miércoles, 18 de julio de 2007

HARRY POTTER Y LA ORDEN DEL FÉNIX



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA


TITULO ORIGINAL Harry Potter and the Order of the Phoenix
AÑO 2007
DURACIÓN 138 min.
PAÍS UK, USA
DIRECTOR David Yates
GUIÓN Michael Goldenberg (Novela: J.K. Rowling)
MÚSICA Nicholas Hooper (Tema: John Williams)
FOTOGRAFÍA Slawomir Idziak
REPARTO Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint, Ralph Fiennes, Jason Isaacs, Helena Bonham Carter, Robbie Coltrane, Michael Gambon, Brendan Gleeson, Richard Griffiths, Gary Oldman, Alan Rickman, Fiona Shaw, Maggie Smith, Imelda Staunton, David Thewlis, Emma Thompson, Julie Walters
PRODUCTORA Coproducción GB-USA; Warner Bros. Pictures




En el reino de la PlayStation, era de las múltiples tecnologías, universo en el que continúa pendiente la asignatura de ser humano; las aventuras de Harry obligan a desempolvar la imaginación, fomentan la lectura y promulgan principios fundamentales como el amor y la amistad. Con nuevo guionista y director debutante, la mágica saga nos acerca a una quinta entrega, prácticamente, perfecta.





Incluso para quienes poseen la “capacidad emocional de un ladrillo”, resistirse a la Potter-manía resulta altamente difícil. Escaleras que mudan a placer, Hogwarts y su emblema milenario “Draco Dormiens Nunquam Titillandus” (Nunca hagas cosquillas a un dragón que duerme), “Alohomora”, espejos que muestran lo que se desea ver, vuelos en escoba, “Wingardium Levi-ou-sa”, escapadas nocturnas a bosques prohibidos con capas de invisibilidad, pensadores, trasladores, “¡Petríficus Totalus!”, centauros y unicornios, cuadros con vida propia, el andén 9 y ¾, diarios parlantes, Siriux el padrino, “¡¡¡Specto Patronum!!!”, laberintos cambiantes, lagos negros, la sala de los Menesteres o la Nimbus 2.000, son algunas de esas cosas que hacen renacer la fantasía que, en algún momento, perdimos. La pluma de la escritora británica, sin embargo, parece haber caído en un pozo inagotable de imaginación. Las adaptaciones cinematográficas, por su parte, desprenden tanta magia como las páginas de sus novelas, al tiempo que alcanzan un importante logro, que no es otro que una certera incitación a la lectura. Evidentemente, nadie puede esperar a que la Warner ruede el desenlace final. La respuesta a si J.K. Rowling será capaz de deshacerse del protagonista que la ha catapultado a la fama, como hiciera su compatriota Agatha Christie con cierto celebérrimo detective belga, sólo se encuentra en un libro. Los Muggels, mientras tanto, nos preguntamos en qué momento exacto surge una historia tan perfecta.






El secreto del éxito habría que buscarlo en la exhaustiva construcción de un mundo paralelo, interrelacionado con el que todos conocemos (Sólo hay que saber que el Ministerio de Magia se sitúa justo debajo del Ministerio de Defensa inglés), en el que, lejos de insultar la inteligencia infantil (práctica habitual en cine y literatura), se decide desarrollarla. En unos personajes, basados en la imperfección y en el heroísmo involuntario, que habitan en ambos escenarios, para los que la Magia no constituye una vía de escape contra la realidad, sino una cualidad de sus propias personalidades con la que han de aprender a vivir. En la emisión de preciados mensajes, que parten con el que deriva del amor de una madre, el único capaz de vencer los males de la Humanidad (también “al que no debe ser nombrado”), y que culmina con la apreciación de que “todos albergamos luz y oscuridad en nuestro interior, dependiendo de nosotros la elección del lado que queramos potenciar”, para constatar que “quienes nos quieren, siempre permanecen”. Y en la constante evolución de la saga, que se adapta a las diferentes edades de sus protagonistas.
En este sentido, y de manera progresiva, irán desapareciendo las aventuras centradas en la adquisición de material escolar en comercios maravillosos, los uniformes que tanto nos recuerdan al alumnado de Goodbye Mr. Chips, la recreación del típico comedor que, igualmente, filmara Sam Wood en 1.939, los inocentes concursos en los que se premiaban el compañerismo y la amistad, la famosa frase del sabio director: “A la luz de los acontecimientos recientes...”, la partida en un ajedrez mágico, o las escaramuzas contra un Lord Voldemort (¡vaya, escribí, sin querer, su nombre!) sumamente debilitado; para dar paso a otras situaciones que requieren madurez.
La Orden del Fénix, tan sorprendente como las anteriores entregas, supone la culminación de cuatro cursos de Hechicería, el momento en el que la obligación de estudiar se convierte en una necesidad; o, lo que es lo mismo, el punto en el que se empieza a crecer. Nuestro Harry se ha de multiplicar ante las adversidades, ya no es el mago famoso al que todos admiran, sino el “Plotter”, el mentiroso conspirador, ignorado por su mentor, víctima de una calumnia que le supera. Se impone la autoestima, el compromiso (formación del ejército de Dumbledore) y la sublevación contra los métodos dictatoriales de Hogwarts. Unas etapas que forman parte de la interminable escuela de aprendizaje que es la propia vida.

Con tan fértil concepción, seguida de un sólido desarrollo, poco importa quién se encuentre tras las cámaras. Ya sea el mismísimo Alfonso Cuarón o un realizador televisivo, el éxito está asegurado siempre que el espectacular diseño de producción disponga los efectos especiales al servicio del argumento, y nunca al revés; como así ha sido hasta el momento. Ni siquiera se añora la banda sonora original de Williams, ni la fotografía de las primeras películas, en unas historias en las que, primordialmente, domina el guión, supervisado por su creadora. Un cráneo ”previlegiado”, que diría Valle Inclán, a quien, no obstante, se le olvidó indicar algo fundamental. En vacaciones... ¿cómo se cartea esta gente?, ¿por correo ordinario?, ¿con lechuza?, ¿por email?.

miércoles, 11 de julio de 2007

CHUECATOWN



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

AÑO 2007
DURACIÓN 100 min.
PAÍS ESPAÑA
DIRECTOR Juan Flahn
GUIÓN Félix Sabroso, Dunia Ayaso, Juan Flahn
MÚSICA David San José
FOTOGRAFÍA Juan Carlos Lausín
REPARTO Pepón Nieto, Pablo Puyol, Concha Velasco, Rosa María Sardá, Carlos Fuentes, Eduard Soto, Mariola Fuentes
PRODUCTORA Filmax









Entre la “Rue del Percebe” y un episodio de la última temporada de “Aquí no hay quien viva”, los guionistas de esta adaptación libre (y pésima) del cómic de Rafa, se olvidan de que la creación de personajes almodovarianos sólo puede nacer de una gracia manchega que ellos desconocen. El director, mientras tanto, se olvida de dirigir. Los actores, de interpretar. El espectador, de lo que es el cine.

¿Cómo es eso de la nueva Ley?, ¿por cada película española que nos impongan, tendremos que ver tres americanas para no olvidar lo que es el cine?, ¿garantizará alguien la calidad de los productos impuestos?, ¿estarán éstos a la altura del público español?, ¿qué criterios regirán la concesión de subvenciones estatales?, ¿cuáles los estrenos posteriores?.

Cierto es que una buena película, la ve cualquiera, y que sólo los muy cinéfilos somos capaces de tragarnos cualquier bodrio y, además, de escribir sobre ellos; pero, incluso así, conviene no colmar el vaso de gotas de agua. Puede llegar un momento en el que también los “muy cinéfilos” abandonemos la sala de proyecciones, un hecho que no veía en los cines desde mi más tierna infancia, aquélla en la que me iniciaba con títulos como Nueva York bajo el terror de los Zombies. Por motivos diferentes, Chuecatown es la típica película de la que se puede decir eso de parece mentira que “halla ispirado” algo a alguien que no sean las ganas de salir corriendo.

Y, aun así, la cosa no pintaba mal en un principio remoto. Situaciones divertidamente absurdas, con un toque de humor negro, acompañadas de puntuales y efectivos golpes de risa. Personajes que luchan por salir del mármol que les envuelve, y que podrían haber resultado atractivos para el espectador. La frutera con aspiraciones literarias, el ejecutivo agresivo a lo “Spanish Psyco”, o la inspectora de policía que acumula todas las fobias inimaginables, se encontraban dentro del molde perfecto. Un argumento original y coherente, alejado de las típicas comedietas de cama y tetas a las que nos tienen acostumbrados, que tiende hacia el thriller inusual y curioso. Una propuesta que se atrevió a realizar graciosas alusiones al cine de Hitchcock, con la animadversión de Marnie (la ladrona) al color rojo y el cambio de nombre de Anthony Perkins (Bates por Foster) en Psicosis, de la que también se parodia la famosa escena de la ducha. Una tónica, en definitiva, que la habrían convertido en una película discreta y entretenida, especialmente recomendada para una sesión doble de DVD.

Sin embargo, la línea trazada no se sabrá mantener más allá de los primeros quince minutos de metraje, procediendo a la resolución de la trama con pantomimas derivadas de títulos míticos del mejor cine español. Me refiero, por supuesto, a las frases célebres de El Liguero Mágico (Antonio Ozores, 1.980), a los inteligentes chistes políticos de El Cid Cabreador (Angelino Fons, 1.983) y, como no podía ser de otra manera, a las grandes actuaciones de Cristóbal Colón, De Oficio Descubridor. Estos dos últimos, pertenecientes al género histórico, ése que mucho y muy bien cultiva nuestro cine. Títulos, todos ellos, con un denominador común que se mantiene impertérrito en la historia de Flahn, el que otorga a distintos personajes, iguales registros.


El resultado final, nos descubre una cinta cargada de despropósitos, que arrancan con un mal guión, coronado de peores diálogos; alcanzan a un novato director, al que de nada le sirven los planos cortos conseguidos a través de los espejos (típicos en la filmografía de Don Pedro, Almodóvar); para desembocar en unas lamentabilísimas interpretaciones. Las propias de un reparto condenado a una pésima dirección de actores, del que sólo sobrevive, y no en todos los casos, Pepón Nieto.

Llegados a este punto en el que el bodrio empieza a despuntar en todas sus direcciones, la única solución posible para evitar el desastre habría sido la de recurrir a una efectiva y engañosa publicidad, que pasara por titular el producto “El Misterio del Cuarto Oscuro”, ofreciendo un thriller erótico con desnudo integral de Pablo Puyol. El cine americano lo habría hecho. Ellos no tienen la sana costumbre de mentir mucho, pero mal. Mas, como tampoco eso nos funcionaría, llegamos a la conclusión, compatriotas cineastas, de que el único remedio eficaz para que el público no salte de su butaca en el minuto cuarenta y ocho y exclame algo tan español como ¡Vaya mierda de película!, no es otro que el de ponerse a trabajar... que ya va siendo hora.

miércoles, 4 de julio de 2007

FLYBOYS: HÉROES DEL AIRE.




Si bien es cierto que las grandes películas de combates aéreos siempre fueron rodadas por pilotos auténticos –y el oscarizado Tony Bill lo es-, tampoco es mentira que su estereotipado y anodino guión, carente de verosimilitud, convierte a Flyboys en un híbrido amorfo entre el Pearl Harbor de Michael Bay y las Leyendas de Pasión de Edward Zwick. Un desatino irreparable, que la aleja de títulos míticos a los que pudo superar.



FICHA TÉCNICA DE LA PELÍCULA

Reparto: James Franco, Jean Reno, Martin Henderson, Jennifer Decker, Tyler Labine
Director: Tony Bill
Productor: Dean Devlin, Marc Frydman
Duración: 02:20:00
Estreno: viernes 29 junio 2007
Género: Acción, Bélica, Drama.
País: EE.UU.,Francia







Da miedo cada vez que gente como Michael Bay o Dean Devlin (productor de Godzilla) determinan que “hace mucho que no se hace una película bélica”. El primero, ya jugó al “gallina” en su Pearl Harbor particular; mientras que, en este caso, la intención de Devlin no era otra que la de homenajear a la legendaria Escuadrilla Lafayette, aquélla que, con más coraje que medios, combatió a los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Claro que, el resultado nos lleva al convencimiento de que es una suerte que ningún miembro de la gloriosa Escuadrilla pueda ver la película. Digamos que el homenaje se pierde en las notas de producción, sin llegar a trascender a la pantalla, por culpa de un malogrado guión. Lo que, sin duda alguna, “C’est un dommage!”, que diría la bella Luciana.

Con sus ambiciosas pretensiones, no exentas de buena voluntad, Flyboys se dedica a buscar referencias en los clásicos. Es un dato significativo y meritorio que se encargue la dirección del proyecto a un piloto profesional, como lo fueron los míticos William Wellman, Howard Hawks y Howard Hughes, que nos dejaron títulos como Alas (primera película ganadora de un Oscar en la Historia del Cine, en 1.929), La Escuadrilla del Amanecer y Los Ángeles del Infierno (ampliamente recreada por Martin Scorsese en El Aviador), respectivamente. Años más tarde, Welman rodaría otra película con el título de La Escuadrilla Lafayette. Tener a Tony Bill tras las cámaras garantiza un virtuosismo técnico en el espacio aéreo que no encuentra continuidad en tierra firme. Es preciso destacar los planos subjetivos que regala en esta cinta, las coreografías que dibujan los avioncitos en el aire, los primeros planos de los pilotos, que tanto nos recuerdan a las escenas del cine mudo, y la obsesión por mostrar la precariedad de aquellas cometas volantes que debieron de ser los primeros aviones de guerra, como siempre hiciera Howard Hawks. La verdad es que se añoran más minutos de vuelo en el metraje.

Por otra parte, tampoco sería justo dejar de mencionar su importante asesoramiento histórico, al parecer, también obra de Bill. “Los caballeros del Aire”, como convinieron en llamar los historiadores a estos conejitos de indias, fueron los últimos en mostrar un código de Honor en las alturas, en esos postreros torneos medievales, que tan bien quedan reflejados en la película.

Si a ambos aspectos, les sumamos la espectacular banda sonora de Trevor Rabin, la fotografía perfecta de Henry Braham (sólo tenemos que recordar el reflejo del escuadrón en las aguas transparentes del río), sus inmejorables efectos de sonido, el buen trabajo en la interpretación de Martin Henderson, la aceptable dirección artística; y, además, tenemos en cuenta que el aire y los aviones de la Primera Guerra nunca lograron grandes obras de arte en cine, nos damos cuenta de que éste sí que pudo ser el gran homenaje que se merecía la noble Escuadrilla.

Sin embargo, no lo es. La tecnología nunca podrá compensar el fallo que se produzca en la adaptación de un guión cinematográfico, y Flyboys vulnera el gran mensaje que deriva de las mejores producciones bélicas, el que ya promulgara Wellman en 1.929, el que ratificara el maestro Kubrick en Senderos de Gloria, el que emitiera Lewis Milestone en Sin Novedad en el Frente. “De nada sirve el heroísmo que implica perder todo por el camino”. En su lugar, nos encontramos con una moderna versión light de los hechos, que justifica la participación en cualquier guerra cuando se es vencedor. Gracias a ella, se pueden alcanzar las metas que siempre se soñaron. Ni más ni menos que lo que suele suceder cuando una historia ambientada en la Francia de 1.917 se transforma en una americanada... tipo Independence Day.