
TITULO ORIGINAL Street Kings
AÑO 2008
DURACIÓN 109 min.
PAÍS USA
DIRECTOR David Ayer
GUIÓN James Ellroy, Kurt Wimmer, Jamie Moss (Historia: James Ellroy)
MÚSICA Graeme Revell
FOTOGRAFÍA Gabriel Beristain
REPARTO Keanu Reeves, Hugh Laurie, Chris Evans, Forest Whitaker, Naomie Harris, Terry Crews, Common, Amaury Nolasco, Cedric the Entertainer, Jay Mohr
PRODUCTORA Fox Searchlight Pictures / Millennium Films / Regency Enterprises / Yari Film Group
¡Qué guapo-guapísimo-guapérrimo que es Keanu Reeves!, y qué forma tan poco seria y convencional de comenzar una crítica cinematográfica que, en realidad, debería ir encaminada ¿por qué no? a desenmarañar las claves del Cine Negro, del género por excelencia, del que tantas referencias contiene para entender la Historia del séptimo arte. De un universo, fascinante para muchos cinéfilos, que tan difícil resulta de delimitar a pesar de que los eruditos en la materia se hayan encargado de enumerar sus múltiples características; a pesar de que los señores de la Nouvelle Vague indicaran un título de referencia, Historia de una Detective, que contenía sus principales elementos; a pesar de que el cineasta Coppola, en una ejemplar ejercicio de síntesis, dijera aquello de que “los secretos de los salones de té salen a la calle”. Un mundo enrevesado que suele anteponer el “viaje” al “destino”, las desventuras del detective “huele-braguetas” y los engaños a los que se ve sometido en una tela de araña en la que nada es lo que parece, al resultado final del cómo, el porqué, o el quién mató a quién. Un aspecto, este último, muy importante, que logra explicar el principal atractivo de Dueños de la Calle, por ser el motivo fundamental que salva un producto viciado desde sus orígenes.

En una precrítica, -que no es otra cosa que un “hablar por no estar callados” de una película que todavía no se ha visto-, me atreví a asegurar que éste sería el claro ejemplo de un excelente argumento (la historia pertenece al creador de L.A. Confidential y guionista de La Dalia Negra) que había tenido la mala suerte de topar con un director que supo convertir una mítica serie televisiva, Los Hombres de Harrelson, en un bodrio fílmico. Al salir del cine, admito mi error, y es que el menor de los males se encuentra en la dirección, siendo éste atribuible a la adaptación de un guión que, por exigencias de los productores, “salta de época” para trasladar los disturbios raciales de la ciudad de Los Ángeles en 1992 hasta nuestros días. En aquella fecha, un jurado compuesto por blancos, absuelve a cuatro agentes de policía de la paliza propinada a un delincuente de color, lo que provoca enfrentamientos y revueltas bajo una oleada de terror.
Dieciséis años después, se minimizan, hasta desaparecer, las diferencias étnicas, que se reducen a frases sin sentido dentro del contexto que los contiene, como “eres un racista por disparar sobre los coreanos” o “malditos blancos de m.”; para centrarse en la brutalidad policial de quienes nos protegen que, de alguna manera, queda justificada en la figura del héroe que, por casualidad, llega al corazón de corruptela a destruir. Se abre entonces, para el enriquecimiento argumental, un doble frente por el que desciende el protagonista en una película hecha a su medida. Y es que Reeves, penúltimo de los actores que todavía conserva la magia de los galanes del cine clásico, sabe enamorar –como ninguno- bajo el papel del policía de métodos cuestionables que actúa al margen de la ley; y puede convencer –como pocos- gracias a una inexpresividad que le viene de serie, en la caracterización de un personaje “más tonto que los otros” que se lanza al proceso de redención ajeno al desarrollo de los acontecimientos.

Los espectadores, que no saben reconocer un 2-11 antes de que se presente ni actuar por causas de fuerza mayor a la velocidad del relámpago, sí que podrán desarticular la totalidad de la trama desde el minuto número ocho de metraje. Gracias a un guión de diálogos brillantes que, sin embargo, se encarga de insertar comentarios demasiado explícitos (“Por tu propio bien, no te alejes demasiado o no podré rescatarte”), y por culpa de una dirección de actores tan cuestionable como las técnicas del “guapérrimo”; los falsos buenos y los falsos malos dejan de ser malos y buenos para ser, simplemente, falsos. Sólo que, en contra de lo que cabría suponer, los descarados -y no intencionados- previsibles giros, logran sobrevivir en medio de apoteósicas escenas de acción y de planificaciones milimétricas que, en no pocos momentos, quedan desvirtuados por el lamentable montaje que las recopila.
Con sus continuos guiños cinéfilos: “Alégrame el día” de Clint el sucio (Don Siegel, 1971), “¿Conoces la historia de Serpico, el policía que..?” (Sydney Lumet, 1973), y las continuas alusiones a “El Tercer Hombre” que puede que nunca haya existido, (Carol Reed, 1949); Dueños de la Calle discurre por la estela del mejor cine policíaco; con un interesante encuadre de primeros planos, un duelo interpretativo recogido en planos-contraplanos dignos de mención, y un mimo por los detalles que no nos dejan indiferentes; para llegar a un resultado claramente inferior al de las producciones de temática similar de los años 70.

Y, en un balance final, en el que sería imperdonable dejar de mencionar la siempre eficaz actuación del último rey de Escocia, la excelente interpretación del médico capullo, y la impagable presencia de otro “guapérrimo”, Chris Evans; me atrevo a recomendar la película de Ayer (apellido del director). Aunque, no se engañen, siempre hubo críticos a los que les gustó presumir de la impunidad que gozan los policías del departamento de Los Angeles; y es que, en demasiadas ocasiones, “no importa lo que suceda, sino cómo se escriba”.