jueves, 3 de enero de 2008

AMERICAN GANGSTER

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La probada pericia del mejor director del mundo convierte una compleja trama del hampa americano en un manual de capos para principiantes. Por su parte, los actores favoritos de los hermanos Scott deleitan con sendas magistrales interpretaciones en la que pude ser la película del año.




Hacer lo difícil fácil es tremendamente más laborioso que convertir lo sencillo en complicado. Quizás, por ese motivo, proliferan los filmes que gozan del beneplácito de ese sector de la crítica que conviene en denominar “trasgresión” a todo aquello que nadie entiende. Quizás, por la misma razón, los menos doctos, los que nunca vemos pan donde hay vino, encontramos en la tendencia de Ridley Scott de huir de las medias tintas, la garantía de una apuesta casi siempre segura.

El que fuera considerado “mejor director del mundo” en los años ochenta gracias a títulos como Alien o Blade Runner, con un estilo –por momentos- comparable al de Stanley Kubrick en Los Duelistas, experto narrador de localizaciones (Black Rain), indiscutible maestro de la estética y contundente director de actores, capaz de extraer las mejores interpretaciones que quienes han trabajado bajo sus órdenes (Thelma y Louise, La Teniente O’Neil), todavía persigue el reconocimiento de un premio Oscar. Tras sonoros fracasos como 1492: La Conquista del Paraíso y El Reino de los Cielos, ha sabido remontar en la dirección de películas como Gladiator (curioso remake de La Caída del Imperio Romano) o Los Impostores; hasta dotar, recientemente, de una nueva dimensión a las comedias románticas tradicionales, transformando el anodino guión de Un Buen Año en un metraje de agradable visionado.


Es en American Gangster donde se puede recuperar al Scott de los mejores tiempos. La historia, de inicio poderoso y planteamiento confuso que hace honor a una de sus frases: “Esto es un caos, cada matón actúa por su cuenta”, pronto será encauzada hacia un potente desarrollo de desenlace apoteósico.

Rodar en ciento cincuenta y dos decorados diferentes que se alternan con espacios naturales, en un país de inestabilidad política como es Tailandia, en los cinco distritos de la ciudad de Nueva York, en mansiones emblemáticas ubicadas en el lugar de residencia de multimillonarios como Rockerfeller, que dan paso a apartamentos de renta baja construidos por el Ayuntamiento; suponía todo un reto que sólo un “director de ambientes” sería capaz de resolver. Scott, con su “estilo de rodaje guerrilla” cámara en mano, ampliado al sistema de multicámaras en las escenas de acción, y con una espectacular diversidad de tomas amplias, transportará al espectador desde Vietnam hasta la calle 116 del Harlem sin que le tiemble el pulso, en una hazaña que no siempre se ve correspondida con la dirección de fotografía.



Por otra parte, el complejo entramado que encierra el mundo del hampa americano en los años setenta, mostrado con la profusión de pinceladas que van desde un 1013 policial hasta la consecución de la magia azul, desde un sistema de seguridad que no duda en interceptar un alijo de heroína que será cortado y revendido, hasta la honradez de quien devuelve un maletín de billetes sin numerar; será magistralmente reconducido hacia la creación de una sencilla historia de capos para principiantes. Un relato de narración fluida y cuidado discurrir, que falla por los bordes, evidenciando la inadecuada medición de los tiempos, fruto de un atropellado montaje que, con total seguridad, ha sufrido la revisión de la productora, adaptando la extensión del metraje con vistas a su distribución.

Sin temor a equivocarse, se puede asegurar que la gran baza de esta película, a veces, tan irregular como la carrera profesional del director en sus últimos proyectos, se encuentra en la elección de los actores principales, muy capaces de resolver la acción en solitario, inmersos en una contradictoria pero certera descripción de personajes.

De esta manera, mientras el papel interpretado por el eternamente inexpresivo Russell Crowe parece haber sido extraído de una “opa negra”, de una historia prefabricada común a policías perfectos que se enfrentan con miembros de su departamento, incapaces de mantener su vida privada por culpa de sus continuos devaneos amorosos (¿no les recuerda al Clint Eastwood de Ejecución Inminente?), con la extensión de incorruptibilidad que conociéramos en Serpico; el back-story del narcotraficante se decanta por las peculiaridades propias del gangster genuinamente americano, dispuesto a romper el equilibrio entre las familias de los bajos fondos.

Y, como no existen las bondades ni las maldades absolutas, y los que permanecen a nuestro lado no siempre son “uno de los nuestros”; el adúltero sabrá limpiar su conciencia sin retroceder un ápice en sus ansias de justicia; el responsable directo de miles de muertes, con la apariencia de negocio que hay que defender, resultará ser un ejemplar hijo, hermano y marido, que no descuida la misa de los domingos; y la vida, por una de esas extrañas coincidencias de “sincronicidad”, conseguirá unir ambos destinos para destapar uno de los mayores escándalos que se han escrito en la Historia de los Estados Unidos de América.



En un balance final, nos quedamos con el alma del metraje, que no es otra que la impagable actuación que consiguió emocionar al verdadero Frank Lucas, la de Denzel Washington; con la irresistible imagen de Richie Roberts en pantalón vaquero, con los grandes momentos clavados a base de balas y perseverancia.

Nos quedamos con la demoledora escena del Día de Acción de Gracias dando paso a los estragos causados entre los consumidores de una ciudad cubierta de polvo blanco, con el retime de las escaleras que conducen al corazón de la policía neoyorquina, con la detención producida en Harlem, con un vis á vis memorable, y con la convicción de que la resolución típicamente americana con la que culmina la trayectoria vital de los personajes puede convertir a ésta en la mejor película del año. Un año en el que los que afirmaron que Ridley Scott era el mejor director del mundo deberían tener razón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo muchas ganas de verla. LO malo será encontrar a alguien que quiera ir a verla conmigo.Últimamente sólo voy al cine con mi novia y no creo que le apetezca ver esta.
Saludos

M.I. dijo...

Uff, mala cosa es ésa de tener una novia a la que no le gusta Ridley Scott, jajaja (es broma, es broma).