser demasiado mayores para permitir que la magia de Disney atraviese los corazones, un pequeño “minimoy” sugiere a mis espaldas que “éste es un cuento muy largo”. Quizás sea ésa la esencia de la crítica que estuve buscando.

viernes, 16 de noviembre de 2007

LAS 13 ROSAS

Martínez-Lázaro realiza un certero retrato de las dos Españas de 1.939. Cautivadora desde los títulos de crédito, brillantemente interpretada, de precisa dirección artística y sobrecogedora banda sonora, el cine español antepone el humanismo a la ideología para rescatar trece nombres del olvido.







Lejos de los libros de Historia, los pequeños episodios humanos que componen la tan lejana, tan presente guerra del 36 y sus repercusiones, han llegado hasta muchos de nosotros en forma de sencillos testimonios relatados en primera persona, que no siempre se correspondieron con lo que el cine nos contó. Quizás por ese motivo, el tono plano, casi lineal que adquiere la narrativa de Las 13 Rosas, nos resulte, por vez primera, cercano. La película de Martínez-Lázaro siempre será la historia que rescató trece nombres del olvido, y que lo hizo como nunca antes lo había abordado el cine español: anteponiendo el humanismo a la ideología, en un ejemplar ejercicio de buen cine europeo.
Cuando un director decide mostrar un hecho histórico - a todas luces, impactante- con tan exquisita delicadeza e imparcialidad, exento de aspavientos, momentos culminantes y picos de colores, no sólo demuestra un respeto inmenso por la memoria de las protagonistas y sus familiares, sino también por el espectador. La indignación y la pena, inherentes al propio período, quedan eclipsadas, en no pocos pasajes, por la sensación de miedo continuo que caracteriza la sociedad de todo régimen dictatorial. Recordemos la reciente Vida de Los Otros, ambientada en otro país, distinta época, diferente pensamiento.






Las 13 Rosas, en conjunto, destaca por su acertado planteamiento argumental, que, lamentablemente, se pierde en la primera mitad del metraje, evidenciando una deficiente dirección coral. Los planos secuencia no siempre consiguen enlazar las diferentes subtramas, por lo que éstas son introducidas de manera forzada y a destiempo. El montaje de la cinta, cautivador desde los títulos de crédito, se antoja ahora insuficiente al mostrar los retazos de cinco vidas rozando la confusión.

Todo ello, sin embargo, no priva del deleite cinematográfico que producen muchas de sus escenas al componer valiosos documentos. La intencionada inverosimilitud del plano inaugural, en la que unas “malas actrices” animan a la resistencia ante unos pocos ciudadanos cansados que anhelan la paz, no debió de ser muy distinta de la que se vivió en 1.939. La bendita inconsciencia de la juventud y sus poderosos ideales tratando de evitar el desastre de una guerra perdida:“¿De qué sirve la paz sin libertad, sin dignidad?”. La relación de afectividad existente entre los miembros de las dos Españas, que culmina con las reiteradas advertencias que Félix Gómez (magnífica e impresionante actuación) dedica a Julia: “Tú no sabes cómo están las cosas”. El dolor y la impotencia que le siguen. La incertidumbre de los vencidos que se ahoga contra el júbilo de los vencedores, salpicando de angustia y de temores al español que los contempla setenta años más tarde. El joven falangista que exige el saludo a un pueblo abatido, que pocos años antes se regía por otros simbolismos.





La segunda parte de la historia consigue ser transmitida con mayor solidez al contar con un único enfoque. Las trece protagonistas coinciden en la cárcel para emprender un inesperado camino sin regreso. Es ése el momento en el que la memoria cinéfila, inevitablemente, recupera la figura de Salvador y la última sentencia de muerte firmada en este país, para constatar la sinrazón de una etapa maldita en la que los asesinatos que llegaban en forma de atentado –como todo asesinato, injustificables- se saldaban echando mano de los “presos rojos” que, en ese momento, poblaban las cárceles. Nada se había avanzado en treinta y cinco años de Historia.

A nivel técnico, la cinta consigue superar con creces la media de las últimas producciones nacionales. La sobrecogedora y magistral banda sonora compuesta por Roque Baños encuentra la réplica perfecta en la precisa y bien documentada dirección artística, la excelente fotografía de José Luis Alcaine, los trabajos de vestuario, peluquería y maquillaje. Tampoco pasa desapercibida la composición del guión que realiza Martínez de Pisón, ni por supuesto la puesta en escena de una cantera de jóvenes actores que puede dar grandes satisfacciones al cine contemporáneo. Pilar López de Ayala, siempre un escalón por arriba, encabeza un reparto en el que Verónica Sánchez realiza el mejor papel de su carrera, Gabriella Pession y Nadia Santiago regalan momentos de inapreciable belleza interpretativa y la gran Marta Etura empieza a despegar.

El desenlace, muy dignamente tratado, deja una ventana abierta a la esperanza que suplica la ausencia de rencor. Un mensaje conciliador, recopilado en numerosos testimonios de los protagonistas supervivientes, de difícil asimilación, que se perfila como el único capaz de cerrar las heridas que todavía siguen abiertas.

jueves, 15 de noviembre de 2007

EL SUEÑO DE CASANDRA

Woody Allen sigue ganando adeptos incluso –o sobre todo- cuando no ejerce de Woody Allen. La habilidad para saltar entre géneros, la concisión narrativa de los guiones y la orfebrería cinematográfica que caracterizan su obra, siempre destacarán dentro de un panorama –el actual- que carece de tan inapreciables aspectos. La última entrega de la trilogía londinense no es una excepción.





....Y la maldición de Apolo cayó sobre Casandra, hija de los reyes de Troya. Sus sueños seguirían vaticinando desgracias que, al no ser creídas, atraerían la destrucción...

A los cinéfilos les bastará la mención de cierta ciudad, evocadora de nostalgias, para recordar las vidas de los príncipes Eric Bana y Orlando Bloom. Después, tan sólo cabe esperar que el título de la película fuera puesto al azar, preguntarse si acaso Poderosa Afrodita lo era, y llegar a la conclusión de que el mundo de las casualidades nunca fue una constante en el original universo de su director. Con Woody Allen, “lo muy improvisado” no es más que el resultado de “lo muy ensayado”.

En cualquier caso, sería interesante intentar analizar El Sueño de Casandra desde dos puntos de vista diferentes: bajo “el prisma del psicoanálisis”, que nos llevaría a compararla con el resto de la filmografía reciente de su autor; y, por otra parte, como película que se estrena en el año 2.007. Las conclusiones podrían sorprender.

Es posible que Todo Lo Demás fuera el preludio de una crisis creativa en la que parece estar sumergido el director de Annie Hall. Comparada con la totalidad de su obra, la trilogía londinense se antoja mediocre, desmarcada de las producciones que le encumbraron en la fama. Mientras Scoop no pasa de ser una aventura “simpática”, en Match Point se limita a trasladar Una Tragedia Americana a la ciudad del Támesis. Y es que la originalidad de dicha historia, nominada a los Oscar, sólo es tal en su desenlace, tras mostrar un planteamiento razonablemente parecido al que George Stevens desarrollara en 1.951 a partir de una novela de Theodore Dreiser, en una película que llevó por título Un Lugar en el Sol.

Sin embargo, y en el peor de los supuestos, no es difícil comprobar cómo el giro inesperado del nuevo Allen, el moderno clásico, el director compulsivo capaz de rodar a la velocidad de los años cuarenta, sigue ganando adeptos entre las nuevas generaciones de cinéfilos y –muy curiosamente- entre todos aquellos que nunca le soportamos.





Quizás para El Sueño de Casandra, en la línea de Match Point, la pretensión de Allen haya sido la de adaptar una tragedia griega –en esta ocasión, con muchísimo más acierto- a nuestros días. Para ello, se sirve de su inmensa capacidad de ofrecer al espectador el mismo caramelo de siempre con distinto envoltorio, recurriendo a la idea obsesiva por el sexo, la sinrazón del capricho masculino cuando repara en la personalidad de una mujer por debajo de su cintura, y la reflexión sobre la psicopatía desquiciada del mundo en que vivimos, tan presentes en su obra.
De igual manera, se apoya en su habilidad innata para describir a los personajes con tan sólo una frase conseguida: “Soy difícil, egocéntrica y ambiciosa”, que tanto recuerdan a las innumerables descripciones de la inigualable Desmontando a Harry. Continúa con un certero retrato de familia, ampliamente tratado en Hannah y Sus Hermanas, para ofrecer esa visión anecdótica de los múltiples amores que parecen serlo y no lo son, engrandecidos con la introducción de una de esas citas dignas de enmarcar: “La familia es la familia, pero hay unos límites”. Y culmina con la maestría que demostró en Delitos Y Faltas al unir dos tramas paralelas, para, desde una perspectiva seria –no exenta de humor- aludir a la elasticidad moral de la condición humana: el hecho atroz que atormenta a unos, es fácilmente asimilable por otros. Todo ello con un absoluto desprecio fílmico por la capital inglesa, que el director de fotografía de Spielberg no logra evitar, tan alejado del amor que demuestra por la ciudad de Nueva York en la magistral Manhattan.






Si el Sueño de Casandra se observa como una película de director desconocido que se estrena en el año 2.007, -necesariamente-, termina llamando la atención. La originalidad de su planteamiento, sus agudos diálogos, la solidez en la estructura del guión, la excelente medición de los tiempos, el adecuado ritmo por el que se desenvuelve la trama, la portentosa dirección de actores (¡la actuación de Collin Farell resulta creíble!)... no son habituales en el cine contemporáneo. Es tal la maestría que desprende un producto que no es drama, que no es comedia, que no es thriller... que no es nada pero convence, que se le perdona el olvido de situar un vehículo estropeado en el lado derecho de una carretera británica; los alarmantes fallos de script, que hacen brillar el sol tras la cena, y contemplar tres horas diferentes en el reloj de Ewan Mcgregor en un plano-contraplano de veinte segundos de duración; y la ironía de mostrar a los personajes anglosajones siempre fumando en lugares públicos.

Aun no pudiendo fumar en tan estricta ciudad, “¿A que la vida es genial?”. Incluso para Bonnie and Clyde lo era, y aunque no den ganas de invadir Polonia con esta nueva ópera, no cabe ni la más mínima duda de su genialidad.

jueves, 18 de octubre de 2007

EL ORFANATO

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FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL El orfanato
AÑO 2007 DURACIÓN 100 min.
PAÍS ESPAÑA
DIRECTOR Juan Antonio Bayona
GUIÓN Sergio G. Sánchez
MÚSICA Fernando Velázquez
FOTOGRAFÍA Oscar Faura
REPARTO Belén Rueda, Fernando Cayo, Géraldine Chaplin, Roger Príncep, Mabel Rivera, Montserrat Carulla, Andrés Gertrúdix, Edgar Vivar
PRODUCTORA Rodar y Rodar


Con una de esas ideas impactantes que revolucionan el género, la ópera prima de Jota Bayona, -de irregular desarrollo técnico y artístico-, alterna conseguidas secuencias de absoluta maestría cinematográfica con las propias de un experto realizador videoclipero. Un claro ejemplo en el que un guión prácticamente perfecto aspira a obra maestra.

Hasta aquí, es mucho lo que llevamos aprendido en materia de terror. Destino final, por ejemplo, se encargó de reivindicar que los planes trazados por la muerte son difíciles de esquivar. House on Haunted Hill observó cómo la condición de uno de los protagonistas, mantenida en secreto, sabía influir en el devenir de los acontecimientos. Títulos míticos como El Ente o Poltergeist mostraron lo que, en su día, nos pareció de ciencia-ficción: la posibilidad no sólo de detectar, sino también de medir con sofisticado instrumental las supuestas presencias de otras dimensiones. La Guarida, por su parte, hizo entender que los hechos que producen pavor en los adultos proceden, con frecuencia, de un juego de niños. Y mientras Trece Fantasmas persigue la pieza que le falta; Los Otros, El Último Escalón o Amityville recuerdan que los grandes misterios siempre permanecen ocultos en áticos, sótanos y cobertizos.... o al final de pasillos interminables, como advirtiera Kubrick en El Resplandor.







Partiendo de estas premisas, entre los amigos del miedo, surge una pregunta evidente.
¿Sería posible la creación de una nueva historia que, huyendo de los males del cine contemporáneo, prescindiendo de material de casquería y del abuso de los efectos de sonido para asustar, fuera capaz de sacudir al espectador?. La respuesta –afirmativa- se encuentra en el guión seleccionado por el Sundance Institute que, en origen, dio lugar a un corto llamado Sé que estás Ahí, y que terminó llamando la atención del productor Guillermo del Toro.

Rodada en decorados de dimensiones faraónicas al más puro estilo del Hollywood clásico, El Orfanato se nutre de una multitud de conceptos predeterminados de género para dar forma a un intenso drama. Todo ello tratado con una meticulosidad extrema, que la alejan del plagio y de la atractiva tentación del homenaje. No hablamos de una película de terror típica, aunque las pequeñas manos que arrancan el papel de las paredes para dar paso a los títulos de crédito iniciales ya produzcan inquietud.

El guión de Sergio G. Sánchez, tal y como ha llegado a la pantalla, presenta dos fisuras imperdonables, si tenemos en cuenta que éste fue revisado y perfeccionado durante un año y medio. La primera de ellas da inicio a la agónica carga dramática de la trama, desoye las recomendaciones básicas del Ministerio español de Bienestar Social y contradice tanto el pasado de la protagonista como el presente con su pareja. La segunda, habría que buscarla en los archivos policiales creados en el propio relato.

Sin embargo, su grandeza reside en que ambas pasan desapercibidas dentro de una historia hipnótica y envolvente, que priva de la facultad de pensar y destierra la sensación de engaño. El eje central del argumento, por sí solo, es tan poderoso e impactante, tan capaz de alimentar los miedos reales que calan en el ánimo y perduran en la memoria del espectador; que, al salir del cine, difícil será reparar en sus deficiencias, y liberador exhalar un suspiro de alivio, porque ni siquiera era una pesadilla, tan sólo una buena película que desestabiliza el alma.





Ahora bien, al reparar en la ejecución del guión, -tras alabar el esmerado diseño de producción y la exquisita dirección artística de Joseph Rosell-, el conjunto no termina convenciendo; siendo, quizás, achacable esta desagradable impresión a la dirección de un equipo técnico novel. Mientras la banda sonora permanece en un discreto segundo plano; al montaje, indudablemente correcto, no se le aprecia ni una sola virguería que le haga digno de mención, llegando a una fotografía que, en ningún momento, alcanza la altura del producto.

El director, por su parte, alterna conseguidas secuencias de absoluta maestría cinematográfica con las propias de un video-clip, correspondiendo las segundas al rodaje que se desarrolla en espacios abiertos. No será fácil olvidar el vaivén de la cámara en el escondite inglés con Laura adulta, ni la creación de pasajes contaminados de una atmósfera enrarecida procedente del mejor terror clásico, ni los fotogramas memorables que reproducen primeros planos de una actuación brillante, ni la ternura de dos miradas que se cruzan frente a un piano. Lamentablemente, tampoco son fáciles de olvidar las tomas a ras del suelo, los encuadres desencuadrados ni los retimes de la playa.

Esa irregularidad alcanza al corazón del orfanato, Belén Rueda, quien no llega a establecer química alguna con Fernando Cayo ni con el joven Roger Príncep, brillante en todas sus intervenciones. Un personaje que, como la mujer que le da vida, sabe remontar de la nada al todo, de la fingida actriz con cara de pánico tras el grito de ¡acción!, al aspecto que debería tener la entereza si decidiera personificarse.

Para configurar el resto del reparto, la dirección de casting apuesta fuerte por los actores secundarios, con la impagable presencia escénica de Geraldine Chaplin y la inestimable colaboración de una gran dama del teatro catalán, Montserrat Carulla.





En todos los casos, El Orfanato es un acierto importante del cine español, en cuanto aporta una respuesta clara y concisa sobre el tipo de cine que el público quiere ver y por el que paga (un dato importante) en las salas de proyección (ésas que podrían verse cerradas). El tipo de cine que concilia a crítica y masas, tal vez por contener un innegable toque americano que tanto gusta al espectador y tan poco a los cineastas patrios. Y es que los primeros seguimos pensando que para perderse en “la película más personal de......” siempre habrá tiempo, o no.

Aclamada por los críticos europeos, adquirida por la industria estadounidense, inmejorable trampolín de un equipo debutante; para la fijación obsesiva de esta servidora por los “flashbacks”, siempre será el referente imprescindible que lleva a la resolución magistral de una trama con sólo tres fogonazos. Rápidos. Decisivos. Cortantes. Uno, Dos, Tres, ¡Toca la pared!.

miércoles, 10 de octubre de 2007

PROMESAS DEL ESTE



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL Eastern Promises
AÑO 2007
DURACIÓN 99 min.
PAÍS REINO UNIDO
DIRECTOR David Cronenberg
GUIÓN Steven Knight
MÚSICA Howard Shore
FOTOGRAFÍA Peter Suschitzky
REPARTO Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Sinéad Cusack, Donald Sumpter.




SINOPSIS
: El misterioso y carismático Nikolai, nacido en Rusia, es el chófer de una de las familias más importantes del crimen organizado de Europa Oriental. Encabezada por Semyon, el encantador dueño de un caro restaurante ruso que esconde una naturaleza brutal y fría detrás de su sonrisa, la suerte de la familia se tambalea por culpa de Kirill, su alocado hijo, que hace más caso a Nikolai que a su propio padre. Pero la cautelosa vida de Nikolai cambia de golpe cuando conoce a Anna, una comadrona que trabaja en un hospital de Londres. Anna está muy afectada por la situación en la que se encontraba una adolescente que muere dando a luz, y decide buscar a la familia de la chica basándose en el diario que dejó escrito en ruso. Al escarbar en el diario, Anna desencadena involuntariamente la ira de los mafiosos...

Poderosa dirección y brillante puesta en escena para una noveleta de mafia edulcorada, que, tras un curso intensivo de lengua rusa con traducción simultánea, poco –o nada- tiene que ofrecer. Especialmente recomendada para los que se emocionan con David Cronenberg sucumbiendo a la seducción del cine convencional, con los desnudos de Viggo Mortensen y con el trasero de Naomi Watts en moto.






David Cronenberg, cineasta canadiense que con tantos y tan buenos sustos deleitó la infancia de los amantes del miedo de una generación entera. Probablemente, el director que peor adaptación cinematográfica haya hecho de una novela de Stephen King, La Zona Muerta, que, -cosas de la edad- tanto nos gustó. Y que, tras un remake –no mejor- de La Mosca, clásico terrorífico favorito de la que suscribe, volvió a amedrentar al paciente espectador con aquellas cosas asquerosas que Vinieron De Dentro De... no se sabe dónde, para hacer vomitar. Justo cuando el universo friki se relamía de gusto con alucinados títulos como Videodrome, Scanners, Existenz o Spider, el creador de Rabia decide que –bien pensado- no hay mejor terror que el que procede del interior del propio ser humano, por lo que conviene fomentar las transformaciones psicológicas, explotar la doble moral de sus planos personajes y rodar una “película normal”, Una Historia de Violencia, con la que alcanza una talla considerable que aumenta –si cabe- su valoración.

En la presente ocasión, Cronenberg se equivoca de historia y, lo que es peor, de guionista. Al adentrase en un argumento de mafias, pactos y familias, la memoria histórico-cinéfila remonta el vuelo hacia paraísos fiables de tiempos mejores y producciones envidiables, para desembarcar en el peligroso puerto en el que las odiosas comparaciones fílmicas resultan inevitables. En dicho ejercicio, fácil es observar que el desnudo de Mortensen, en una escena similar de violencia sexual, transmite mucho menos al espectador que la que protagonizara Robert De Niro, realmente escalofriante, con toda su ropita (Érase una vez en América, Sergio Leone); que la insostenible situación que propicia el enamoramiento del chico malo con la chica buena, aborta por su insensatez, frente a la que Martin Scorsese construyera para Uno de los Nuestros; o que la paz entre familias filmada por Coppola, que hará correr ríos de sangre, suscita más tensión que el corte de cuellos sangrando a borbotones. Debe de ser porque la violencia sugerida siempre fue más turbadora que la explícitamente mostrada, aunque sea Cronenberg quien la represente. Debe de ser porque “los cineastas no son alquimistas, y los excrementos de gallina (guiones como el de Promesas del Este) nunca se podrán transformar en chocolate”.



A lo largo de los cien minutos que componen su metraje (que se antojan mil seiscientos), la lentitud y la solemnidad (que, una vez más citando al dios Wilder, nunca fueron sinónimos de profundidad) llegan a desesperar. La inadecuada utilización de la excelente banda sonora y la intriga inexistente, sofocan el factor sorpresa adelantando los acontecimientos, por lo que los tres secretos que conserva el relato serán desvelados con previsible nitidez, sin necesidad de recurrir a la traducción del diario, ni a la ridícula pregunta de “Necesito saber quién eres” con la que culmina el rollito morboso con asesino a sueldo irresistible.





Y, si no convence la edulcorada noveleta de mafias rusas afincadas en Londres, que, prescindiendo de todo tipo de documentación veraz al respecto, se limita a recopilar tópicos para desbarrar en una historia incapaz de provocar el más mínimo interés; tampoco lo hace la irrisoria trama paralela de adopciones, más cercana a un regalo imposible de Reyes Magos que a lo que el convenio de La Haya dictamina en la materia.

Nos quedamos, por lo tanto, con los aspectos técnicos de una producción impecable, entre los que destaca su sobria fotografía; con la siempre agradable presencia escénica de Naomi Watss, con las interesantes interpretaciones de los actores secundarios; y con un director que, por momentos, nos recuerda la genuina brutalidad ingeniosa del salvaje Peckinpah.

miércoles, 3 de octubre de 2007

LA EXTRAÑA QUE HAY EN TI




TITULO ORIGINAL The Brave One
AÑO 2007
DURACIÓN 119 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Neil Jordan
GUIÓN Roderick Taylor, Bruce A. Taylor, Cynthia Mort (Historia: Roderick Taylor, Bruce A. Taylor)
MÚSICA Dario Marianelli
FOTOGRAFÍA Philippe Rousselot
REPARTO Jodie Foster, Terrence Howard, Naveen Andrews, Nicky Katt, Mary Steenburgen
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures / Village Roadshow Pictures / Silver Pictures



El vehículo estelar que garantiza el lucimiento de una de las mejores actrices de los últimos tiempos y el peculiar estilo de un director irregular e impredecible, convergen en un peligroso argumento que, por su desarrollo manipulador, sólo termina convenciendo a quienes no entendieron que “en un ojo por ojo, el mundo se quedaría ciego”.





Añorando el universo conciliador que forjara el roswelliano Frank Capra, sería maravilloso pensar que son puramente profesionales los motivos que llevan a Jodie Foster a embarcarse en el peligroso argumento que, previa revisión, se convierte en un vehículo estelar que garantiza su lucimiento. Aun siendo así, puede que la ambiciosa productora vuelva a equivocarse, casi tanto como en la revisión que hiciera de El Rey y Yo en 1.999. En cualquier caso, parece que los cuatro oscars de Katherine Hepburn seguirían sin temblar, como muchos creyeron al observar la meteórica carrera de la agente del FBI en el thriller de Jonathan Demme.

Persiguiendo, quizás, el espíritu de Taxi Driver y con un final tan sorprendente como el de Infiltrados, La Extraña que hay en Ti, -traducción benévola de “la valiente”-, nada tiene que ver con el cine de Martin Scorsese. Si bien es éste un “director violento”, la violencia de su filmografía sólo se entiende desde la mirada de quienes la rechazan. Así pues, señalada la diferencia, la temática de la producción que hoy comentamos, tampoco nos acerca al subgénero de los años 80 en el que las calles se llenaban de maleantes contra los que luchaba un Charles Bronson en plena posesión de sus facultades físicas. Títulos como Yo soy la Justicia o El Justiciero de la Noche, tachados de ideología fascista, meros espectáculos de acción, carecían de elementos manipuladores que incitaran a desarrollar la empatía en el espectador. Es ahí donde reside la peligrosidad del argumento creado por los Taylor, encaminado a la justificación de lo injustificable.

Los veteranos guionistas, además, olvidan la sabia frase de Joseph L. Mankiewicz, según la cual. “La diferencia entre la vida real y las películas es que un guión tiene que tener sentido y la vida no”. Cuando menos, resulta inverosímil que, en una ciudad que estadísticamente se encuentra entre las más seguras del planeta, una misma persona llegue a estar en peligro de muerte en tres ocasiones consecutivas durante un espacio de quince días. A partir de ahí, las banalidades se suceden entre el vaivén de las cámaras temblorosas, los juegos de luces y un ritmo brutalmente tedioso, para alcanzar una inesperada resolución que atenta contra los pilares de la Democracia. Una vez más, la sociedad americana sigue dividiendo al mundo en “buenos” y “malos” y, con más descaro que nunca, se comprende la maldad en los honestos.





Tras un “curso acelerado sobre Nueva York”, Neil Jordan, director impredecible, debió de sentirse como pez en el agua al recibir el encargo. Experto en argumentos arriesgados y en engaños efectistas, nunca tuvo problemas para idear una salida digna a los hechos violentos, ni para mostrar que, detrás de un asesino, siempre hay una persona, cualquiera de nosotros como se indica en esta ocasión. Tan decepcionante cineasta, cuenta también con el agravante de creerse un genio, una especie de Stanley Kubrick en el rodaje eterno de La Naranja Mecánica.

Y, aunque siempre se agradece la personalidad que algunos directores demuestran tras las cámaras; la marcada influencia técnica de “los jóvenes airados” y la abundancia de planos medios del realismo inglés del Free Cinema, terminan mareando. Todo ello, por supuesto, destacando los atributos físicos de la productora ejecutiva, ahora con unos cansados ojos azules asustados, ahora con unos labios parlantes en la radio, ahora con el sugerente roce de una mano... mientras el mundo seguro que conocimos se transforma y la agorafobia gana la partida a los flashbacks, las voces en off y las virguerías del montaje.

Es posible que este lamentable producto sólo sea recordado por el rodaje de la agresión que sufren los protagonistas, impropia de la falta de elegancia de Jordan, más dado a la filmación de planos absolutamente vomitivos. Más, todo hace suponer por los resultados de taquilla, que nos enfrentamos a un nuevo tipo de cine, que, sinceramente, aterroriza.

jueves, 27 de septiembre de 2007

SIN RESERVAS




TITULO ORIGINAL No reservations
AÑO 2007
DURACIÓN 105 min.
PAÍS: USA
DIRECTOR Scott Hicks
GUIÓN Carol Fuchs (Historia: Sandra Nettelbeck)
MÚSICA Philip Glass
FOTOGRAFÍA Stuart Dryburgh
REPARTO Catherine Zeta-Jones, Aaron Eckhart, Abigail Breslin, Patricia Clarkson
PRODUCTORA Castle Rock Entertainment / Village Roadshow Pictures






Versión americana de “Deliciosa Martha”, la producción alemana que, en el año 2.001, nos conquistó no sólo por el estómago. El duelo interpretativo que llegan a entablar las actrices protagonistas, la probada melomanía del director de “Shine” y la impecable adaptación del guión, terminan haciendo de “Sin Reservas” una receta cinematográfica “comme il faut”.


Si recordamos a la guapa-francesa-dibujo-animado que aparecía en Ratatouille, nos asomamos al personaje de Martina Gedeck en la historia original de Sandra Nettelbeck, y contemplamos la determinación con la que la genial señora de Douglas sentencia que “todos sus platos culminan comme il faut”, llegamos a la conclusión de que todas las “chefs” de la alta cocina mundial son mujeres de armas tomar. Es posible que así sean todas las grandes profesionales de los cinco continentes. Y es posible también que esta actitud ante la vida no parta de un instinto natural de protección, sino de un estudiado ejercicio de supervivencia. Mas, como dijera Ortega y Gasset, “El río se abre un cauce y luego el cauce esclaviza al río”, certera explicación que podría justificar la mal llamada adicción al trabajo y su peor consecuencia, el temor por una vida, la propia, con la que no ha dado tiempo a fraternizar. “No hay libros de cocina para la vida”.

Antes de nada, conviene no confundir al espectador. Aunque así se haya comercializado, Sin Reservas, versión americana de “Deliciosa Martha”, no es una comedia romántica, porque tampoco lo era la historia en la que se inspira. Si de buscar género se trata, justo es indicar que tan recurrente argumento se ha de entender como un testimonio vital que, como todos, llevaría implícito el drama, y el sentido del humor como necesario mecanismo de compensación. Su finalidad no es otra que la de acercarse a ese concepto subjetivo y abstracto, que se construye desde el interior, llamado “felicidad”. “La suave brisa que, de vez en cuando, te roza la cara”, como solía definirlo Banderas, malagueño internacional.







Llegados a este punto, sería irresistible pensar que tal argumento, -por cotidiano y masivamente explotado- podría llegar a resultar tan insustancial dentro de una adaptación cinematográfica como la propia producción que lo contiene, una intrascendental “comedia romántica”. Y ahí es donde fallan todas las predicciones. Parafraseando su exquisito guión, “la vida es imprevisible” y, afortunadamente, el cine también lo es, por lo que las recetas que algunos inventan, contra todo pronóstico, se alzan como las mejores. Alabados sean los directores que, aun en nuestros días, son capaces de adentrarse en un género manido, despojarlo de sus clichés y, sin pretensiones reivindicativas, lograr elevarlo.

Evidentemente, al hablar de “algunos” no nos estamos refiriendo a “cualquiera”. Scott Hicks marca un hito en la historia del cine con Shine, al contar la biografía de un pianista absolutamente desconocido, para hacerle famoso. Lo habitual sería lo contrario, hacerse eco de la biografía de un músico ya consagrado. En Sin Reservas, nos confirma que su incursión en el mundo de la música no fue casual ni puntual, puesto que uno de los mayores aciertos del filme que ahora orquesta, se basa en la adecuada utilización de la banda sonora. La partitura de Philip Glass –de por sí, sobrecogedora- será sabiamente mezclada con importantes piezas de ópera interpretadas por el mismísimo Pavarotti, que, aderezadas con diversos temas populares, la erigen, en no pocos momentos del metraje, en protagonista absoluta.





Como en la buena cocina, tan magistral habilidad para encontrar la clave de las dosis perfectas, tan sólo será un ejemplo de la interesante combinación que alberga el resto de la cinta entre los diversos aspectos técnicos y artísticos que la terminan componiendo. La comedida utilización de las voces en off; la acertada fotografía de interiores, que aprovecha al máximo los escasos espacios exteriores que permite el rodaje para captar la belleza de un Nueva York desconocido, y una cuidada dirección artística que recrea los entresijos de un restaurante inexistente, se alternan con el espectacular duelo interpretativo que se establece entre la naturalidad de la Pequeña Miss Sunshine y la profesionalidad de una de las mayores divas del cine contemporáneo.

“La magia entra en escena”, exclamaba Jack Lemmon antes de que bajara la claqueta. Esa magia procede de una escena de Traffic, en la que la guapa bailarina, que muchos creyeron de sangre latina, pronunciaba con verosímil frialdad un “Vuélale la cabeza” que impactó en la retina de muchos cinéfilos que le juramos fidelidad. La magia que hace absolutamente prescindible a su partenaire masculino. Cuando ella llena la pantalla, aun teniendo en mente a señores de la talla de Connery o Clooney, ¿quién no lo es?.

jueves, 20 de septiembre de 2007

LA JUNGLA 4.0



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL Live Free or Die Hard (Die Hard 4)
AÑO 2007
DURACIÓN 130 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Len Wiseman
GUIÓN Mark Bomback (Historia: Mark Bomback, David Marconi. Personajes: Roderick Thorp)
MÚSICA Marco Beltrami
FOTOGRAFÍA Simon Duggan
REPARTO Bruce Willis, Timothy Olyphant, Maggie Q, Justin Long, Jeffrey Wright, Mary Elizabeth Winstead, Cliff Curtis, Kevin Smith, Jonathan Sadowski, Andrew Friedman


Junto con el cristal, la jungla pierde la capacidad de entretener; objetivo principal –si no único- del género de acción. Las puntuales escenas rodadas con especialistas y el encanto –en otros guiones, irresistible- de Willis- MacClane, no logran evitar la quiebra de una delgada línea argumental de americanismo barato. Después de doce años, los seguidores de la saga se merecían mucho más que una sucesión de tráileres sin sentido

¿Cómo era aquella frase de Samuel Goldwing, inculto e insólito magnate de la Metro?, “Anoche fui a ver Hamlet. Está lleno de citas”. Me viene a la memoria cada vez que me aburro en el cine, y es que una manera inteligente de amortizar las más de mil pesetas que cuesta, es la de buscar “citas” que puedan ser recordadas. Ahí van dos memorables: “O me dices todo lo que quiero saber, o te inflo a ostias en tu propia casa”, y “Va a poner Yipi- qui- Yei, hijo de puta”. Que nadie se moleste en buscar más en una jungla tan limitada.

Una vez más, la industria cinematográfica americana vuelve a subestimar al espectador. Después de doce años, los seguidores de La Jungla de Cristal se merecían mucho más que una sucesión de tráileres sin conexión ni sentido, mucho más que ese amago de lo que la cuarta parte intenta ser y no termina siendo. Ni más ni menos que lo que suele suceder cuando cualquier guión “vale” para insertar escenas del “caos total” de Independence Day, sin tener en cuenta que ése nunca fue el espíritu de La Jungla, reinventora del género de acción. En última instancia, que a nadie se le olvide que Willis es un capullo íntegro y encantador porque los guionistas que inventaron a John MacClane así lo quisieron.







Se agradecen, sin embargo, las escenas de acción que son rodadas con especialistas, único homenaje a la historia original de 1.988. En ellas, no sorprenden los planos cortos y tramposos que incluye Wiseman para convencer de las habilidosas artes marciales de la chinita mala, sino los comentarios despectivos, xenófobos y machistas que le dedica el mítico detective de Nueva York, ahora desconocido. Vuelve a fallar el guión al tiempo que las escenas de golpe y puñetazo son sustituidas por un baile incansable de efectos especiales de última tecnología, que terminan haciendo creíbles las Mentiras Arriesgadas de James Cameron.

En el fondo, los estadounidenses adoran estar en peligro, y su cine sigue dando malas ideas para conseguirlo. Obsoletas, pero malas. Y es que el cuento de los ataques informáticos y la certeza de que “cualquiera, desde un garaje, con un ordenador, puede ganar la partida a los sistemas de seguridad, absolutamente incompetentes” ya los conocíamos gracias a productos como La Red, Conspiración en la ídem, La Prueba o la reciente e infumable Operación Stormbreaker. Tampoco nos son desconocidos los arranques de patriotismo barato; interpretación, quizás, errónea, de la célebre frase del presidente Kennedy, ni aquélla otra de Monroe que pedía “América para los americanos”, a la que sólo cabe añadir que este tipo de cine, también para ellos.





Es ésta una historia sin identidad propia, que, en no pocas ocasiones, se presenta como un mal collage de fotogramas tópicos del género. Una historia sustentada en un guión quebradizo, hijo de un argumento desfasado que no consigue captar la atención del respetable. Entre ridículos diálogos de besugos, patéticos monólogos y actores secundarios de telefilme, Bruce Willis se debe de sentir como un nuevo Marlon Brando, productor y estrellita, que, con rostro atribulado, no duda en meter mano en un guión –ya impresentable- para terminar de sentenciarlo. Ya comentaba el diablo que, de todas sus virtudes, la vanidad era la que más le satisfacía; y con una aseveración como ésta: “Si hubiera alguien más, le dejaría hacerlo, pero no lo hay”, quedan de manifiesto las pretensiones del actor.

Como dijo aquel genio, no puede haber una buena película si no hay un buen guión. El de La Jungla 4.0 se encarga de atentar directamente contra la figura de John MacClane, seductor de los años 90, ente molesto en las esferas policiales, para no conceder ninguna premisa que ayude a entender los propósitos de sus adversarios, ni el papel de sus acompañantes. Aunque no era fácil resistirse a la tentación de mencionar el 11S, afirmar que el fin de USA es el fin del mundo, que los tiradores pésimos siempre están en el lado de los malos y los ángeles de la guarda en el de los buenos, que los del FBI no tienen ni idea, y que todos los vuelos han de aterrizar para evitar suspicacias, sólo consigue precipitar la muerte de un gremio, el de los guionistas, que, en el presente siglo, no logra salir de su propia incompetencia.

jueves, 6 de septiembre de 2007

GRINDHOUSE: DEATH PROOF



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

TITULO ORIGINAL Grindhouse (Death Proof)
AÑO 2007 DURACIÓN 95 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Quentin Tarantino
GUIÓN Quentin Tarantino
MÚSICA Varios
REPARTO Kurt Russell, Zoe Bell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Jordan Ladd, Rose McGowan, Sydney Tamiia Poitier, Marley Shelton, Tracie Thoms, Mary Elizabeth Winstead




La desmedida pasión al dirigir demostrada por el realizador de Tennessee, su probada militancia cinéfila y su vasta cultura cinematográfica, que abarca desde la serie A hasta la Z, transforman un slasher de los setenta en el atractivo argumento que fascinara a cineastas como Carpenter o Spielberg. Death Proof es la aportación de Quentin Tarantino al proyecto Grindhouse y un homenaje a su propia filmografía.


Supongo que una de las consecuencias directas de haber estrenado las dos películas que componen Grindhouse por separado, y de comercializar éstas como “productos normales”, ha sido la avalancha de protestas vertidas por los espectadores sobre la “mala calidad” de Planet Terror; lo que, seguramente, ha propiciado la aparición de una graciosa “nota de empresa” en algunos cines, según la cual, “los desperfectos que muestra Death Proof son intencionados”. Más fácil habría sido explicar, desde el principio, que ambas forman parte de un homenaje a las películas de bajo presupuesto que, en los años setenta, pululaban por las salas de proyección americanas.
Un vez hecha la advertencia, conviene saber que las múltiples deficiencias técnicas que acompañan a estas producciones, (Death Proof y Planet Terror), no restan calidad al resultado final de las mismas. Las pérdidas de sonido, los fotogramas rayados, los intervalos que se ofrecen en blanco y negro y el desastroso montaje, son sólo un mero hecho anecdótico, y otra de las muchas genialidades que caracterizan a dos historias, en muchos aspectos, perfectas.

Para analizar seriamente Death Proof, hay que tener en cuenta que abordar la filmografía de Quentin Tarantino no es una tarea fácil. Adentrarse en ella, supone hermanar, irremediablemente, la dificultad con el más absoluto de los respetos. Por encima de su predisposición para la serie B, de su homenaje a las películas baratas karatekas, de su tendencia a la creación de situaciones, en apariencia, absurdas, y su obstinación por dibujar personajes, en no pocas ocasiones, irreales; se encuentra una singular sabiduría cinematográfica, que abarca todos los géneros, y culmina en un estilo inconfundible, imposible de hallar en el cine contemporáneo. Su original manera de dirigir, la inclusión de guiones desestructurados, herencia de Scorsese; la recreación de las impecables puestas en escena habituales de Kurosawa, y la obsesión por los detalles, le convierten en un cineasta de riesgo, con un coraje al límite, sólo comparable al que siempre demostró el mismísimo Welles. No cabe duda de que Tarantino es uno de los pocos Grandes que quedan.




Lo malo de “los Grandes” es que, a veces, se permiten la licencia de gastar una broma a los cinéfilos y obsequiarles con una de esas historias que sólo se pueden mirar con benevolencia conociendo el trabajo previo de sus directores. Recuérdese que incluso Huston aprovechó unas vacaciones por el Mediterráneo para dar al Séptimo Arte una incalificable parodia de El Halcón Maltés titulada La Burla del Diablo; y que éste, justo antes de dar a conocer Los Bastardos sin Gloria, parecía el momento indicado para no rodar en serio. Afortunadamente, ése no es el caso de Death Proof y, una vez más, Tarantino vuelve a mostrar su valía, a sorprender, a revolucionar el tedioso panorama cinematográfico.

Lo que se inicia como un típico filme de crímenes sangrientos, un slasher de los años setenta, pronto se convierte en el atractivo argumento que fascinara a directores como Carpenter o Spielberg. Tras la alusión directa a películas como Punto Límite Cero, La Indecente Mary o Larry el Loco, la memoria cinéfila nos arrastra hacia títulos de culto como Christine o El Diablo sobre Ruedas. Si a ello se le aplica el “toque Tarantino”, el éxito está asegurado.

La magistral definición de personajes, algunos de ellos, dibujados con sólo dos trazos; los diálogos interminables, que sólo en las mejores historias clásicas consiguen captar la atención del espectador; la profusión de detalles, que encuentran su irreemplazable lugar en la resolución del desenlace; los continuos guiños a los amantes del cine, y a los espectadores españoles (recuérdense los carteles de películas protagonizadas por Charo López); las referencias explícitas tomadas de Pulp Fiction, Jackie Brown y Kill Bill, hacen de Death Proof una de las mejores películas del año.

Para el recuerdo, la apuesta del cineasta por los masajes en los pies, el deleite que le producen los teléfonos móviles, la incitación a la lectura, el amarillo chillón, las mujeres de armas tomar y el playback. Para gloria del cine, el rodaje de una de las mejores persecuciones de coches de su Historia. Para sus seguidores, la búsqueda incansable del volumen dos.

jueves, 16 de agosto de 2007

RATATOUILLE: Tout le monde peut cuisiner!



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA:
TITULO ORIGINAL Ratatouille

AÑO 2007 Ver trailer externo
DURACIÓN 110 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Brad Bird
GUIÓN Brad Bird (Historia: Jan Pinkava, Jim Capobianco, Brad Bird)
MÚSICA Michael Giacchino
FOTOGRAFÍA Animation
REPARTO Animation
PRODUCTORA Pixar / Walt Disney Pictures




Una efectiva carrera de fondo, de inicio irregular, cuidado desarrollo y apoteósico desenlace. Con la intención “limpérrima” inherente a estos productos, el humor inteligente que caracteriza a sus guionistas y los continuos guiños a los clásicos de animación, la Pixar vuelve a ganar la partida. Por momentos, el espectador se olvida de que, en París, son las ratas las que cocinan.






A estas alturas de la película, poco se fía esta servidora de las buenas intenciones que acompañan a los creadores americanos de la nueva escuela cuando centran sus historias lejos de sus fronteras. Una desconfianza que, en su día, quedó ampliamente justificada con títulos como Mi Gran Boda Griega (Joel Zwick, 2.002), Lost in Translation (la hija de, 2.003) o Bajo el Sol de la Toscana (Audrey Wells, 2.003). Y es que, tras una disparatada comedia, la rebelión reveladora de la señorita Coppola y un delicioso cuento romántico, no dejó de trascender, para avergonzar, la imagen tópica y distorsionada que los norteamericanos dieron de los distintos pueblos y culturas visitados. Todo ello, por supuesto, aderezado con un gran sentido del humor (Su humor), que nombra “tonto de capirote” a aquél que no lo entienda.

Me temo que la costumbre ha llegado hasta “Dibujilandia”. Sabemos que de una sobremesa, en la que se desconoce la trayectoria de las conversaciones, salieron títulos extraordinarios como Bichos, Monstruos S.A. y Buscando a Nemo; y es más que probable, por mucho que se empeñe en despistar la distribuidora, que de un paseo por los Campos de Marte surgiera la historia de la rata cocinera. Sólo que ya se encargan ellos de aliñar el plato para que, en nuestra próxima visita a París, nos abstengamos de llamar “rata” a un maestro hostelero que merodea por sus innumerables jardines.

Ra-ta-tuí, como nos obligan a pronunciar en castellano, debe sus torpes comienzos a dos modas cinematográficas, rescatadas de los mejores clásicos, para ser, en los últimos años, penosamente utilizadas. Se trata de las voces en off y de un larguísimo flashback que justifica la historia del protagonista roedor. También a un acercamiento peligroso a uno de los títulos de la competencia, Vecinos Invasores, de calidad, genialidad y profundidad notablemente inferiores a las producciones de la Pixar.

Superado el poco prometedor inicio, desaparecida la molesta voz de acento francés en off y olvidando que el relato obedece a unos hechos del pasado, la estructura narrativa adquiere una perfecta linealidad que propicia el despliegue de la magia. Los estudiados rostros, de ojos siempre humanos, capaces de emocionar a los que ya perdimos el último diente de leche, la creación de divertidas e inteligentes situaciones, los continuos guiños a los cinéfilos y las lecciones ejemplarizantes, harán el resto; para dar lugar a un apoteósico final, con una declaración de principios de obligada lectura para los criticones.

Por el camino, apreciamos una ligera variante de la célebre frase de Chaplin, “Si te centras en lo que dejas atrás, no podrás ver lo que tienes delante”. Asistimos a la rocambolesca huída de un restaurante, que nos recuerda la aventura del cangrejo Sebastián con el cocinero de palacio. Descubrimos los “bajos fondos” de la capital francesa, tras haberla conocido desde las alturas, gracias al Jorobado de Notre Dame.
Comprendemos la peligrosidad que entraña el adentrarse en otros mundos desconocidamente fascinantes, y la importancia de la familia, herencia de Ariel. Conocemos a una peculiar hada madrina, que, en todo momento, trata de hacernos entender el verdadero significado de la palabra “autoestima”. Nos preguntamos si “existe un lugar mejor para soñar que París”, mientras contemplamos la película en blanco y negro que sustituye la conocidísima pista de aterrizaje por una estación de ferrocarril, en la que, posiblemente, Ilsa y Rick se dieran un penúltimo adiós. Volvemos a las orillas del Sena, en las que Todos Dicen I Love You, al ritmo de una preciosa banda sonora que un americano dedicara a París. Y llegamos a adorar a una rata pulcra y redicha, con cara anodina de Coco de Barrio Sésamo, que deja testimonio de que “los grandes artistas pueden proceder de cualquier lugar”.

Todo lo cual, nos lleva al convencimiento de que, con o sin dobles intenciones y/o ánimo de mofa, los “guionistas de adultos” tienen mucho que aprender de los diseñadores de dibus. A fin de cuentas, “¡Cualquiera puede cocinar!”.