miércoles, 16 de julio de 2008

POSDATA: TE QUIERO

Como la vida misma. Muchas lágrimas y risas, buena música y mejor cine en una comedia romántica agridulce y atípica, grandiosamente interpretada por Hilary Swank.



TITULO ORIGINAL P.S., I Love You
AÑO 2007
DURACIÓN 126 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Richard LaGravenese
GUIÓN Richard LaGravenese, Steven Rogers (Novela: Cecelia Ahern)
MÚSICA John Powell
FOTOGRAFÍA Terry Stacey
REPARTO Hilary Swank, Gerard Butler, Lisa Kudrow, Harry Connick Jr., Gina Gershon, Jeffrey Dean Morgan, Kathy Bates
PRODUCTORA Alcon Entertainment / Grosvenor Park Productions / Wendy Finerman Productions.


El obsequio de gran parte de un número musical interpretado por Judy Garland para Ha Nacido Una Estrella de George Cukor, es tan sólo una muestra de los múltiples guiños cinéfilos que contiene esta comedia romántica atípica, y un gesto que no sorprende viniendo del director de A Decade under the Influence, el documental que recogió la importancia de los años setenta en el mundo del cine, con protagonistas de lujo como Martin Scorsese, Sidney Lumet, Robert Altman, Milos Forman o Sydney Pollack entre otros grandes cineastas, que supieron convencer a las productoras de lo que el cine necesitaba en ese momento, “aunque ellos no lo tuvieran tan claro”, como más tarde confesara Coppola.

El color azul del vestido de Judy y el tinte arrebolado de sus candorosas mejillas, contrastan con el primer plano en blanco y negro de unos zapatos poderosos que, en cámara ascendente y bajo un aparatoso sombrero, (ya sabemos de dónde extrajo James Cameron la espectacular presentación de Kate Winslet en Titanic), descubren el rostro clásico inconfundible de la que muchos consideran la más grande de todos los tiempos. “¿Por qué no puedo ser como Bette Davis?”, se pregunta la protagonista en medio de la desesperación, sabiendo o no que desde que John Cromwell supo que era “la mala” en Cautivos del Deseo, la totalidad de sus personajes tuvieron la grandeza de traspasar la pantalla, superando no sólo a la persona, a la película que los contenía o a la actriz, sino también al mito. Sabiendo o no que mucha de esa grandeza, de esos personajes con vida propia, se encuentran en sus caracterizaciones. Y es que sufrimos con Hilary Swank, reímos cuando ella está contenta, dejamos de respirar si se ahoga. Demasiada actriz, quizás, para una película tan injustamente tratada por la crítica.



Nada es casual ni queda vacío en el conjunto de Posdata: Te Quiero. Cada una de las referencias cinematográficas que se insertan, quedan unidas a la personalidad del personaje central, conducen su destino o anticipan los acontecimientos, rodeadas de la buena música que configura la banda sonora existente en la trayectoria vital de todo ser humano. (En este sentido, es una condena para el público español haber traducido algunas de esas canciones, que suenan a gloria en inglés). El problema es que nadie se espera un producto como éste, con un argumento que deambula entre el plano cómico de No me Mandes Flores de Norman Jewison, el plano dramático de Mi Vida sin Mí de Isabel Coixet, y el plano romántico de Ghost de Jerry Zucker, para alcanzar un insólito equilibrio difícil de asimilar y felizmente coronado en la ejecución que apuesta por imperceptibles y prolongados falshbacks (uno de sus mejores aciertos) que alternan pasado y presente, y son introducidos por la precisa voz en off procedente de las cartas de ultratumba. Todas ellas, técnicas recurrentes en cine, mal utilizadas de manera sistemática en los últimos tiempos, y sabiamente aplicadas en esta cinta, al haber encontrado el formato exacto que la historia requería.



Si se decide obviar el fino, irónico e inteligente sentido del humor que desprende su guión, es posible que resulte fastidiosa –casi escandalosa- la idea de un marido muerto que sigue controlando la vida de su joven viuda, indicándole cómo ha de vestir, dónde veranear, a qué fiestas asistir o cuándo volverse a enamorar; tanto como la terrible actitud paternalista del marido que, suponiendo perdida a su esposa durante su ausencia, sienta la necesidad de prolongar su estancia en la Tierra. Sin embargo, sería una equivocación enfocar el resultado desde esa perspectiva peregrina, para llegar a la conclusión errónea de un filme que claramente aboga por la eterna lucha de géneros o incluso el “mal lugar” en el que queda la mujer en la comedia contemporánea. No van las pistas por esos derroteros, ni es ésa la esencia del relato creado por una joven irlandesa de veintiún años, por lo que todos esos aspectos no dejan de ser simpáticas anécdotas, graciosas metáforas que desarrollan las distintas etapas del sentimiento de pérdida que siguen a la muerte de un ser querido: desde el más absoluto de los abandonos hasta la fortaleza que tuviera aquella señora de Norman Maine.



Tras un torpe comienzo que incluye una interminable escena doméstica, de doce páginas de guión, difícil de digerir por su pretensión convencional; un funeral indescriptible en el que se dan situaciones disparatadas que dejan descolocado al más escéptico; y un atisbo de falsa lentitud en el ritmo narrativo e inverosímil composición de personajes; la historia termina ofreciendo aquello que no promete: profundidad, plasmada en unos diálogos aparentemente intrascendentes, ocultos en un carrusel de emociones emergentes, pero contundentes en sus conclusiones.

Y, en medio de ese mar de sensaciones, fácil es percibir la angustia de la inmensa gama de tonos que adquiere el color gris, sabiendo qué posdata dedicar a la persona con la que, quizás por discutir mejor, decidimos compartir nuestra vida. Sencillamente, perfecta.

miércoles, 9 de julio de 2008

LAS CRÓNICAS DE NARNIA: EL PRÍNCIPE CASPIAN

Rara vez segundas partes fueron tan buenas. Notablemente superior a ‘El León, la bruja y el armario’, con ‘El Príncipe Caspian’ se inicia la magia en Narnia, y el cine encuentra una importante muestra del mejor género juvenil épico y de aventuras.



ADVERTENCIA IMPORTANTE: Al adentrarse en Narnia, el tiempo que conocemos se congela. Por ese motivo, sus 144 minutos de metraje se antojan un suspiro.

TITULO ORIGINAL The Chronicles of Narnia: Prince Caspian
AÑO 2008
DURACIÓN 144 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Andrew Adamson
GUIÓN Andrew Adamson, Christopher Markus, Stephen McFeely (Novela: C.S. Lewis)
MÚSICA Harry Gregson-Williams
FOTOGRAFÍA Karl Walter Lindenlaub
REPARTO Ben Barnes, William Moseley, Skandar Keynes, Anna Popplewell, Georgie Henley, Sergio Castellitto, Alicia Borrachero
PRODUCTORA Walden Media / Walt Disney Pictures / Stillking Films


Cuesta creer que la primera parte de Las Crónicas de Narnia llegara a gustar a alguien que ya haya perdido su último diente de leche. Las productoras, quizás motivadas por una absoluta fidelidad al original literario, cometían el error de enfocar la totalidad de la historia a través de los ojos de una niña pequeña (la preciosa Georgie Henley), desenfocando al resto de los personajes y logrando un guión plano y simplista que se desarrolla con ritmo lento e irrelevante. Sobresaliente en algunos, pocos, tramos del metraje, el tono cinematográfico predominante se debatía entre leves alusiones al mundo de Tolkien y recurrentes miradas “al otro lado” de Lewis Carroll, con una puesta en escena lineal de eternas baldosas amarillas que buscan la luz de la farola entre sombras de dragones y mazmorras, y que dejaban reducida la supuesta magia de Narnia al impresionante realismo que desprenden sus animales parlantes... o al susto que pudo provocar la soberbia actuación de Tilda Swinton en los más peques de la casa. En líneas generales, se puede hablar de El León, La Bruja y el Armario como de una película intrascendental, que los más optimistas calificaron de “demasiado infantil”, que a otros nos dejó la sensación de producto inacabado –o lo que es peor- de elaborado con cierta desgana; y que, en ningún caso, podía presagiar una secuela brillante.



El Príncipe Caspian, para asombro de muchos, salva todos los errores de un torpe comienzo de las crónicas narnianas (siete en total), conteniendo un equilibrio perfecto entre los clásicos cuentos de Disney (príncipes azules, pérfidos villanos, puentes levadizos que alcanzan castillos de ensueño, veloces corceles y sabios alquimistas), y las mejores aventuras épicas de corte fantástico. Imaginen una mezcla con los mejores momentos de películas como Robin Hood, Príncipe de los Ladrones (momentazo de la cámara que sigue la trayectoria de la flecha que cruza los cielos), Timeline (pasadizos secretos que propician viajes imposibles en el espacio-tiempo) y Las Dos Torres de El Señor de los Anillos (los árboles entrando en batalla), a los que se añade un meritorio combinado de acciones que apuestan por la igualdad, la libertad y la fraternidad entre todos los seres vivos. Y es que mientras algunos críticos norteamericanos se escandalizan advirtiendo de su “peligroso contenido religioso”, llegando incluso a hablar de un disimulado “llamamiento a la guerra santa” (¡lo que hay que leer!), otros nos rendimos ante la firme propuesta que aboga por una sociedad multirracial (castores, centauros, minotauros) y pluricultural (humanos, telmarinos) que conviven en paz.



“El segundo capítulo de un sueño eterno”, como define la película uno de sus responsables, cuenta con un elaborado guión, de sólida estructura y ágiles diálogos, en el que todos los personajes encuentran un lugar privilegiado, encajando como piezas precisas de un aparatoso espectáculo de aparente sencillez. Según una máxima cinematográfica, los mejores efectos especiales son siempre aquellos que pasan desapercibidos y, en este sentido, resulta difícil convencerse de que el león no sea real, o de que los hermosos paisajes de Narnia nunca existieran tras los abrigos de algún armario ropero. Los rocambolescos, abundantes y monótonos decorados de la primera parte son sustituidos por paradisíacas localizaciones halladas en Nueva Zelanda; los tiempos muertos, protagonizados por la joven reina, que presidían la aventura anterior, quedan reducidos al espacio onírico, para priorizar un desbordante despliegue del mejor cine de acción que se ve acompañado por un impecable diseño de producción, una sobria dirección artística, un acertado montaje y una inmejorable fotografía. Con una factura impecable y una encomiable dirección técnica, la ficha artística, con una mención especial para los actores españoles, cumple con la misión principal de “hacernos creer”; mientras que el conjunto de la cinta, por su parte, con la suya, que es la de entretener.



Para el recuerdo, el grito exaltado del sumo monarca Peter, El Magnífico, en su defensa de los más débiles; la confianza depositada por la Reina Susan, La Benévola, en su arco mágico; los poderes del elixir milagroso de la Reina Lucy, La Valiente; y el don de la ubicuidad al que nos ha acostumbrado el gran Rey Edmund, El Justo. Para la curiosidad, saber que todos ellos, héroes y heroínas valerosos, son jóvenes estudiantes de un colegio británico. Para los cinéfilos, una película especialmente recomendada para los niños y para las no tan niñas; para los que creen en el poder de la palabra (o del rugido) frente al de las armas; para las que no tenemos sentido de la orientación pero sabemos hacer dos cosas diferentes al mismo tiempo; para quienes se emocionan cuando el gran Aslan, cual político español, hace poner en pie a los reyes - y a las reinas- de Narnia; para quienes saben que hay un momento para todo y momentos a los que no se puede retornar; para quienes son conscientes de no poder cambiar el pasado pero apuestan por el futuro; para los que y las que, alguna vez, nos hemos sentido imprescindibles en algún lugar maravilloso.
En pocas palabras, para un tipo de público que todavía cree que una película pueda cambiar el mundo.

EL INCREÍBLE HULK

Mucho ruido y poco cine. La secuela de Hulk nos llega en el peor formato de súper-héroe contra maxi-villano, romances de bestia y bella, y dosis innecesarias de violencia generada por ordenador.



TITULO ORIGINAL The Incredible Hulk (Hulk 2)
AÑO 2008
DURACIÓN 114 min.
PAÍS USA
DIRECTOR Louis Leterrier
GUIÓN Zak Penn (Personaje: Stan Lee, Jack Kirby)
MÚSICA Craig Armstrong
FOTOGRAFÍA Peter Menzies Jr.
REPARTO Edward Norton, Liv Tyler, Tim Roth, William Hurt, Tim Blake Nelson, Ty Burrell, Stan Lee, Robert Downey Jr.
PRODUCTORA Universal Pictures / Marvel Enterprises



Hasta donde yo llego, -que es bastante cerca-, Hulk era un tipo simpático y entrañable, poquita cosa y cabezón, que pululaba por el UHF en blanco y negro de las casas. Después, con la llegada de las teles en color, el tema, -al menos, para mí-, dejó de tener su encanto, y es que el verde en spray no era un tinte demasiado apropiado para el ser humano, y los capítulos se repetían con la asombrosa monotonía del señor encantador que monta en cólera por una injusticia social, haciéndose fuerte para proteger siempre a los más débiles. Quizás por este importante mensaje, posiblemente distorsionado, de recuerdos de infancia, a algunos no nos llegue a cuadrar la propuesta de los productores de la historia que hoy comentamos, al quererle mostrar como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde cualquiera. Quizás tenga la culpa el haberse perdido la esencia de los cómics y del personaje creado por Stan Lee y Jack Kirby para la Marvel en 1962, y es que es aquí donde confieso haber sido más fan de “Purita, Agencia Matrimonial”.

En cualquier caso, dejando a un lado la fidelidad que pueda o no guardar el Hulk-Norton de Louis Leterrier con el original, no se sabe hasta qué punto puede interesar la existencia de un súper héroe tan inimaginablemente egocéntrico en su apariencia humana como innecesariamente destructivo en su faceta de monstruo bueno. Mientras que el científico no tiene más preocupación que la de cuidar de sí mismo, procurar la cura a su mal, y su reinserción social para recuperar lo que fue suyo, no importándole abandonar en el trayecto, y a su suerte, a un fiel amigo canino (qué diferente al Will Smith de Soy Leyenda); el transformado en masa, ni mira ni repara al poner en peligro a la población, con la única finalidad de huir del aluvión de balas y proyectiles que se le viene encima; siendo en ese apogeo del yo-Yo-YO el momento en el que las cosas empiezan a funcionar, se consigue el beneplácito y hasta la admiración del rival sentimental, y nos quedamos con la chica. Valiosos valores donde los haya–si es que hay alguno- para inculcar a un público mayoritariamente menudo; que, afortunadamente, nunca reparará en el innombrable desembarco del ejército americano en tierras brasileñas.



Con un planteamiento vacío de contenido y un personaje incapaz de suscitar la más mínima empatía, las teorías del olvido inician un proceso imparable, de tal manera que si del Hulk-Eric-el Guapo sólo quedó para el recuerdo la traumática escena de una mole verdosa recorriendo el globo terráqueo cual grácil mariposilla campera, haciendo honor al título de “cineasta del mundo” del Ang Lee; de ésta, quizás, sólo perdure la visión de la descomunal gelatina en la que se transforma un inverosímil Tim Roth al “meterse” de todo y más en vena. Un muy lamentable resultado, que sólo en su primera parte deja traslucir lo que pudo ser la elaborada trama de un excelente guionista nunca acreditado como es Edward Norton, y que pronto queda frenada al no hallar un equilibrio con los artificios de pirotecnia propios de un despliegue de efectos especiales, más impresionantes al ser relatados en las notas de producción que vistos sobre la pantalla.



Los títulos de crédito, por su parte, prometen un arranque que no decepciona, para asistir al nacimiento de dos cintas diferentes que, al precio de una, resultan difíciles de unir en el caótico conjunto. La parte real, de destino incierto, propicia la inserción de numerosos, repetitivos e interminables episodios de lucha libre con improvisados escudos, ridículas escaramuzas románticas en noches de tormenta, trasnochados relatos de peregrinas irradiaciones, absurdas ansias de arquitectura paisajística propias de la dirección plana de todo artesano mediocre contemporáneo, y míticos momentos “cruzado mágico de Playtex” de la sosa protagonista, que no salvan ni las tablas de William Hurt, ni la impagable presencia del Norton que actúa.



Ni espectacular ni entretenida, a doscientas pulsaciones por minuto, el corazón humano sufre una taquicardia, el increíble doctor Banner cambia de dimensiones, y el más recio aburrimiento se apodera de la sala. Miedo da pensar en la tercera de la saga, en el reseco panorama cinematográfico que se avecina, en los efectos de la pasada huelga de guionistas, en la certeza “de tener que convertirse en una berza” que solía exclamar don Miguel de Unamuno mientras paseaba por un huerto monacal.....Demasiadas complicaciones ante lo que sólo pretendía ser un pelotazo veraniego.