viernes, 16 de noviembre de 2007

LAS 13 ROSAS

Martínez-Lázaro realiza un certero retrato de las dos Españas de 1.939. Cautivadora desde los títulos de crédito, brillantemente interpretada, de precisa dirección artística y sobrecogedora banda sonora, el cine español antepone el humanismo a la ideología para rescatar trece nombres del olvido.







Lejos de los libros de Historia, los pequeños episodios humanos que componen la tan lejana, tan presente guerra del 36 y sus repercusiones, han llegado hasta muchos de nosotros en forma de sencillos testimonios relatados en primera persona, que no siempre se correspondieron con lo que el cine nos contó. Quizás por ese motivo, el tono plano, casi lineal que adquiere la narrativa de Las 13 Rosas, nos resulte, por vez primera, cercano. La película de Martínez-Lázaro siempre será la historia que rescató trece nombres del olvido, y que lo hizo como nunca antes lo había abordado el cine español: anteponiendo el humanismo a la ideología, en un ejemplar ejercicio de buen cine europeo.
Cuando un director decide mostrar un hecho histórico - a todas luces, impactante- con tan exquisita delicadeza e imparcialidad, exento de aspavientos, momentos culminantes y picos de colores, no sólo demuestra un respeto inmenso por la memoria de las protagonistas y sus familiares, sino también por el espectador. La indignación y la pena, inherentes al propio período, quedan eclipsadas, en no pocos pasajes, por la sensación de miedo continuo que caracteriza la sociedad de todo régimen dictatorial. Recordemos la reciente Vida de Los Otros, ambientada en otro país, distinta época, diferente pensamiento.






Las 13 Rosas, en conjunto, destaca por su acertado planteamiento argumental, que, lamentablemente, se pierde en la primera mitad del metraje, evidenciando una deficiente dirección coral. Los planos secuencia no siempre consiguen enlazar las diferentes subtramas, por lo que éstas son introducidas de manera forzada y a destiempo. El montaje de la cinta, cautivador desde los títulos de crédito, se antoja ahora insuficiente al mostrar los retazos de cinco vidas rozando la confusión.

Todo ello, sin embargo, no priva del deleite cinematográfico que producen muchas de sus escenas al componer valiosos documentos. La intencionada inverosimilitud del plano inaugural, en la que unas “malas actrices” animan a la resistencia ante unos pocos ciudadanos cansados que anhelan la paz, no debió de ser muy distinta de la que se vivió en 1.939. La bendita inconsciencia de la juventud y sus poderosos ideales tratando de evitar el desastre de una guerra perdida:“¿De qué sirve la paz sin libertad, sin dignidad?”. La relación de afectividad existente entre los miembros de las dos Españas, que culmina con las reiteradas advertencias que Félix Gómez (magnífica e impresionante actuación) dedica a Julia: “Tú no sabes cómo están las cosas”. El dolor y la impotencia que le siguen. La incertidumbre de los vencidos que se ahoga contra el júbilo de los vencedores, salpicando de angustia y de temores al español que los contempla setenta años más tarde. El joven falangista que exige el saludo a un pueblo abatido, que pocos años antes se regía por otros simbolismos.





La segunda parte de la historia consigue ser transmitida con mayor solidez al contar con un único enfoque. Las trece protagonistas coinciden en la cárcel para emprender un inesperado camino sin regreso. Es ése el momento en el que la memoria cinéfila, inevitablemente, recupera la figura de Salvador y la última sentencia de muerte firmada en este país, para constatar la sinrazón de una etapa maldita en la que los asesinatos que llegaban en forma de atentado –como todo asesinato, injustificables- se saldaban echando mano de los “presos rojos” que, en ese momento, poblaban las cárceles. Nada se había avanzado en treinta y cinco años de Historia.

A nivel técnico, la cinta consigue superar con creces la media de las últimas producciones nacionales. La sobrecogedora y magistral banda sonora compuesta por Roque Baños encuentra la réplica perfecta en la precisa y bien documentada dirección artística, la excelente fotografía de José Luis Alcaine, los trabajos de vestuario, peluquería y maquillaje. Tampoco pasa desapercibida la composición del guión que realiza Martínez de Pisón, ni por supuesto la puesta en escena de una cantera de jóvenes actores que puede dar grandes satisfacciones al cine contemporáneo. Pilar López de Ayala, siempre un escalón por arriba, encabeza un reparto en el que Verónica Sánchez realiza el mejor papel de su carrera, Gabriella Pession y Nadia Santiago regalan momentos de inapreciable belleza interpretativa y la gran Marta Etura empieza a despegar.

El desenlace, muy dignamente tratado, deja una ventana abierta a la esperanza que suplica la ausencia de rencor. Un mensaje conciliador, recopilado en numerosos testimonios de los protagonistas supervivientes, de difícil asimilación, que se perfila como el único capaz de cerrar las heridas que todavía siguen abiertas.

No hay comentarios: