jueves, 15 de noviembre de 2007

EL SUEÑO DE CASANDRA

Woody Allen sigue ganando adeptos incluso –o sobre todo- cuando no ejerce de Woody Allen. La habilidad para saltar entre géneros, la concisión narrativa de los guiones y la orfebrería cinematográfica que caracterizan su obra, siempre destacarán dentro de un panorama –el actual- que carece de tan inapreciables aspectos. La última entrega de la trilogía londinense no es una excepción.





....Y la maldición de Apolo cayó sobre Casandra, hija de los reyes de Troya. Sus sueños seguirían vaticinando desgracias que, al no ser creídas, atraerían la destrucción...

A los cinéfilos les bastará la mención de cierta ciudad, evocadora de nostalgias, para recordar las vidas de los príncipes Eric Bana y Orlando Bloom. Después, tan sólo cabe esperar que el título de la película fuera puesto al azar, preguntarse si acaso Poderosa Afrodita lo era, y llegar a la conclusión de que el mundo de las casualidades nunca fue una constante en el original universo de su director. Con Woody Allen, “lo muy improvisado” no es más que el resultado de “lo muy ensayado”.

En cualquier caso, sería interesante intentar analizar El Sueño de Casandra desde dos puntos de vista diferentes: bajo “el prisma del psicoanálisis”, que nos llevaría a compararla con el resto de la filmografía reciente de su autor; y, por otra parte, como película que se estrena en el año 2.007. Las conclusiones podrían sorprender.

Es posible que Todo Lo Demás fuera el preludio de una crisis creativa en la que parece estar sumergido el director de Annie Hall. Comparada con la totalidad de su obra, la trilogía londinense se antoja mediocre, desmarcada de las producciones que le encumbraron en la fama. Mientras Scoop no pasa de ser una aventura “simpática”, en Match Point se limita a trasladar Una Tragedia Americana a la ciudad del Támesis. Y es que la originalidad de dicha historia, nominada a los Oscar, sólo es tal en su desenlace, tras mostrar un planteamiento razonablemente parecido al que George Stevens desarrollara en 1.951 a partir de una novela de Theodore Dreiser, en una película que llevó por título Un Lugar en el Sol.

Sin embargo, y en el peor de los supuestos, no es difícil comprobar cómo el giro inesperado del nuevo Allen, el moderno clásico, el director compulsivo capaz de rodar a la velocidad de los años cuarenta, sigue ganando adeptos entre las nuevas generaciones de cinéfilos y –muy curiosamente- entre todos aquellos que nunca le soportamos.





Quizás para El Sueño de Casandra, en la línea de Match Point, la pretensión de Allen haya sido la de adaptar una tragedia griega –en esta ocasión, con muchísimo más acierto- a nuestros días. Para ello, se sirve de su inmensa capacidad de ofrecer al espectador el mismo caramelo de siempre con distinto envoltorio, recurriendo a la idea obsesiva por el sexo, la sinrazón del capricho masculino cuando repara en la personalidad de una mujer por debajo de su cintura, y la reflexión sobre la psicopatía desquiciada del mundo en que vivimos, tan presentes en su obra.
De igual manera, se apoya en su habilidad innata para describir a los personajes con tan sólo una frase conseguida: “Soy difícil, egocéntrica y ambiciosa”, que tanto recuerdan a las innumerables descripciones de la inigualable Desmontando a Harry. Continúa con un certero retrato de familia, ampliamente tratado en Hannah y Sus Hermanas, para ofrecer esa visión anecdótica de los múltiples amores que parecen serlo y no lo son, engrandecidos con la introducción de una de esas citas dignas de enmarcar: “La familia es la familia, pero hay unos límites”. Y culmina con la maestría que demostró en Delitos Y Faltas al unir dos tramas paralelas, para, desde una perspectiva seria –no exenta de humor- aludir a la elasticidad moral de la condición humana: el hecho atroz que atormenta a unos, es fácilmente asimilable por otros. Todo ello con un absoluto desprecio fílmico por la capital inglesa, que el director de fotografía de Spielberg no logra evitar, tan alejado del amor que demuestra por la ciudad de Nueva York en la magistral Manhattan.






Si el Sueño de Casandra se observa como una película de director desconocido que se estrena en el año 2.007, -necesariamente-, termina llamando la atención. La originalidad de su planteamiento, sus agudos diálogos, la solidez en la estructura del guión, la excelente medición de los tiempos, el adecuado ritmo por el que se desenvuelve la trama, la portentosa dirección de actores (¡la actuación de Collin Farell resulta creíble!)... no son habituales en el cine contemporáneo. Es tal la maestría que desprende un producto que no es drama, que no es comedia, que no es thriller... que no es nada pero convence, que se le perdona el olvido de situar un vehículo estropeado en el lado derecho de una carretera británica; los alarmantes fallos de script, que hacen brillar el sol tras la cena, y contemplar tres horas diferentes en el reloj de Ewan Mcgregor en un plano-contraplano de veinte segundos de duración; y la ironía de mostrar a los personajes anglosajones siempre fumando en lugares públicos.

Aun no pudiendo fumar en tan estricta ciudad, “¿A que la vida es genial?”. Incluso para Bonnie and Clyde lo era, y aunque no den ganas de invadir Polonia con esta nueva ópera, no cabe ni la más mínima duda de su genialidad.

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