lunes, 23 de febrero de 2009

UNA PRESENCIA NECESARIA




"A quien Dios se la da, que San Pedro se la bendiga".
No es momento de polemizar sobre si éste es -o no- un Oscar merecido; sobre todo si tenemos en cuenta que Hollywood siempre ha sido reacio a conceder su máximo galardón a demasiados directores, actores y productores que, a lo largo de la historia y según la opinición generalizada de la crítica mundial, sí que lo merecían.
Tampoco es momento para entrar en arduos debates orientados a determinar si la discreta actuación de Penélope en la película de Allen, supera la soberbia interpretativa de Viola Davis, el desparpajo natural de Amy Adams o la efectividad de una siempre resultona Marisa Tomei. Ni siquiera es tiempo de emprender un discurso demagógico que realce las múltiples virtudes de una cantera de buenas actrices españolas en las que la Meca del Cine nunca se fijará.
Por el contrario, es preciso saber y pensar que la de Penélope Cruz en Hollywood es una de esas "presencias necesarias" que vienen a cubrir la nostalgia de su época de máximo esplendor; y apuntar hacia el "cinéfilo culpable" que supo ver en ella esa proyección.
No son en vano, por lo tanto, esas "gracias a mi amigo Pedro Almodóvar" que, emocionada, pronunciaba la actriz. En su faceta de director clásico y cinéfilo -aspectos que nunca le reconocerá un gran sector de la crítica española- el manchego sabe resucitar la fuerza de las heroínas del neorrealismo italino para completar el personaje de su Raimunda de Volver. Por si el mensaje no fuera captado en el otro lado del Atlántico, hasta se permite realizar una réplica perfeta de Sophia Loren en sus mejores tiempos; perfil de mujer que, aun teniendo el registro lingüístico de cualquier manchega, no se corresponde con la apariencia física de ninguna en pleno siglo XXI.
Hollywood, sobre todo en un año en el que reivindica -como en su época dorada- que sólo con un buen guión se hace una buena película; también añoraba la presencia de una actriz europea de carácter latino, y Pedro Almodóvar la proporcionó. Motivos ambos que han de ser orgullo para los cinéfilos patrios.

lunes, 25 de agosto de 2008

BAJA POR MATERNIDAD

Bueno, pues casi sin aliento, vengo a despedirme de vosotros.
Ojalá os supiera sorprender con uno de esos discursos que parecen haber sido escritos en lo más profundo del alma y logran conmover a quienes los leen, pero ya sabéis de mi torpe aliño indumentario, que dijera Machado; de mi estilo, a veces, aséptico y siempre directo al escribir. Fiel al mismo (los años pesan demasiado como para intentar cambiar), os digo que me siento pletórica de entusiasmo, algo (bastante) nerviosa, y tremendamente ilusionada por mi próxima maternidad.

Por fin, tras un parto interminable de gestiones burocráticas, las buenas nuevas del otro lado del Atlántico llegaron el 14 de Agosto, y la inversión de felicidad iniciada años atrás se pudo materializar. Mañana partimos hacia el Nuevo Mundo, y el día 28 nos reunimos con nuestro hijo. Después, tras una última odisea de papeleo (cosa de na lo de Ulises) para darle la nacionalidad española al peque, volvemos a casa por Navidad (jajajaja, que es broma); volveremos sobre el 30 de septiembre.

Me marcho con una espinita clavada, que es la de no haber podido compartir comentarios cinéfilos con vosotros durante las últimas semanas; pero, de verdad os digo que, aun siendo "Funcionaria del Estado Español" como dicen mis hermanos de Latino América cuando tienen que plasmar en documentos oficiales mi profesión; aun habiendo tramitado todo tipo de expedientes en 20 años de servicio, jamás -y esto quiere decir JAMÁS- me había enfrentado a un proceso tan angustioso; posiblemente debido a la comprensible, lógica e ineludible implicación emocional.

Sea como fuere, Alan ya es nuestro, y ya me encargaré yo de inculcarle ese amor desmedido que siento por el cine, tanto como de explicarle que los sinónimos de la palabra "adoptado" son Buscado, Pleiteado; Anhelado, Deseado, Esperado, Amado; y no otros.

Echaré de menos el blog (mi blog) en el que tantas sonrisas me habéis dibujado cada mañana mientras trabajo. Echaré de menos la agradable y, a veces, laboriosa tarea de escribir críticas. Pero, sobre todo, os echaré de menos a TODOS y cada uno de vosotr@s.

Miles de Besos.
Nos vemos en Octubre.
M.I.

miércoles, 6 de agosto de 2008

LA MOMIA: LA TUMBA DEL EMPERADOR DRAGÓN.

La ambiciosa coproducción avalada por Alphaville Films, de impresionante dirección artística e impagable diseño de producción, se pierde entre un montaje disperso, una filmación confusa y un guión enlatado que nada aporta al género de aventuras, sepultando en terracota el carisma de unos personajes que hicieron soportable la saga.



TITULO ORIGINAL The Mummy: Tomb of the Dragon Emperor (The Mummy 3)
AÑO 2008
DURACIÓN 114 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Rob Cohen
GUIÓN Alfred Gough, Miles Millar
MÚSICA Randy Edelman
FOTOGRAFÍA Simon Duggan
REPARTO Brendan Fraser, Maria Bello, Luke Ford, Jet Li, Michele Yeoh, John Hannah, Russell Wong, Isabella Leong, Anthony Wong Chau-Sang, Albert Kwan, Tian Liang
PRODUCTORA Coproducción EEUU-Alemania-Canadá; Alphaville Films


Para no llevar sobresaltos en la excavación de la tumba del emperador dragón, conviene saber que no encontraremos entre los miembros de su equipo a la embarazadísima (¡hay que ver lo que gusta ese término a los comentaristas de los Oscars!) Rachel Weisz, quien, tras recoger el suyo, decidió olvidarse del asunto. De igual manera, habremos de desaprender lo aprendido en egiptología (que tampoco fue mucho) para emprender aventura en La China milenaria y, respetuosos siempre con su Historia -máxima preocupación de la productora, que queda resuelta al contar una nueva historia del Rey Escorpión-, tendremos buen cuidado en no cometer el error de intentar buscar referencias en momias cinematográficas serias, como empiezan a hacer los llamados medios especializados, se supone que de cine. Vamos, que yo me creo el baturrillo que se montan las brujas anglosajonas con ínfulas orientales, las batallas campales salidas de La Bruja Novata, los hijos que superan en edad a sus padres (tipo Alejandro Magno de Stone), y hasta las escenas de yetis que luchan contra cosas de tres cabezas, pero no paso por comparar las Sommers-Momias (en cine, dícese de las películas escritas y dirigidas por Stephen Sommers) con las que llegaron de la mano de Karl Freund en 1932 o de Terence Fisher en 1959. Aquéllas helaban la sangre con el único efecto especial de una mirada que aparecía iluminada, mientras que éstas se decantan por una competición perdida contra el famoso arqueólogo Jones.



Sentadas las bases, también conviene tener en cuenta que la saga cambia de director, y que nadie está más familiarizado con dragones que Rob Cohen, por aquello de Dragón: la vida de Bruce Lee en 1993 o Corazón de Dragón en 1996; culpable directo de que una servidora sienta pánico en los túneles y del vértigo producido por las sucesivas avalanchas en el Himalaya, que todavía me marean. Y es que eso del sistema de multi-cámaras que inventara Akira Kurosawa, imprescindible en el cine contemporáneo; mezclado con el stop-motion que tanto gusta a gente como Tim Burton; aderezado con los inmortales retimes que apasionaban a Sam Peckinpah; y culminados con unos efectos especiales generados por ordenador, cuya explicación ocupa 37 páginas de las que deben de ser las notas de producción más largas desde Lo que el Viento se Llevó, están muy bien siempre que se consiga ver algo en la pantalla, evitando la sensación de confusión continua que el cineasta consigue desencadenar en las más álgidas escenas de acción de esta película. Filmación difusa, alimentada por un montaje disperso y un guión encaminado a sepultar el carisma de los personajes que, en otras historias, hicieron soportable la saga.



Curiosamente, a nivel de guión, la parte “histórica” (ya dijimos que son sumamente respetuosos con la tradición china), resulta impecable en su planteamiento inicial y, con diferencia, la más atractiva del metraje; no por original, ya que en ella sólo falta apuntar que los asesinos a sueldo de la Antigüedad eran los arcadios, sino por la limpieza y concisión de su estructura narrativa. Por el contrario, el desarrollo del que debería ser el verdadero nudo de la trama, la zona argumental que afecta a los personajes centrales y sirve de unión entre las distintas etapas de la primera, sólo consigue ralentizar –que no sosegar- el relato, en medio de una eterna lucha generacional (¿parecido sospechoso con La Última Cruzada?), de moribundos que requieren del pozo de la vida eterna para su salvación (parecido sospechoso con La Última Cruzada), con chistes sin gracia (queda excluida la vaca) y espectaculares trampas mortales que, -como debe ser-, sólo alcanzan a los nativos buenos que les acompañan. Irrisoria e insufrible en su tramo final, los guionistas empiezan a enredar en el reparto de tareas, restando importancia a los actores secundarios sobre los que recae la totalidad del peso de la historia, para acentuar los papeles de unos protagonistas que no terminan de encajar en el conjunto, con aportaciones prescindibles en las tres cuartas partes del filme. Destacables, en todo caso, son las interpretaciones femeninas, tanto como la de John Hannah, único rescatador del aburrimiento en el que desembocan las ridículas escenitas familiares; que contrastan con un Brendan Fraser momificado y un empanadísimo adalid del antimorbo Luke Ford.



Con un encomiable diseño de producción y un impresionante derroche en la dirección artística, responsables de la recreación de parajes de ensueño, escenarios chino-macro-faraónicos y de la correctísima ambientación del Londres de posguerra, nos quedamos con la convicción de que alguna cosica de Im-Ho-Tep se debieron de quedar el vividor y la bibliotecaria para habitar en semejante residencia británica, de que “hay algo romántico en vencer a los no-muertos”, y de que la cuarta entrega debería contar con una nueva protagonista como Isabella Leong, sólo con Isabella Leong.

lunes, 4 de agosto de 2008

ELEFANTES EN LA PARED

"Elefantes en la Pared" es el título de una serie de cartas que nacen en el corazón de una madre que todavía no conoce a su hijo, en una larga espera que se torna un embarazo de elefanta.
En un principio, pensé que, al contener importante información sobre el proceso de adopción, estas cartas podrían ser editadas y divulgadas, con la finalidad de ayudar a otras madres en la misma situación.
Finalmente, he llegado a la conclusión de que, al ser éstas un conjunto de sentimientos personales e intransferibles, deberán llegar en su estado original a su verdadero y único destinatario, quien, algún día, sabrá qué hacer con ellas.
No obstante, y con la finalidad de ser útil a otras parejas (qué no hubiéramos dado nosotros por una ayuda así), proporcionaremos toda la información con la que contamos en los lugares especializados, al final de nuestra aventura en el Nuevo Mundo.

miércoles, 16 de julio de 2008

POSDATA: TE QUIERO

Como la vida misma. Muchas lágrimas y risas, buena música y mejor cine en una comedia romántica agridulce y atípica, grandiosamente interpretada por Hilary Swank.



TITULO ORIGINAL P.S., I Love You
AÑO 2007
DURACIÓN 126 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Richard LaGravenese
GUIÓN Richard LaGravenese, Steven Rogers (Novela: Cecelia Ahern)
MÚSICA John Powell
FOTOGRAFÍA Terry Stacey
REPARTO Hilary Swank, Gerard Butler, Lisa Kudrow, Harry Connick Jr., Gina Gershon, Jeffrey Dean Morgan, Kathy Bates
PRODUCTORA Alcon Entertainment / Grosvenor Park Productions / Wendy Finerman Productions.


El obsequio de gran parte de un número musical interpretado por Judy Garland para Ha Nacido Una Estrella de George Cukor, es tan sólo una muestra de los múltiples guiños cinéfilos que contiene esta comedia romántica atípica, y un gesto que no sorprende viniendo del director de A Decade under the Influence, el documental que recogió la importancia de los años setenta en el mundo del cine, con protagonistas de lujo como Martin Scorsese, Sidney Lumet, Robert Altman, Milos Forman o Sydney Pollack entre otros grandes cineastas, que supieron convencer a las productoras de lo que el cine necesitaba en ese momento, “aunque ellos no lo tuvieran tan claro”, como más tarde confesara Coppola.

El color azul del vestido de Judy y el tinte arrebolado de sus candorosas mejillas, contrastan con el primer plano en blanco y negro de unos zapatos poderosos que, en cámara ascendente y bajo un aparatoso sombrero, (ya sabemos de dónde extrajo James Cameron la espectacular presentación de Kate Winslet en Titanic), descubren el rostro clásico inconfundible de la que muchos consideran la más grande de todos los tiempos. “¿Por qué no puedo ser como Bette Davis?”, se pregunta la protagonista en medio de la desesperación, sabiendo o no que desde que John Cromwell supo que era “la mala” en Cautivos del Deseo, la totalidad de sus personajes tuvieron la grandeza de traspasar la pantalla, superando no sólo a la persona, a la película que los contenía o a la actriz, sino también al mito. Sabiendo o no que mucha de esa grandeza, de esos personajes con vida propia, se encuentran en sus caracterizaciones. Y es que sufrimos con Hilary Swank, reímos cuando ella está contenta, dejamos de respirar si se ahoga. Demasiada actriz, quizás, para una película tan injustamente tratada por la crítica.



Nada es casual ni queda vacío en el conjunto de Posdata: Te Quiero. Cada una de las referencias cinematográficas que se insertan, quedan unidas a la personalidad del personaje central, conducen su destino o anticipan los acontecimientos, rodeadas de la buena música que configura la banda sonora existente en la trayectoria vital de todo ser humano. (En este sentido, es una condena para el público español haber traducido algunas de esas canciones, que suenan a gloria en inglés). El problema es que nadie se espera un producto como éste, con un argumento que deambula entre el plano cómico de No me Mandes Flores de Norman Jewison, el plano dramático de Mi Vida sin Mí de Isabel Coixet, y el plano romántico de Ghost de Jerry Zucker, para alcanzar un insólito equilibrio difícil de asimilar y felizmente coronado en la ejecución que apuesta por imperceptibles y prolongados falshbacks (uno de sus mejores aciertos) que alternan pasado y presente, y son introducidos por la precisa voz en off procedente de las cartas de ultratumba. Todas ellas, técnicas recurrentes en cine, mal utilizadas de manera sistemática en los últimos tiempos, y sabiamente aplicadas en esta cinta, al haber encontrado el formato exacto que la historia requería.



Si se decide obviar el fino, irónico e inteligente sentido del humor que desprende su guión, es posible que resulte fastidiosa –casi escandalosa- la idea de un marido muerto que sigue controlando la vida de su joven viuda, indicándole cómo ha de vestir, dónde veranear, a qué fiestas asistir o cuándo volverse a enamorar; tanto como la terrible actitud paternalista del marido que, suponiendo perdida a su esposa durante su ausencia, sienta la necesidad de prolongar su estancia en la Tierra. Sin embargo, sería una equivocación enfocar el resultado desde esa perspectiva peregrina, para llegar a la conclusión errónea de un filme que claramente aboga por la eterna lucha de géneros o incluso el “mal lugar” en el que queda la mujer en la comedia contemporánea. No van las pistas por esos derroteros, ni es ésa la esencia del relato creado por una joven irlandesa de veintiún años, por lo que todos esos aspectos no dejan de ser simpáticas anécdotas, graciosas metáforas que desarrollan las distintas etapas del sentimiento de pérdida que siguen a la muerte de un ser querido: desde el más absoluto de los abandonos hasta la fortaleza que tuviera aquella señora de Norman Maine.



Tras un torpe comienzo que incluye una interminable escena doméstica, de doce páginas de guión, difícil de digerir por su pretensión convencional; un funeral indescriptible en el que se dan situaciones disparatadas que dejan descolocado al más escéptico; y un atisbo de falsa lentitud en el ritmo narrativo e inverosímil composición de personajes; la historia termina ofreciendo aquello que no promete: profundidad, plasmada en unos diálogos aparentemente intrascendentes, ocultos en un carrusel de emociones emergentes, pero contundentes en sus conclusiones.

Y, en medio de ese mar de sensaciones, fácil es percibir la angustia de la inmensa gama de tonos que adquiere el color gris, sabiendo qué posdata dedicar a la persona con la que, quizás por discutir mejor, decidimos compartir nuestra vida. Sencillamente, perfecta.

miércoles, 9 de julio de 2008

LAS CRÓNICAS DE NARNIA: EL PRÍNCIPE CASPIAN

Rara vez segundas partes fueron tan buenas. Notablemente superior a ‘El León, la bruja y el armario’, con ‘El Príncipe Caspian’ se inicia la magia en Narnia, y el cine encuentra una importante muestra del mejor género juvenil épico y de aventuras.



ADVERTENCIA IMPORTANTE: Al adentrarse en Narnia, el tiempo que conocemos se congela. Por ese motivo, sus 144 minutos de metraje se antojan un suspiro.

TITULO ORIGINAL The Chronicles of Narnia: Prince Caspian
AÑO 2008
DURACIÓN 144 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Andrew Adamson
GUIÓN Andrew Adamson, Christopher Markus, Stephen McFeely (Novela: C.S. Lewis)
MÚSICA Harry Gregson-Williams
FOTOGRAFÍA Karl Walter Lindenlaub
REPARTO Ben Barnes, William Moseley, Skandar Keynes, Anna Popplewell, Georgie Henley, Sergio Castellitto, Alicia Borrachero
PRODUCTORA Walden Media / Walt Disney Pictures / Stillking Films


Cuesta creer que la primera parte de Las Crónicas de Narnia llegara a gustar a alguien que ya haya perdido su último diente de leche. Las productoras, quizás motivadas por una absoluta fidelidad al original literario, cometían el error de enfocar la totalidad de la historia a través de los ojos de una niña pequeña (la preciosa Georgie Henley), desenfocando al resto de los personajes y logrando un guión plano y simplista que se desarrolla con ritmo lento e irrelevante. Sobresaliente en algunos, pocos, tramos del metraje, el tono cinematográfico predominante se debatía entre leves alusiones al mundo de Tolkien y recurrentes miradas “al otro lado” de Lewis Carroll, con una puesta en escena lineal de eternas baldosas amarillas que buscan la luz de la farola entre sombras de dragones y mazmorras, y que dejaban reducida la supuesta magia de Narnia al impresionante realismo que desprenden sus animales parlantes... o al susto que pudo provocar la soberbia actuación de Tilda Swinton en los más peques de la casa. En líneas generales, se puede hablar de El León, La Bruja y el Armario como de una película intrascendental, que los más optimistas calificaron de “demasiado infantil”, que a otros nos dejó la sensación de producto inacabado –o lo que es peor- de elaborado con cierta desgana; y que, en ningún caso, podía presagiar una secuela brillante.



El Príncipe Caspian, para asombro de muchos, salva todos los errores de un torpe comienzo de las crónicas narnianas (siete en total), conteniendo un equilibrio perfecto entre los clásicos cuentos de Disney (príncipes azules, pérfidos villanos, puentes levadizos que alcanzan castillos de ensueño, veloces corceles y sabios alquimistas), y las mejores aventuras épicas de corte fantástico. Imaginen una mezcla con los mejores momentos de películas como Robin Hood, Príncipe de los Ladrones (momentazo de la cámara que sigue la trayectoria de la flecha que cruza los cielos), Timeline (pasadizos secretos que propician viajes imposibles en el espacio-tiempo) y Las Dos Torres de El Señor de los Anillos (los árboles entrando en batalla), a los que se añade un meritorio combinado de acciones que apuestan por la igualdad, la libertad y la fraternidad entre todos los seres vivos. Y es que mientras algunos críticos norteamericanos se escandalizan advirtiendo de su “peligroso contenido religioso”, llegando incluso a hablar de un disimulado “llamamiento a la guerra santa” (¡lo que hay que leer!), otros nos rendimos ante la firme propuesta que aboga por una sociedad multirracial (castores, centauros, minotauros) y pluricultural (humanos, telmarinos) que conviven en paz.



“El segundo capítulo de un sueño eterno”, como define la película uno de sus responsables, cuenta con un elaborado guión, de sólida estructura y ágiles diálogos, en el que todos los personajes encuentran un lugar privilegiado, encajando como piezas precisas de un aparatoso espectáculo de aparente sencillez. Según una máxima cinematográfica, los mejores efectos especiales son siempre aquellos que pasan desapercibidos y, en este sentido, resulta difícil convencerse de que el león no sea real, o de que los hermosos paisajes de Narnia nunca existieran tras los abrigos de algún armario ropero. Los rocambolescos, abundantes y monótonos decorados de la primera parte son sustituidos por paradisíacas localizaciones halladas en Nueva Zelanda; los tiempos muertos, protagonizados por la joven reina, que presidían la aventura anterior, quedan reducidos al espacio onírico, para priorizar un desbordante despliegue del mejor cine de acción que se ve acompañado por un impecable diseño de producción, una sobria dirección artística, un acertado montaje y una inmejorable fotografía. Con una factura impecable y una encomiable dirección técnica, la ficha artística, con una mención especial para los actores españoles, cumple con la misión principal de “hacernos creer”; mientras que el conjunto de la cinta, por su parte, con la suya, que es la de entretener.



Para el recuerdo, el grito exaltado del sumo monarca Peter, El Magnífico, en su defensa de los más débiles; la confianza depositada por la Reina Susan, La Benévola, en su arco mágico; los poderes del elixir milagroso de la Reina Lucy, La Valiente; y el don de la ubicuidad al que nos ha acostumbrado el gran Rey Edmund, El Justo. Para la curiosidad, saber que todos ellos, héroes y heroínas valerosos, son jóvenes estudiantes de un colegio británico. Para los cinéfilos, una película especialmente recomendada para los niños y para las no tan niñas; para los que creen en el poder de la palabra (o del rugido) frente al de las armas; para las que no tenemos sentido de la orientación pero sabemos hacer dos cosas diferentes al mismo tiempo; para quienes se emocionan cuando el gran Aslan, cual político español, hace poner en pie a los reyes - y a las reinas- de Narnia; para quienes saben que hay un momento para todo y momentos a los que no se puede retornar; para quienes son conscientes de no poder cambiar el pasado pero apuestan por el futuro; para los que y las que, alguna vez, nos hemos sentido imprescindibles en algún lugar maravilloso.
En pocas palabras, para un tipo de público que todavía cree que una película pueda cambiar el mundo.

EL INCREÍBLE HULK

Mucho ruido y poco cine. La secuela de Hulk nos llega en el peor formato de súper-héroe contra maxi-villano, romances de bestia y bella, y dosis innecesarias de violencia generada por ordenador.



TITULO ORIGINAL The Incredible Hulk (Hulk 2)
AÑO 2008
DURACIÓN 114 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Louis Leterrier
GUIÓN Zak Penn (Personaje: Stan Lee, Jack Kirby)
MÚSICA Craig Armstrong
FOTOGRAFÍA Peter Menzies Jr.
REPARTO Edward Norton, Liv Tyler, Tim Roth, William Hurt, Tim Blake Nelson, Ty Burrell, Stan Lee, Robert Downey Jr.
PRODUCTORA Universal Pictures / Marvel Enterprises



Hasta donde yo llego, -que es bastante cerca-, Hulk era un tipo simpático y entrañable, poquita cosa y cabezón, que pululaba por el UHF en blanco y negro de las casas. Después, con la llegada de las teles en color, el tema, -al menos, para mí-, dejó de tener su encanto, y es que el verde en spray no era un tinte demasiado apropiado para el ser humano, y los capítulos se repetían con la asombrosa monotonía del señor encantador que monta en cólera por una injusticia social, haciéndose fuerte para proteger siempre a los más débiles. Quizás por este importante mensaje, posiblemente distorsionado, de recuerdos de infancia, a algunos no nos llegue a cuadrar la propuesta de los productores de la historia que hoy comentamos, al quererle mostrar como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde cualquiera. Quizás tenga la culpa el haberse perdido la esencia de los cómics y del personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby para la Marvel en 1962, y es que es aquí donde confieso haber sido más fan de “Purita, Agencia Matrimonial”.

En cualquier caso, dejando a un lado la fidelidad que pueda o no guardar el Hulk-Norton de Louis Leterrier con el original, no se sabe hasta qué punto puede interesar la existencia de un súper héroe tan inimaginablemente egocéntrico en su apariencia humana como innecesariamente destructivo en su faceta de monstruo bueno. Mientras que el científico no tiene más preocupación que la de cuidar de sí mismo, procurar la cura a su mal, y su reinserción social para recuperar lo que fue suyo, no importándole abandonar en el trayecto, y a su suerte, a un fiel amigo canino (qué diferente al Will Smith de Soy Leyenda); el transformado en masa, ni mira ni repara al poner en peligro a la población, con la única finalidad de huir del aluvión de balas y proyectiles que se le viene encima; siendo en ese apogeo del yo-Yo-YO el momento en el que las cosas empiezan a funcionar, se consigue el beneplácito y hasta la admiración del rival sentimental, y nos quedamos con la chica. Valiosos valores donde los haya–si es que hay alguno- para inculcar a un público mayoritariamente menudo; que, afortunadamente, nunca reparará en el innombrable desembarco del ejército americano en tierras brasileñas.



Con un planteamiento vacío de contenido y un personaje incapaz de suscitar la más mínima empatía, las teorías del olvido inician un proceso imparable, de tal manera que si del Hulk-Eric-el Guapo sólo quedó para el recuerdo la traumática escena de una mole verdosa recorriendo el globo terráqueo cual grácil mariposilla campera, haciendo honor al título de “cineasta del mundo” del Ang Lee; de ésta, quizás, sólo perdure la visión de la descomunal gelatina en la que se transforma un inverosímil Tim Roth al “meterse” de todo y más en vena. Un muy lamentable resultado, que sólo en su primera parte deja traslucir lo que pudo ser la elaborada trama de un excelente guionista nunca acreditado como es Edward Norton, y que pronto queda frenada al no hallar un equilibrio con los artificios de pirotecnia propios de un despliegue de efectos especiales, más impresionantes al ser relatados en las notas de producción que vistos sobre la pantalla.



Los títulos de crédito, por su parte, prometen un arranque que no decepciona, para asistir al nacimiento de dos cintas diferentes que, al precio de una, resultan difíciles de unir en el caótico conjunto. La parte real, de destino incierto, propicia la inserción de numerosos, repetitivos e interminables episodios de lucha libre con improvisados escudos, ridículas escaramuzas románticas en noches de tormenta, trasnochados relatos de peregrinas irradiaciones, absurdas ansias de arquitectura paisajística propias de la dirección plana de todo artesano mediocre contemporáneo, y míticos momentos “cruzado mágico de Playtex” de la sosa protagonista, que no salvan ni las tablas de William Hurt, ni la impagable presencia del Norton que actúa.



Ni espectacular ni entretenida, a doscientas pulsaciones por minuto, el corazón humano sufre una taquicardia, el increíble doctor Banner cambia de dimensiones, y el más recio aburrimiento se apodera de la sala. Miedo da pensar en la tercera de la saga, en el reseco panorama cinematográfico que se avecina, en los efectos de la pasada huelga de guionistas, en la certeza “de tener que convertirse en una berza” que solía exclamar don Miguel de Unamuno mientras paseaba por un huerto monacal.....Demasiadas complicaciones ante lo que sólo pretendía ser un pelotazo veraniego.